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“El mudo” una alegoría de la corrupción

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Los hermanos Vega  acaban de estrenar  El mudo,  segundo largometraje que se presentó en el IV Festival internacional de Lima Independiente.  Un retrato de la  burocracia, la corrupción y el silencio cómplice de una sociedad llena de taras.

Los primeros minutos no son los mejores del actor Fernando Bacilio, quien interpreta al juez  Constantino Zegarra. El inicio no convence y, los diálogos se notan impostados. Lo mejor comienza cuando el protagonista deja de hablar, Bacilio nos deslumbra con su lenguaje corporal, entre gestos y miradas. El personaje se transforma y crece, y la historia da un giro provocador.  Otra de las rasgos admirables de la película es la buena fotografía y  el guión.  A esto se suma el  movimiento de cámaras, que le da un potente dinamismo.  Se  sigue muy de cerca al protagonista entre detalles y planos abiertos.

En este filme los hermanos Vega han explotado muy bien la fisonomía de dos grandes actores,  Ernesto Ráez y Fernando Bacilio, padre e hijo en la ficción. Entre  la cotidianidad y el desnudo, se ha acertado en donde poner la cámara, que evoca la mirada de tímidos voyeristas. Sin duda la interpretación de Fernando Bacilio y Ernesto Ráez es lo mejor de toda la película. Por otro lado, los actores secundarios no están a la altura de la historia, la película pierde solidez en las escenas donde no aparecen los protagonistas.

El mudo es una historia que muestra la cruda realidad de la corrupción en el Perú,   una corrupción que tiene el rostro de policías, jueces y fiscales, todos juntos como una gran familia.  Como en la película El Padrino,  aquí se respira una atmosfera  mafiosa, que es vista de forma indiferente por Constantino Zegarra, un personaje utópico  que intenta vivir honestamente en medio de la corrupción. Entre saludos, almuerzos  y fiestas, el protagonista busca respuestas que jamás llegarán y un culpable que nunca atrapará.

Cabe resaltar que  en El mudo el ingreso a la fiesta es una hermosa alegoría de lo que ocurre en el filme, con una cámara subjetiva y música italiana que acompaña a Constantino Zegarra a experimentar una nueva historia. Pero esta película comparada con Octubre, es de menor factura: la película se cae en el final, un final que no convence,  y que nos deja una pequeña desilusión, pensando que pudo terminar mejor.

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