La interrogante que sobrevuela como un ave rasera estos versos sueltos y directos es la misma que nos brinda Vallejo (y de ahí, el evidente epígrafe): la necesidad de establecer una estética en un mundo donde el hambre sacude los cuerpos, donde los signos no curan la destrucción del medio, donde la carne humana imparte sus rituales de abandono y pérdida. Este prolífico y polifacético autor argentino nos dibuja un cuaderno de guerra para una época que vuelve a leer poesía luego de años de desplazamiento.
“Se trata de un renacimiento, de una epifanía, de un triunfo definitivo después de una sombría época en la que todo parecía naufragar: el desprecio acompañaba gestos solitarios, el poeta era ya el inexistente en la fiesta social y aun en la dramaturgia social y aun en la seriedad social”
Este inevitable regreso del poeta, en sociedades donde prima lo tecnológico c0mo eje de rotación semántica y de posibilidad difusora, tiene un curioso rol: el de salvaguardar los ejes, el de reavivar la otra música, el otro concierto del sistema que somos. Sin embargo, ello no puede elevarse más allá de propio cuerpo, de la propia voz de las vísceras,
sin pan y sin actitud frente a la vida el leñador transita que venga el leñador decepcionado porque no hay (Poema, todos los oficios tienen su final, página 15)
Como en el Vallejo trilceano, muy diferente al Vallejo poemashumanianos, o al Vallejo heraldosnegronianos, vemos una trascendencia estética; y es que, frente a un programa argentino predominantemente sublime en el decir borgeano, suena aperturador intentar una quimérica forma, un obnubilante lenguaje del cuerpo, de su derrota y sufrimiento, de su hambre, dado que establecer el uno mismo como espacio estético mental del verso crea la posibilidad de atacar la realidad como tal y presentar ante ella, versos que dialoguen y extiendan un cierto tiempo de espíritu. Habla de lo que la carne siente, el tajo psíquico de la realidad misma:
“soy un perro que la sociedad reprime
voy a hacer una declaración
conseguiré muchas firmas
me voy a corregir alguna vez
sanos propósitos de enmienda me estimulan (Poema Contámelo otra vez, pág. 23)
En casi 1000 años de poesía española, pasando por los pesados sonetos renacentistas italianos o las búsquedas anacoretas de Ramón Lull o San Juan de la Cruz, o, por otro lado, poetas que no siguen el camino lógico y rítmico del poema en métrica sino el riguroso arte de crearse a sí mismos en el verso. Espejo y encuentro, color y originalidad que preña el arte vallejiano y simultáneamente, como un sedimento, extiende la lógica jitrikana con el afán de darle al lector un viaje desde la bitácora más humana y existencial: el comer.
La comida y sus derivados son eternos temas en la poesía de todos los siglos y tiempos; aparecen bebedores en los poemas chinos, aparecen elegías al vino en la poesía española modernista, se abren cantos a la comida chilena en los versos de Pablo de Rokha, el italiano Quasimodo dedica poemas al verdor de sus limones, o los poemas dedicados al anticucho de Arturo Corcuera, o los poemas posmodernos sobre la vacuidad y la comida de V. Coral, o Neruda en sus odas a las cebollas, en fin, es un tema de la propia idiosincrasia estética del verso, dado que la poesía trata lo humano, salvaguardando así un registro más pictórico de la real, no solo el sedimento de lo lírico como algo lejano a la experiencia con el mundo, sino experiencia del mundo mismo.
En el Perú y en toda América, el comer y su estética llenaron el orgullo a nivel estratifico y demostró que a la gente le importaba probar, saborear y experimentar el gusto de la buena comida. Esos sabores, para nada espontáneos sino parte de una historia de necesidad y escases, de experimento y búsqueda, para, como se explica, acabar con el hambre.
El hambre, en todos sus matices, conduce incluso a cierta avidez que causa monstruosidades literarias. Conduce al miedo del otro y así nace aquella frase de: morirse de hambre. Lo que nos muestra que los deseos del otro no son saciados salvo cuando el alimento es protegido, sin embargo, ¿cómo proteger el fuego en tiempos ávidos de lo más básico? El recordado Enrique Verástegui en una entrevista confesaba que le aconsejaría a los jóvenes escritores una cosa: comer, ya que comer nos permite estudiar, aprender defendernos de la tuberculosis, indestructible caballo de Troya de muchas ambiciones literarias.
Es que, ese “morirse de hambre”, aleja a la masa lela de las letras creyendo que uno solo debe habitar el mundo desde el logos del trabajo y sus valores, estimulados evidentemente (y aquí le doy en cierto sentido la razón a Weber) por la escala de valores de las religiones impuestas como de la propia razón burguesa que domina la superestructura de lo real, en ello, el espejo de la masa es limitativo: “no te dediques a las letras, te vas a morir de hambre” Lo que significa, no tienes derecho a nada que no sea saciar tu necesidad básica de comida y sexo. La razón freudiana del deseo y la establecida por lacan del signo, siguiendo moldes más amorfos, permite entender el juego de la real, tanto en su plano simbólico como carnal; en el poeta, estas decodificaciones casi científicas, llevan a la estética desatada, a esa necesidad de verse y observar.
Ello me conduce a explorar con otros ojos un poema c0mo Siempre yo siempre yo, que me sabe algo reflejo propio del discurso creado; recurso que donde suenan recuerdos y añoranzas,
desearía que los vagos pensamientos que ahora
desgranan mi tiempo y lo reducen
fueran mi sustancia total
guiaría mis pasos dirección mi pensamiento
no dirección desgaste dirección desamor cansancio
Hay, se observa, se siente, un yo que no es solo lírico y abstracto; que, contrariamente, se enrosca en la experiencia humana para saborearla y reflexionar desde un lenguaje sencillo sobre su propio ritmo,
ah ! si Ta cosa se me diera de nuevo
no dejaría nunca nada detrás
todo lo haría a la perfección
podría corregir las ofensas que te hice
mis gruñidos mis rujidos prepotencias mis crujidos
las ofensas no existirían
juro que ni tardanza ni debilidad ni equivoco
empañarían jamás mis promesas
mis sentimientos serian tenaces y mi paciencia
Ello genera una reflexión no identificada con algún daimon o estro lírico social, sino una voz vertical y subjetiva, que pinta lo interno sin otro ritmo que
solo piden vino y pan
nada más que pan y vino
no esos oscuros pensamientos
esas palabras que ya no dicen nada
complicadas
piden vino y pan
son los quesos los que piden pan y vino
no el invasor
el invasor termina su inventario
encuentra todo demasiado oscuro
esa ausencia de compotas esa falta de strudel
(Del poema ya no queda nada)
El strudel es un dulce de manzana que recuerda al budín peruano, o a la bomba de manzana, dulces que nos asocian con la infancia; como Proust, se siente que los recuerdos son hilvanados con el vivir diario que se alimenta justamente de almuerzos, cenas como de amores y cavilaciones. A la creación profunda de máscaras, o en otros tiempos huacos retratos, o registros que permitan establecernos un instante entre el vacío, los cuerpos, la historia, las estéticas, los yoes. Comer y comer, por ende, es un trabajo que destaca por su inclinación a la música íntima, a la gastronomía propia, a ese feliz desencuentro del rigor y lo íntimo. Sabemos que Jitrik es un autor de una larga y prolífica trayectoria, donde lo riguroso de libros como La lectura como actividad (Premia Editora, 1982) que, no obstante, se da sin aspaviento en sus tonalidades,
De todos mis proyectos
el más infinito
el que salta más entre las mesas y las sillas
fue siempre el de cantar
tener los pelos largos
y la voz radiosa
ser un hombre de mi tiempo
(Del poema ¿lo hacemos?)
Es el arte de la escritura
el discurso es el orgasmo
es el fondo de las cosas
la palabra tallada en una piedra
es el mundo que revela
demonios y hambrientos
vapuleados corrompidos (Del poema Remordimiento de Nuere)
Ya en la Quinta sección llamada Por España vemos una revuelta guiada hacia las reflexiones de Alba Longa, es decir, la geografía de los caminos, el movimiento: geografía dibujando su estética. Así llegamos a un poema tributo a A. Machado, llamado justamente Acceso de Segovia que nos muestra un diálogo directo con el autor de Campos de Castilla,
todavía lo recuerda
don Antonio se encerraba
apenas quebraba su ausencia
como afligido pasaría
como español
que escribiría entre esos crespones de Segovia
pasaría en puntas de pie
su paso debía ser leve
como la respiración de dona Luisa Borrego
pasaría para ver las torres y salir
de su clara sombra de soledad
Asistimos después a un itinerario final donde se observan castillos franceses, o a caminos por los paisajes de Segovia junto a A. Machado y su verso nacional paisajista. Hay, en todo caso, una suerte de banquete de posibilidades que logran crear un libro impertinente, como bien sugiere en la contraportada, “para un público inquieto y múltiple que quiere comer, y lo que no quiere es comerse su hambre, no quiere comer pretextos ni malos alimentos”. Sin embargo, vemos que el hambre también es metafísico o, cuando menos, es naturalmente hambre de ser, hambre del intelecto; y es la de hallar finamente un lugar digno para las letras en una sociedad burguesa, tal y como Noé Jitrik mismo expresa en el prólogo de Producción Literaria y Producción (1975),
…en plena época burguesa, el escritor —pero no porque esté fuera del circuito de producción sino porque está obligado a actuar según lo que le marca el circuito de producción— es un secundario, un marginado, casi un «raro”. Entonces, ¿cómo volver a discutir estos problemas, cómo volver a integrarlos con lo real?.. . pero no con la apariencia que de lo real se fabrican quienes dominan la vida de la sociedad.”