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El largo silencio de Fernando Túpac Amaru

Recientemente, sus “restos simbólicos” fueron repatriados al Cusco luego de 240 años de exilio, siendo recibido con gran júbilo por las autoridades y representantes de las Fuerzas Armadas, sin embargo, queda aún el arduo trabajo de recuperar ese grito ahogado de Fernando al ver a sus padres y familiares sometidos por la barbarie.

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Por Raúl Villavicencio H.

Ser condenado a muerte por el solo hecho de ser el hijo de un rebelde, ese fue el único delito Fernando Túpac Amaru Bastidas, hijo de José Gabriel y de Micaela, protagonistas de la última y más importante rebelión en el insípido Perú, la misma que sirviera de caldo de cultivo para la gran independencia de los países latinoamericanos.

El niño, junto a su hermano Mariano, presenciaron la cruenta muerte de sus padres, degollados y apaleados de manera inmisericorde por los vencedores, quienes querían enviar un claro y sanguinario mensaje a los demás rebeldes para que desistan a levantarse en armas contra la corona. Pero eso fue el principio de sus suplicios.

Apresado por los españoles, pasó largo tiempo cautivo en la ciudad del Cusco antes de ser enviado a Lima, teniendo que recorrer junto a otros detenidos más de mil kilómetros hasta allá, a pie y descalzos, encadenados uno con el otro, sin importar las bajas temperaturas de la sierra.

Ya en la capital del nuevo virreinato, ‘Fernandito’ pasó sus días encerrado en una oscura prisión del Real Felipe, en el Callao, imposibilitado de volver a ver una vez más la luz del sol. Posteriormente, ordenaron su destierro al África, pero un accidente marítimo lo terminó llevando a España.

Fue en la tierra ibérica donde ‘Fernandito’ imploró clemencia y humanidad al rey de España Carlos III, desde su reducida prisión en el castillo de Santa Catalina, en Cádiz.

Pasaron los años y nunca más se le permitió volver a salir. Falleció el 30 de agosto de 1798 y había cumplido la edad de 30 años. Dos tercias partes de su vida la pasó entre torturas y mazmorras. Según sus propias palabras sufría una “melancolía hipocondriaca”.

Fernando Túpac Amaru murió en la pobreza extrema a pesar de que se le entregaba cerca de nueve mil reales anuales, pero todo ello fue a parar para pagar impuestos y su tratamiento de salud.

Recientemente, sus “restos simbólicos” fueron repatriados al Cusco luego de 240 años de exilio, siendo recibido con gran júbilo por las autoridades y representantes de las Fuerzas Armadas, sin embargo, queda aún el arduo trabajo de recuperar ese grito ahogado de Fernando al ver a sus padres y familiares sometidos por la barbarie.

Columna publicada en el Diario Uno.

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