Opinión

El legado de Velasco: la reforma agraria

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Por Tino Santander Joo

Hasta mediados del siglo XX (1950) el Perú era un país agrario. Las dos terceras partes de la población se asentaba en la sierra y la agricultura era la fuente de riqueza nacional. Aproximadamente hasta 1956 las exportaciones agropecuarias superaban a las mineras.

En 1956 se inicia una movilización democrática contra el gamonalismo y la servidumbre indígena. La reforma agraria se había convertido en un consenso nacional que hasta la otrora poderosa Sociedad Nacional Agraria convenía con ella y discutía la magnitud de esta.

La reforma agraria peruana era importantísima para la geopolítica norteamericana; por eso durante la dictadura odriísta, promovieron el Proyecto Vicos (Áncash) patrocinado por la Universidad de Cornell. El objetivo era acabar con la servidumbre indígena y presentar un modelo de reformas que evite la insurrección aprista que en esa época tenía una línea antifeudal y antimperialista; además, los norteamericanos querían impedir el crecimiento del comunismo en América Latina.

El presidente Manuel Prado en 1956 formó una comisión para “la reforma agraria y vivienda” que no funcionó. En 1962 la junta militar golpista de Lindley abolió la servidumbre indígena y legitimó la ocupación de tierras en los valles de La Convención y Lares. En 1964, en el gobierno de Belaunde, se dio una tímida ley de reforma agraria que no se aplicó. Hasta la “radical” reforma agraria del velasquismo (1969) que acabó con la servidumbre indígena.

Juan Velasco Alvarado, le devolvió al indígena el estatus que tenían en el virreinato español que paradójicamente perdieron con la independencia. El Perú, los reconoció como la esencia de la nacionalidad. La tierra cambio de dueños del hacendado al Estado a través de las cooperativas y Sociedades de intereses agrícolas y el indio se convirtió en campesino socio de las cooperativas, obrero en las SAIS y, pequeño parcelero en las comunidades campesinas. La reforma agraria velasquista expropió aproximadamente 15,826 propiedades y más de 9 millones de hectáreas que se adjudicaron a 379 mil beneficiarios.

El fracaso económico de la reforma velasquista y la demanda campesina por la propiedad de la tierra originó la reforma de la reforma agraria. Los campesinos de las cooperativas y del SAIS iniciaron un acelerado proceso de parcelación de las tierras irreversible.  El fujimorismo a través del decreto legislativo 653 derogó la ley de reforma agraria y liberalizó la propiedad agrícola, eliminó la restricción de inversión (artículo 5 de la Constitución de 1993).

El Perú tiene una extensión territorial de 1’285 215,60 Km2.  Superficie agrícola es 7’12500 Has. (El 18%). La superficie no agrícola es 31’ 617 457 (el 81%). La Sierra posee el 57,5% de la superficie agropecuaria, la Selva posee el 31,1% y la Costa tiene el 11,5%. Según el último censo agropecuario del 2012 la frontera agrícola se ha incrementado desde 1994 en 3’ 360.7 de Has. 9.5%.

La falta de agua impide el desarrollo de la agricultura en la costa en un 55%, en la Sierra el 32% y en la Selva el 13%. También, la falta de crédito limita el desarrollo agrícola. Existen 5 millones 191 parcelas a nivel nacional y el promedio de las parcelas es 2,8 Has. Tenemos 6277 comunidades campesinas y 1322 comunidades nativas (datos del censo agrario).

La clase política propone el canon comunal minero. Dinero que será entregado a las comunidades campesinas a través de núcleos ejecutores para que ellos realizan obras comunales y evitar conflictos sociales. Esta es una medida aislada para salir del paso que busca amilanar los conflictos mineros.

La agricultura requiere urgente infraestructura (grandes y medianos reservorios); riego por goteo; represamiento de las cuencas más importantes; crédito agrícola, cadena de frío, carreteras, ferrocarriles que unan el Perú; titulación de tierra; capacitación técnica y productiva. Los agricultores quieren una revolución de inversión, tecnología e infraestructura, pero esta debe estar acompañada de la minería. No hay agricultura sin minería ni viceversa. Todo lo demás es ficción ideológica que los agricultores rechazan.

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