Opinión

El nuevo orden imperialista

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Por Tino Santander Joo

El imperialismo es un fenómeno económico estudiado primero por el inglés John Hobson en Imperialism: A Study, publicado en 1902. Hobson señalaba que el imperialismo era el resultado del excedente de capital acumulado en pocas manos, lo que generaba una crisis de subconsumo. Esta crisis interna obligaba a los capitalistas a buscar nuevos mercados, donde dominaban las economías más débiles e imponían sus productos. Posteriormente, Lenin, en El imperialismo, fase superior del capitalismo (1917), sostuvo que el imperialismo era la fase monopolista del capitalismo y que creaba el capital financiero. Es decir, los bancos ya no solo prestaban dinero, sino que también controlaban la industria y la economía nacional.

Para lograr sus objetivos políticos a nivel global, el imperialismo recurre al garrote militar, como hemos señalado en artículos anteriores, y somete a la clase política a través de organismos como la USAID, que compra voluntades tanto de izquierda como de derecha. La guerra y el uso del dólar son sus principales instrumentos de dominación.

La estrategia de reducir a Europa a un viejo y bello museo es evidente. La OTAN les resulta irrelevante, pues Europa carece de importancia militar. A Estados Unidos le interesa, por encima de todo, mantener su hegemonía mundial. Analistas económicos de todo el mundo señalan que la estrategia de Trump no solo busca crear una nueva tríada imperial (Estados Unidos, China y Rusia) bajo la hegemonía militar norteamericana, sino también consolidar su dominio económico. Para ello, se pretende debilitar el dólar con el fin de crear un ambiente propicio para la inversión masiva en Norteamérica, fortalecer su industria manufacturera y reducir el valor de su inmensa deuda.

El debate sobre los valores de esta nueva era imperial es irrelevante. La dominación cultural e ideológica se ejerce a través del control de los contenidos que producen las redes sociales y la revolución digital. Nada ha cambiado y nada cambiará: tenemos imperio para rato. Los chinos, sin embargo, tienen otra concepción del imperialismo: no invaden, sino que “invierten” en infraestructura (puertos, carreteras, hospitales, aeropuertos, trenes, etc.), creando, en muchos casos, enclaves económicos y dominando el comercio mundial. Europa, por su parte, ha quedado reducida a un actor geopolítico intrascendente y pronto será solo un destino turístico global.

¿Significa esta realidad el renacer del antimperialismo militante de la izquierda mundial? No. Lamentablemente, la respuesta de la socialdemocracia europea ha sido de subordinación total a los intereses norteamericanos. Su crítica es meramente política, sin cuestionar los objetivos económicos de Estados Unidos. Hispanoamérica, por su parte, carece de rumbo y se ha convertido en una cacofonía infantil, enredada en viejas consignas y subordinada a los intereses del imperio a través de organismos como la USAID.

La respuesta más lúcida proviene del liberalismo antimperialista, representado por Carlos Adrianzén, un destacado economista liberal que ha señalado en un artículo que la mejor manera de combatir el proteccionismo norteamericano es con más libre comercio. Los neoliberales peruanos, sin embargo, aman y odian a Trump a la vez. No les preocupa la jerarquización racial impuesta por el imperialismo norteamericano ni la crueldad con la que se trata a la inmensa mayoría de migrantes. Ninguno de los neoliberales sudamericanos condena la intención de los Estados Unidos de tomar Gaza, expulsar a los palestinos de sus tierras y construir una ribera con sus socios. Se trata de una limpieza étnica al mejor estilo del nazismo, paradójicamente practicada por norteamericanos y judíos.

La unidad de Hispanoamérica, la construcción de bloques económicos y políticos alternativos sigue siendo una utopía. Pero eso no significa que debamos dejar de luchar contra el nuevo orden imperial.

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