¿El (así llamado) cine regional peruano ya salió de la esfera de lo que se conoce como la de ‘el indio permitido’ o aún falta un poco (o mucho) para que por fin lo haga? Porque si de algo estoy seguro es que —si de veras va a evolucionar— el cine regional peruano lo hará.
¿O tal vez seré muy optimista?
Más allá de la discusión acerca de los logros (técnicos y artísticos) de ambas películas —exagerados (o no) por diferentes críticos— mi observación central, muy sencilla y muy obvia (aunque parece que no para todos…) va por el significado de la imagen del ser humano ‘ejemplar’ que se nos da en estas películas, que es, con insuficientes matices para negar lo que afirmo, sobre todo, una: la del derrotado, hundido, indefenso —inofensivo humillado y ofendido— ninguneado… es decir, el perfecto lugar de la víctima, que se encuentra, no hay sorpresa, probablemente en un callejón sin salida; lo cual, claro, inspira pena y compasión, a menudo sentimental y paternalista; pena y compasión que, por lo fácil, algunos podríamos suponer que no arregla nada, o muy poco: ‘y a continuación de esta sensible película regional peruana que refleja la dura realidad busquemos ahora alguna otra de donde sea para seguir gozando, digo, sufriendo’. Eso si el ‘consumidor’ no cambia de estilo o género.
En resumen: ¿no es esta una imagen grata al sistema neoliberal que nos oprime? ¿Alguien piensa de verdad que ese es el camino?
Se puede señalar por supuesto que esta situación desesperada y horriblemente injusta obedece a causas estructurales y en principio estoy plenamente de acuerdo. Pero esta imagen, dolorosa y trágica, si bien puede inspirar, por contraste, a la lucha, es una imagen en sí misma bastante cómoda —aunque sea claramente ‘incómoda’ para quien la viva— tal como está expuesta, y, siendo así, corre el riesgo de devenir inoperante e irrelevante. Los espectadores se pueden fácilmente deleitar en su propio masoquismo (típicamente melodramático y no particularmente reflexivo) con una puntita sádica, en vez de sacar las conclusiones ingenuamente esperadas. Mi pequeña tesis consiste en que esta imagen se acomoda perfectamente dentro del concepto de ‘el indio permitido’.
Término trabajado por Rosamel Millaman y Charles Hale pero originalmente creado por Silvia Rivera Cusicanqui. Con la política del ‘reconocimiento light’ se crea un sujeto: ‘el indio permitido’; el indio que el Estado quiere ver, usando la palabra indio a propósito, porque trata de enfatizar que es la forma despectiva en que los Estados tratan a los pueblos. ‘El indio permitido’ sería entonces el sujeto que está aprobado y validado por el gobierno, que acepta sin cuestionar las políticas del Estado que los promueve y que no demanda nada mas allá. Hale añade que, cuando se promueve ese sujeto permitido, a la vez está prohibido el otro, ‘el indio insurrecto’, que es el que dice que NO, aquel que no está de acuerdo con el sistema neoliberal y que dice ‘no voy a consentir tus políticas multiculturales que no tienen sustancia’.
Conclusión: permítanse, de una buena vez, indios insurrectos.
Aunque acaso eso implique menos Netflix y menos Oscar.
Nota: el último párrafo de este texto es un parafraseo de un párrafo del siguiente texto:
https://www.alainet.org/es/active/32503