Opinión

El hombre que robó el sol, de Kazuhiko Hasegawa (1979)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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No será este un Japón tan tranquilo y simpático como el que registra con genialidad apabullante el francés Chris Marker, en su por múltiples razones memorable film-ensayo Sans soleil (1983). En todo caso, se trata de una capa que hay que atravesar, un punto de partida tan necesario como constantemente equívoco. ¿Desde dentro, desde el corazón de la derrota y el sometimiento a Ocidente, aunque cierta parodia de la prosperidad sea evidente, cómo sienten Japón los japoneses? ¿Cómo se sienten a sí mismos? La respuesta será, y, en realidad nadie debería sorprenderse, notablemente oscura.

Hasegawa opta, eso sí, por la sonrisa del payaso, por lo divertido por absurdo, en su método expositivo; al tiempo que introduce el dedo en varias llagas. -Pues las sombras del pasado siguen muy presentes, apenas disimuladas-. Elige una paleta alegre, cálida y colorida, amenizada con abundantes secuencias por las calles de Tokyo, como para palpar a la gente, como para que, con cierto sabor documental, se experimente mejor el delirio; si algo está claro es que la película quiere hablar de cómo se sienten ellos, del ‘zeitgeist’, del espíritu de una época para un pueblo específico y más allá.

Sobre todo, a través del protagonista: canalizador convenientemente inserto en la multitud, un nadie, un solitario muy representativo (un hombre común poco común), entre recorridos y vagabundeos, travesuras y persecuciones. Está entre ellos, con ellos, y a la vez, y en más de un sentido, sin ellos, y contra ellos. Es el hombre de la goma de mascar; detalle irrisorio pero definitorio de su ser adolescente perpetuo, de un cierto grado de excentricidad que lo hace impredecible, además de desorientado, divertido, es muy espabilado y metódico. Y qué tenemos aquí. Un profe de ciencia de escuela secundaria empeñado en fabricar una bomba atómica; nada menos. Menú servido.

Del otro lado, en la otra esquina: como parte integrante del tejido social deprimido, tenso y deshilachado, El Emperador Invisible (serás liquidado antes que hablar con él), El Estado Policiaco (el gobierno y su brazo armado, listo para mantener a raya a una población sometida, ¿les suena conocido?), objeto de exquisita burla en una comedia tan demente como seria y a tomarse en cuenta.

Ahora resulta que acabo de ver por primera vez una de mis películas japonesas favoritas.

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