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El libro de la imagen, de Jean-Luc Godard (2018)*

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Si (al menos, parte de) la mente de Godard fuera (y lo es) un libro de imágenes, esta película te permite hojearlo (cada vez que quieras) fabulosamente. O dicho de otra forma: serás bombardeado por una sección de una historia del cine -versión Godard- despedazada en fragmentos y recompuesta a placer por asociaciones estimulantes (más o menos crípticas o evidentes, pero no arbitrarias). Porque los fragmentos son auténticos y las totalidades presuntas de los sistemas son autoritarias, y nunca totales, sino totalitarias.

¿Esta película es la colisión de un libro (de la tecnología del libro) y una película dentro de una película que debe leerse como un libro, más que como una película? Evoca en parte un ‘álbum de figuritas’ (ahí pensé en Arrebato, de Zulueta; en Godard aunque las imágenes pasen rápido puedes quedarte prendido y prendado) donde Godard repasa mentalmente a sus héroes. Renoir, Rimbaud, Artaud, Brecht, Hitchcock, Rosa de Luxemburgo, Pasolini, Watkins, Cocteau, Welles, Bresson, Céline… Sientes casi la mano pasando los planos-páginas, acariciando las fotos fijas o en movimiento…

Sí. Cada plano es una hoja -o varias a la vez. Es la mente de otro y no la tuya, con lo que le interesa íntimamente a él, a Godard. No tiene que pedirte permiso para ser él mismo. Esto no es Hollywood, es cine altamente personal. Es la mente de quien experimenta, no la de quien repite estúpidamente la lección aprendida. Y puedes sentirte golpeado, porque la mente de JLG va más rápido cuantitativa y cualitativamente que la tuya… pero es un tómalo o déjalo. No hay concesiones. Y si lo dejas eres tú el que pierde. Las imágenes piensan, y como diría Eisenstein se trata de un pensamiento sensual, y qué piensan las imágenes… es algo que requiere no un libro sino una biblioteca. O, entre otras cosas, la obra de Godard.

Los planos, se diría, hacen sinapsis… El aspecto del juego, sin descuidar por eso los temas que trata, es fundamental. Más cosas sublimes: el montaje del sonido; nadie en cine hace lo que Godard hace con capas de voces superpuestas, silencios súbitos que potencian sonidos anteriores o posteriores, juegos con escalas de intensidades, como si los sonidos fueran sutiles esculturas o montoncitos de pintura, colores, texturas, y lo son.

Y, sobre todo, hay una selva o una ciudad laberinto de referencias, un montaje con demasiadas películas que amamos, Godard también las ama y siente la historia del cine como su propia historia personal. Y lo es. Ya lo dijo el propio Godard:  Tarantino ‘vive en el cine’ mientras en su caso, el cine vive en él.  

El grano, el píxel, la saturación, el aspecto fotocopia o vhs, la condición degradada de la imagen, el bendito – maldito digital… es como la lectura de un libro viejo que puede molestar el tacto del ojo. Además. Un viejo que juega como un niño con sus chisguetes de pintura. Un homenaje al mundo no-occidental que ha tenido más tiempo y sabiduría para filosofar.

Y hay una politica de la imagen: esa imagen a menudo semidestruida habla mejor del estado del mundo que las imágenes ‘perfectas’ de la publicidad capitalista que fingen que el mundo no se desmorona. Cineastas del mundo: aprendan.

 

*Película vista en la IV Semana del Cine de la Universidad de Lima.

 

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