Hace un par de días el diario The New York Times publicó un artículo con este título “La COVID-19 ocasiona más de un millón de muertos a nivel global”. Hacían notar que “En los últimos 10 meses, el virus ha cobrado más vidas que el VIH, el paludismo, la influenza y el cólera. Más de un millón de personas –padres, hijos, hermanos, amigos, vecinos, colegas, profesores, compañeros– se han ido, de pronto, prematuramente”. El periodista autor del informe tenía dos líneas desoladoras: “Sin embargo, mucho de ese sufrimiento podría haberse evitado, lo cual es uno de los aspectos más dolorosos”.
En Perú, durante largos meses, la cifra de los adioses estuvo deliberadamente oculta por el gobierno. Hoy mismo no se sabe bien cuántos son. También se mantuvo (y se mantiene) en la sombra los datos de camas inexistentes, negociados con el oxigeno, compras corruptas, mentirosas conferencias sin preguntas en vivo. Es una lista larga.
Todo impune y bajo silencio por una razón: el periodismo peruano es el muerto que no aparece en la lista oficial. No me refiero a quienes hacen el día a día con los sueldos rebajados y la amenaza del despido si osan decir la verdad. Me refiero a los dueños del conglomerado de medios que se apropió, zurrándose en las normas antimonopolio, del ochenta por ciento del mercado y decidieron que los medios principales del país dejen de hacer periodismo porque querían hacer negocios usando la información y no generando información. En su ansia monetaria se hicieron cómplices de un gobierno que ejerce la ineptitud, la mentira, la corrupción y la sordidez.
Si existiese periodismo, el país habría conocido oportunamente canalladas enormes y se habrían podido frenar y corregir los rumbos. No le ha bastado, a esa mayoría informativa, haber claudicado en su obligaciones. Algunos de sus exponentes tienen el descaro de pretender que no se les cuestione. Anoche vi a una periodista que supe tener en buena estima profesional, decir con pose agresiva esta larga frase: “Hacemos el esfuerzo todos los días de ser igual de críticos con todas las partes y con todas las cartas mostradas acá”. Se trata de un cinismo sin límite. El oficialismo exigiendo no ser cuestionado, como si no le bastara la impunidad.
El muerto que no aparece en la lista oficial de los peruanos muertos, es el periodismo en pandemia. El que no quiso (y no quiere) hacer públicas las miserias destructivas de un gobierno que condujo al colapso al país, el que generó dolor más allá de las previsibles e inevitables muertes: no teníamos por qué ocupar el primer lugar de muertos por número de habitantes en el mundo. Ni ser los peores en la región, detrás del gigante Brasil. Ni tener una de las economías más dañadas del mundo.
Esta mañana, a propósito del Día del Periodista, mi amigo Alberto, en su momento gran camarógrafo de batalla a pie, en camión o en bote, me pasó un cartelito con esta frase del periodista mexicano Diego Petersen: “Ser periodista es ver pasar la historia con boleto de primera fila”.
En esa primera fila, a diferencia de los teatros o los estadios, no hay asientos. Es primera fila de pie para indagar, para atestiguar, para contar. Para hacer periodismo. Hoy 1º de octubre, Día del Periodista, no hay nada que celebrar. Los abrazos hay que dárselos a las familias de los que han muerto; a los médicos que fueron abandonados; a las enfermeras que tuvieron que comprarse sus uniformes y mascarillas; a los empleados de todos los rubros en los hospitales expuestos al virus; a los policías desprovistos de medios; a ellos y a los sumidos en la pobreza mientras en Palacio de Gobierno un tal Swing llegaba utilizando el mismo silencio que acompaña al periodismo de pandemia.