El pasaje, a los ojos de la mayor parte de personas que pasaban y repasaban por ahí, no contenía esencialmente nada fuera de lo común, así que por lo tanto no tenía sentido ocuparse de él. Solo atravesarlo, como atravesamos… muchas cosas, muchos seres, casi todo. A lo más, en algunos, el pasaje provocaba un principio de curiosidad -como para decir que el pasaje despertaba justamente en su condición de pasaje una curiosidad pasajera…- Tras pasar pasabas suave y raudo a otra cosa y entonces era como si nunca hubiese existido.
Lo olvidabas así, sin más, por completo. No era por fuerza mi caso, en repetidas ocasiones. Mi fascinación era inconsciente, involuntaria, sensual, oscura. Agujereaba algo en mi imaginación. A mí, debo confesar, ese pasaje me producía una especie de simpática debilidad. No lo dudaba. El pasaje era definitivamente más fuerte que yo, como si me induciera al ensueño, estando a la vez totalmente despierto. En efecto, como quien sueña, o como quien tiene visiones puntuales y espontáneas, como si su imagen estuviera o fuera proyectada en el aire a muy poca distancia, una película muy corta que no cesa de repetirse enfrascada y enroscada en ella misma como una obsesión independiente del soñador o como un río que hace de puente tumultuoso entre dos mares y no como algo ‘real’ pero resulta que sí fue real: el pasaje permitía, con la interrupción de su irrupción inesperada, ir -casi diría deslizarse, como dentro de un tobogán o un útero alargado- de una calle a otra, en manido tiempo récord, abriendo, con su presencia solapada y subrepticia, la larga cuadra, singular y monótona, entre anónima y severa, que era ‘nada más’ que un muro gastado -a la vez que abstracto- entre las dos calles que todos sabíamos extrañamente paralelas y radicalmente distintas entre sí.
Evocaban dos destinos cercanos, muy cercanos, que nunca, pasara lo que fuera, se cruzarían. No se entendía cómo uno las sentía tan lejanas y excluyéndose mutuamente estando de manera crudamente física tan mágicamente cerca. El pasaje, sin que importara que estuvieras apresurado y abstraído y retraído y distraído y contraído y expandido te hacía detenerte (sin detenerte necesariamente del todo en él, pero ‘algo’ se detenía en ti) -era un hueco horizontal- y te hacía como saborearlo, como un pensamiento impetuoso y vertical que exigía ser pensado en el momento mismo, tenía un aire propio, un espesor delicado, era una membrana metafísica, te sacaba de donde fuera que estuvieras con su indefinible (y sensible e inexplicable y palpable) fuerza de atracción, era mucho más que un área decolorada o gris indecisa o borrosa que conectaba en breves momentos de automáticos pasos fáciles dos estados de ánimo de esa parte equívocamente apacible y de vulgaridad próspera de la contradictoria ciudad.
Yo pasaba por ahí por el puro placer de pasar, era como algo ya pensado desde antes o como algo sin pensar ¿mis pasos pensaban por mí? y lo que el cuerpo disfrutaba la mente aún no lo podía nombrar, y de pasada diré que al pasar por el pasaje yo también era el pasaje por el cual yo pasaba, como al pasar por el pasaje el pasaje pasaba por mí.
El tiempo en efecto pasaba formado de otra forma ahí.
Conectaba el lugar con algún recuerdo perdido en el abismo sin cerrar de la infancia. Como cuando el misterio de cualquier cosa resultaba más bien dulce que oscuro u hosco o inquietante. De niño, sin embargo, que yo pudiese recordar, nunca pasé por ahí… ¿O es que sí pasé por ahí y pasó algo que he olvidado y por eso vuelvo? Sería muy fácil pensar así. El pasaje sería destruido tiempo después y reemplazado por un rentable estacionamiento, tan práctico como un robo o un asesinato, pero más allá de ese detalle me seguía preguntando qué otra cosa más sentía cada vez que atravesaba ese espacio terso e intrigante, y que siempre, hiciera lo que hiciera, se me escapaba al tratar de atraparlo cuando era yo quien quedaba atrapado.
Era (aquí vamos de nuevo, pero ya acaba) una especie graciosa de mini-calle que, teóricamente, no debería encontrarse allí, y que, por tanto, casi clandestina, bien improvisada, superpuesta, pero inocente y apacible, ambigua en su concepción y completamente clara en su uso, se diría una callecita como de juguete y de hecho solo para peatones, que debería dar a un parque, me gustaba que estuviese pensada como un error hecho a propósito, como una broma dentro de una arquitectura más pesada o seria, pero enormemente funcional. Era como si disimulara su existencia sin decidirse a reemplazar por completo el orgullo por la modestia, pero sin esconderla tampoco completamente, el pasaje no daba muestras de experimentar vergüenza de ser lo que era, como alguien que no quería sobresalir pero que, no obstante, queriéndolo o no, transparentaba una incógnita ignorada, que se sentía pero que no se sabía al final qué era… cual ámbito privado hecho público, como una porción de una casa sacrificada para beneficio de la gente que usaba el pasaje y sintiendo su poder sin ponerse a pensar en el porqué.
Conservaba una prestancia discreta y evocadora, un pasillo que lejos de borrarse al cruzarse no solo llevaba de un estado de ánimo a otro y de una calle a otra y de un mundo a otro y de unas personas a otras sino que era un estado de ánimo en sí. ¡Y de qué manera lo era! ¿Pero aún no he dicho qué unía? Dos calles opuestas, como amantes secretos que se entienden y encuentran sus momentos más espirituales en el acto tan preciso de la conversación entre sus sexos. Era lo que necesitaba unirse porque estaba separado.
Era un corte. Sí. Cortaba flujos de pensamientos. Te metía en otro flujo. Y yo me pegaba a qué. Pero no era estridente, no chocaba. Era un corte que no producía dolor sino placer. Era como una puerta sin puerta -abierta y disimulada por la que podía pasar cualquiera. Te llevaba de un punto a otro, sin que le importara para nada unirlos, sin unirlos realmente. Lo hacía limpiamente, pero en el fondo no era cosa suya. El pasaje objetivamente ya no existe pero está en mi mente, y con este texto pretendo, al menos en parte, que esté en la tuya, que viva en ti, y que te incomodes y tampoco entiendas bien nunca de qué rayos estoy hablando y porqué tendrías, maldita sea, que leer algo que ni se entiende y de lo que ahora vas a escapar.
Pero ahora puede que encuentres pasajes así o cosas así por todas partes.