«Tuvo muchos amigos», dijo Omar, hijo del gran caricaturista arequipeño, durante el homenaje póstumo que se realizó en mayo a Chalo Guillén, en una de las salas de exhibición del Centro Cultural de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa.
— Todos siempre tenían palabras de cariño hacia mi papá —destacó su hijo ante un centenar de asistentes durante la inauguración de dicha exposición, con reproducciones de su obra artística y de varios dibujantes que han representado al personaje—. Era un apasionado del deporte, además fue parte de la Selección de Básquet de Arequipa —continuó Omar disertando sobre su padre, recordando su niñez, cuando veían juntos los partidos de fútbol.
¡Qué no se ha dicho de él! ¡Del gran Chalo! —como lo conocían muchos de sus amigos. El maestro Chalo, en su juventud, llegó a conocer al gran Che Guevara en Cuba, según cuentan, cuando tuvo que huir de Brasil por sus ideas políticas en un barco pesquero ruso, aunque lo político no fue su prioridad. Allí coincidió con la esposa del Che, la economista peruana Hilda Gadea Acosta, con quien tenía un amigo arquitecto en común.
— Charlamos largamente y comenzó a hablarnos de que la revolución es la única salida, la transformación de la sociedad, y de que los jóvenes éramos los indicados porque no teníamos pecados; entonces, éramos claros y transparentes para poder enarbolar una transformación de esa índole. Él creía en el hombre nuevo (…). Nos conversaba de esto (…). En ese momento, creímos que es posible una transformación (…). Al final te das cuenta que, las balas son balas y solo causan muerte (…) —recordó en una entrevista Chalo Guillén al famoso Che.
También destacó porque compartió con personajes como Vinicius de Moraes, Luis de la Puente Uceda, Luis Bedoya Reyes y Enrique Chirinos Soto, pues en vida disfrutó de los debates e intercambios de carácter político.
— Yo lo conocí a Vinicius de Moraes —llegó a declarar Chalo—. Más que todo, él frecuentaba Copacabana, en un local donde iba la gente que le agradaba la música, a veces iban o no iban, era muy informal. Él era un poeta extraordinario, un compositor… Tuvo siete esposas.
Chalo —que tenía una personalidad singular, siquiera comparable con su amigo, el pintor Luis Palao Berastain— no ostentó ni esperaba reconocimientos, homenajes y premios a pesar de su talento. En ese aspecto, se parecía a Palao, pero no era tan silencioso como él; por el contrario, dejaba notar su entusiasmo y verbosidad en cada conversación, al estilo de otro amigo suyo, el historiador Eusebio Quiroz Paz Soldán. Chalo fue un poco reacio a las ovaciones y los aplausos. ¡Eso sí! Por supuesto, su arte lo merecía.
Sus padres los bautizaron con el nombre: Rodolfo Gonzalo Guillén Peralta, aunque se hizo más conocido como Gonzalo, de allí que lo llamen “Chalo”. El arte corría por sus venas, pues sus tíos cercanos, Alejandro y Arturo Peralta Miranda, se dedicaron a la literatura, fundando el recordado grupo Orkopata. Uno de ellos —Gamaliel— se volvió célebre en las letras peruanas.
Antes de la cultura, las letras, el dibujo, incluso, la arquitectura, era solo un escolar soñador que hubo de cerrar aquella etapa en el colegio San Francisco de Asís en 1956, precisamente en dichas aulas conoció a Eusebio y desde pequeños se hicieron buenos amigos. Gonzalito, seguía la disciplina de su padre, Isaac Guillén Gómez, agricultor radicado en Paucarpata, quien a sus 41 años, un 8 de septiembre de 1932, desposó a su madre, Carmen Peralta Miranda, que tenía 28 y era natural de Puno.
Su trabajo artístico se extendió propiamente en los años 80 y 90. ¡Quién no hablaba de las caricaturas de Chalo! Pero en realidad, este talento para el dibujo comenzó a cuajar desde jovencito, allá por la década del 60, veinteañero o treintañero, pues había adquirido la nacionalidad arequipeña naciendo un 30 de abril de 1939, y estuvo a punto de lograr la brasileña, ya que durante su etapa universitaria, cuando viajó a Río de Janeiro. Su primera vez —según el registro consultado— fue en 1958, precisamente en una entrevista recordó entre los años 1957/58. Entonces, registró que vivía en Lima, en el jirón Miller No. 1541, tal y como se desprende del documento. Esa decisión de mudarse al extranjero, nos habla de un chiquillo avezado, con ganas de conocer y enfrentar el mundo. Allí, en la ciudad de Niterói (Brasil), hubo de conversar con el arquitecto Oscar Niemeyer, una genialidad de su tiempo.
No dudó un minuto, tomó las valijas y se mudó temporalmente al país del Carnaval. Omar Zevallos (2010), en su libro sobre la caricatura arequipeña, comenta que a los 17 años decidió estudiar arquitectura en la Universidad de Minas Gerais. También dice que Chalo participaba de muchas tertulias culturales, académicas, tenía una inclinación de «izquierda» y aquellas situaciones lo condujeron a Cuba; pero, naturalmente, tal cual percibimos, esos intereses políticos o ideológicos, después no fueron prioridad como militante. Más pesaba su profesión, su arte, por lo que de regreso a Brasil, pensó viajar a Europa; sin embargo, Benjamín Doig, un arquitecto amigo, lo convenció de retornar a Perú.
— Siempre me agradó la tertulia, la conversa, el filosofar, y la noche es muy propicia para eso, paralelamente a mis estudios, yo hacía ese tipo de actividades. En ese tiempo se hablaba, se discutía, las dos posibilidades que habían: el socialismo y el capitalismo —declaró sobre esa etapa de su vida.
Chalo, en la década del 60, comenzó a dibujar para diferentes medios. Tenía de qué hablar y bromear. Pintaba y dibujaba muy bien, a tal punto que está considerado en importantes compendios biográficos de artistas nacionales, por ejemplo, el Diccionario de Gabriela Lavarello Vargas (2009). Estuvo en Oiga, una prestigiosa revista donde hizo caricaturas con severas críticas a personajes como Enrique Chirinos, con quien no coincidía políticamente, según declaró hace algunos años.
No siempre hubo discrepancias ni tensiones, aquí conoció a un buen amigo, el poeta Francisco Bendezú. También colaboró con Caretas y La Olla. Para él, la caricatura lo era todo, un medio de protesta, de satirizar a los malos políticos, y una forma de homenajear, de expresar su admiración, por ejemplo, a Marco Aurelio Denegri, Jorge Luis Borges o Mario Vargas Llosa. Además, fue tan completo que trabajaba con distintos materiales: lápiz, lápiz de color, pincel, tinta china, collage, acuarela, cuero con gurbia, anilinas al alcohol y acrílicos.
En noviembre de 1967, fundó la revista Mona Lisa, donde alternó con caricaturistas como Guillermo Osorio; luego ganó un premio en el Salón Internacional de la Caricatura de Montreal de Canadá representando caricaturescamente a Ho Chi Minh en el año 1969; y en los años 70, realizó una exposición —una de las pocas— en las Galerías de Arte del Banco Popular. También tuvo experiencia como docente de dibujo en universidades de Lima.
Dos de sus referentes artísticos fueron los destacados, Teodoro Núñez Ureta y Julio Málaga Grenet, dando continuidad a dicha tradición artística en la ciudad de Arequipa, cuna de importantes pintores a nivel nacional. Su ingenio lo llevó a fundar y editar la revista de humor político Caracoles —aunque también he leído que se llamó El Caracol— hacia los años 90.
Aquel periodo fue prolífico para el autor, no solo se multiplicaron los trabajos que realizó, además alcanzó una difusión nacional; de este modo, en el cambio de siglo, ya era un personaje que concurría a exposiciones y algunas presentaciones de libros, con un atuendo típico de él, la camisa, su saco a cuadros y su sombrero. El buen Chalo, nunca esperó algo, pero felizmente, en vida, recibió un reconocimiento del Gobierno Regional de Arequipa en el año 2009, cuando ocupó su presidencia Juan Manuel Guillén Benavides.
Por esos años, ya consolidado como uno de los «mejores exponentes en esta disciplina», comenzó a difundir su talento en redes sociales, recordándonos, hasta sus últimos días, la genialidad de su pincel. El 15 de noviembre del 2023, lamentablemente falleció, dejando un gran vacío en la caricatura arequipeña.
— La caricatura creo que nace desde siempre —ofreció una reflexión sobre su arte—. Podría ser que Dios inicie un poco ese tipo de trayectoria caricaturesca, al hacer del barro al hombre o transformar, diríamos, al ángel en diablo, como fue Lucifer, que pone alas de murciélago, patas de cabra, cola de león, en fin, hay unas facetas que definitivamente son especulaciones filosóficas.