Desde hace casi medio siglo, exactamente desde los albores de su creatividad, el pintor cajamarquino Francisco Vílchez (hijo pródigo de Celendín, pero radicado fundamentalmente en Lima) irrumpe en la escena con una inquietante propuesta: sus figuras emergen desde las hendiduras más sombrías de la imaginación para perpetuarse en cada lienzo como una puerta hacia lo ignoto, hacia las profundidades inexploradas de la psique. Todo un intrincado universo de límites que se desvanecen. Una amalgama de formas fusionadas que se diluyen en un torbellino trascendental, permeando lo físico para penetrar en lo espiritual.
Con 18 exposiciones individuales precedentes (las más recientes fueron «Intermitencias» en el Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú en 2018, y «Profundo carmesí» en el ICPNA de San Miguel en 2021), el artista persiste en sus convicciones y acaba de precipitar una nueva muestra de su talento hacia su propio abismo: «Adumbratio», una serie de enigmas trazados al carbón y pinceladas al óleo que se materializan en tres pinturas, tres recortes hard edge de trupan y dieciséis dibujos sobre papel.
Esta vez, su aquelarre está compuesto por personajes mitológicos como Aquiles y Patroclo, Salicio y Nemor, el Oráculo de Delfos, arcángeles arcabuceros, juegos de abalorios, feroces combatientes de la yihad islámica y hasta un sorprendente «uno dos ultraviolento» extraído del punk latinoamericano de los ochenta. He ahí a sus clásicos efebos evocando la belleza idealizada, trenzados con la gestualidad curvilínea de mujeres voluptuosas en trance carnal. Toda una conjura danzando entre la luz y la sombra, forjando ilusiones de tridimensionalidad.
Porque eso es «Adumbratio», palabra latina que podría traducirse como «sombra» o «sombreado». En la esfera artística, evoca el acto de conjurar tonalidades más oscuras para gestar profundidad y corporeidad. Técnica idónea que Vílchez transforma en una danza caótica de formas y anhelos que brotan de su pincel y lo confirman como un artista desafiante a las convenciones y virtuoso explorador de la complejidad humana. Lo singular de su arte es el impacto a primera vista: una inquietante belleza cargada de misterios.
Orillando desde el 2006 entre San Juan de Puerto Rico y Lima, el multipremiado artista mantiene incólume su capacidad para conmover en cada trazo. Para convocar a sus fascinantes demonios y liberarlos. Para reflexionar sobre la naturaleza humana y explorar las dualidades que nos moldean: la luz y la oscuridad, lo bello y lo grotesco, la razón y la pasión. Todo ello fusionado en un baile de contrastes de perturbadora belleza.