Por: Raúl Villavicencio H.
Qué sería de la vida si todo fuera lineal, evidente, sin sobresaltos ni sorpresas, sin atajos ni imprevistos, donde todo estuviera programado desde un principio para que sea de determinada manera. Cuando vi por primera vez ‘El Niño y la Garza’ del maestro Hayao Miyazaki no pude evitar compararla en un principio con el gran largometraje ‘Ocho y medio’ de Federico Fellini, la cual también es un repaso onírico a la vida del autor.
La película de Miyazaki habla de eso, de manera indirecta como nos tiene acostumbrados, otorgándonos, a modo de rompecabezas, lo que él quiere decir en imágenes que parecieran estar desconectadas de la historia, pero que a la larga cobran sentido cuando la obra está concluida. Eso, en otras palabras, también es la vida misma; nadie nace siendo el mismo todo el tiempo, ni se encuentra en su mismo entorno ni con las mismas amistades siempre. Es un constante movimiento donde algunos se van, otros se alejan de nuestras vidas de manera repentina y otros lugares, como aquel colegio donde estudiamos toda la infancia, en cuestión de años se transforma en un enorme edificio. Todo cambia.
Sin embargo, muchos aún se encuentran amarrados a su pasado, ya sea por un acontecimiento importante como la pérdida de un ser querido que nos dejó marcados, acompañándonos su recuerdo a lo largo de nuestro paso por este mundo. Ya depende de nosotros, con o sin ayuda, el saber soltar.
Pero el notable dibujante y cineasta de 82 años no solo habla de eso en su última película, sino también nos recuerda que se encuentra próximo al retiro y que no ve con buenos ojos lo que viene por delante, criticando una sociedad más inclinada al consumo, la cual se busca que todos piensen, actúen y parezcan de la misma forma.
Miyazaki nos recuerda que todos tenemos la posibilidad de cómo vivir, si seguimos estancados en un recuerdo, si nos arrimamos a esa gran masa uniforme que no quiere pensar de manera distinta (como los periquitos de su película, hambrientos del consumismo), o si somos aquellos que tomamos el valor para dar el primer paso en ese gran viaje hecho solo para nosotros. Es decisión de cada uno entrar a la torre.
Columna publicada en Diario Uno.