El progresismo liberal ha parido una nueva variante: el fujikaviarismo. Su acta de nacimiento está rubricada en el bicentenario de nuestra república; los exhibe siendo capitaneados por el converso marqués Vargas Llosa y su hijo Alvarito, secundados por Pedro Cateriano y amadrinados —en los medios de prensa— por la inefable Rosa María Palacios. Los fujikaviares son los mismos que combatieron fervorosamente el legado fujimorista y que, ahora, se refugian bajo el catingoso kimono naranja, para no perder sus privilegios.
La conversión política de Mario Vargas Llosa ha sintetizado los anhelos de un sector de la ciudadanía —crecientemente mayoritario— que sigue en confusión, debido al ascenso de Pedro Castillo y Keiko Fujimori como próximos contendientes de la segunda vuelta, para elegir presidente en el Perú. Puesto que, ambos candidatos, proponen un conservadurismo social y un autoritarismo en temas de democracia, la elección del mal menor se ha vuelto más difícil que encontrar honradez en el régimen de Alberto Fujimori. A estos candidatos los diferencia la postura estatista del candidato del lápiz y la defensa del modelo, que propone la heredera de la dictadura. Pero desde ya, el legado autoritario que encarna y condona la candidata naranja bastaría para no asumir una postura favorable con su candidatura. Sin embargo, Vargas Losa ha hecho todo lo contrario: se ha avenido con el proyecto político de la china y le ha dado su aval, condicionando ciertos puntos para complacer a la tribuna.
El giro de Vargas Llosa en el Perú —similares actuaciones ya ha tenido, apoyando a Bolsonaro y Uribe— es la punta de lanza que esperaban los progresistas vergonzantes que detestan a Pedro Castillo, pero que a la vez sienten legítimo asco por la candidatura de Keiko Fujimori. En un rápido balance ellos ya tenían su mejor opción, pero hacer público el endoso a la candidata naranja era motivo de vergüenza. Ahora Vargas Llosa los ha liberado de esos prejuicios y amparados en un amor irrestricto por su patria ya pueden anunciar su apoyo a la candidatura de Keiko Fujimori.
No sería extraño que luego de este pacto infame, que hace nacer al fujikaviarismo en el Perú, veamos a los antiguos caviares sirviendo en las covachas fujimoristas y acomodando sus discursos para medrar del estado, si es que la china llega al poder. Y es que —en el fondo— sus ideas liberales no atacan a todas las dictaduras, sino específicamente a las dictaduras de izquierda. En los regímenes autoritarios de derecha sí se sienten arropados.