El paso del Darién: El vía crucis de los inmigrantes para llegar a Estados Unidos
Pocas oportunidades laborales obligan a miles de personas atravesar uno de los lugares más peligrosos de Latinoamérica. El 71% de los migrantes son venezolanos.
Sin nada que llevar a la boca durante varios días, con unas pocas monedas en los bolsillos y con muchas ganas de conseguir una mejor vida, cada año miles de personas de distintos países del mundo atraviesan una de las selvas más peligrosas del planeta. El paso o el tapón del Darién, es comparable a decirle a un sujeto que camine con los ojos vendados por un pasaje cubierto de infinidad de trampas mortales.
Uno no sabe si saldrá con vida de ahí pues el trayecto a pie puede llegar a durar más de una semana, sorteando traficantes de personas, violadores, ladrones y asesinos que se amparan en lo inhóspito de la selva. Pedir ayuda ahí es algo inútil y todos los que se atreven a cruzarlo son conscientes de su letalidad. Pero eso no es todo, ya que también se encuentran al acecho serpientes venenosas y animales salvajes, eso acompañado del incesante bochorno hacen de ese lugar una pesadilla que termina agotando psicológicamente a las personas; sean grandes o chicas, el estrés y la depresión terminan venciendo a muchas de ellas.
«Dicen que Venezuela se está arreglando, pero mire cómo está», dice José Muñoz mientras señala a los cientos de compatriotas suyos que se acumulan en la frontera de Colombia con Panamá dispuestos a comenzar la travesía a Estados Unidos atravesando la peligrosa selva del Darién.
Yacen en la playa, descansando y matando el tiempo mientras un barco tras otro zarpa del pueblo de Necoclí, en la costa Caribe, al otro lado del Golfo del Urabá donde en grupos entrarán a una selva montañosa en una ruta desangelada.
«El Darién no es tan peligroso como lo que nosotros estamos dejando atrás», afirma tozudo José, un argumento que repiten una y otra vez todos los que se disponen a pasar la selva.
Quieren dejar atrás una «dictadura silenciosa» que ha hecho que un camino voraz, que comienza por una selva donde se desconoce cuántas vidas se quedan en el camino y se hace dejándose caer en manos de mafias y traficantes, se convierta en la opción más tomada.
«El Darién es una luz de esperanza para nosotros; dejar a nuestras familias atrás es más doloroso», dice a la agencia de noticias EFE este padre de familia que cruza solo.
Para él fue determinante el no tener cómo comprarles comida a sus hijos. El miedo a que se enfermaran y no tener cómo sacarlos de la enfermedad. «Esa es la realidad que vivimos en Venezuela, no la que dicen… es una dictadura», afirma.
71 % de los que se atreven a cruzar el Darién son venezolanos
Vienen directo de Venezuela, pero también de otros países como Perú, Chile o Colombia, el país que acogió a gran parte del inmenso éxodo venezolano y que cuenta, según las últimas cifras, con casi 2,5 millones de venezolanos en sus pueblos y ciudades.
Ismali, por ejemplo, llevaba cinco años en Bogotá, vendiendo dulces y otros productos en los autobuses de Transmilenio, pero se puso todo «muy caro» y la necesidad lo empujó a buscar nuevas oportunidades para Yeremias, su bebé de dos años, que acuna en sus brazos a la espera de embarcar rumbo al Darién.
«Por la economía», «por el mal vivir», «el hambre»… las respuestas se repiten una y otra vez con los mismos motivos. Un primo, que vive en alguna ciudad estadounidense, les dijo que ahí se ganaba bien. Han visto al vecino construirse una casa nueva gracias al dinero que les envía su padre por Western Union desde Chicago o un amigo lejano les dijo que vinieran, que ahí los recibían y que no era tan difícil.
Pretenden buscar refugio en Estados Unidos, alentados por las palabras del presidente Joe Biden que hace unas semanas aseguró que «no es racional» devolver a migrantes irregulares a países como Venezuela, Cuba o Nicaragua.
«El año pasado era el momento de los haitianos, ahora es el nuestro», aseguran. Lo hacen desde el otro lado, desde antes de adentrarse en la espesura, confiando en que lo que viene es mejor que lo que dejan atrás, pero sin ser conscientes plenamente de lo que les queda por delante.