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El gato plumas de ratón. Adelanto del libro-película (III), de Mario Castro Cobos

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Este libro, cuyo verdadero orden desconozco, irá apareciendo por partes por aquí en los próximos meses (y no sé si años). Algunos de estos textos servirán también para una (o más) de mis películas, la primera (o la única) de las cuales aparecerá, me parece, este año.

Era una, para quien la viera, saludable —y también cómoda— apertura de piernas —la totalidad de esa apertura hubiera sido como la dicha y el espanto de un niño ante una noche con cielo estrellado; pero pasó muy rápido, tanto ella como su par de piernas— subida en la bicicleta, que no era, definitvamente, el modelo más ajustado a su cuerpo, ni tan grande ni tan pequeño, tratándose, como se podía ver, de una bicicleta más pequeña que grande, pedaleando, presta, ágil, escurridiza y próxima —luego de, con descuidada gentileza, evitar atropellarme— a la curva en bajada, calculadora y moderadamente suicida, de la amplia calle espectacularmente vacía, como un río sólido que desemboca, sin llegar a moverse, en el mar, dando de pronto un, en cierto modo, coqueto, zigzag suave, entre meditativo y exploratorio, y deteniéndose —pero solo por unos momentos— cerca del borde, como si quisiera no olvidarse de algo, y fijar, de una vez por todas, una idea, para luego tomar otro impulso, ahuecando aún más —la ya de por sí— móvil, poros y flexible muralla de viento, al hacer uso de sus eficientes músculos, que la llevarían dentro de escasos instantes, preciosos, intensos, mediante un movimiento giratorio metálico y de origen terrestre tanto como de aspiraciones angelicales y endemoniadamente aéreas, y como si fuera el estiramiento repentino y gracioso de una banda elástica o de la pierna de una bailarina, hacia abajo; pude ver que parecía estar disfrazada, visibles así sus ganas de no ser muy visible, portando gorra y audífonos, y entonces se palmeó, con energía amable (una mano hábil de triunfadora velocidad deportiva lanzada de lleno contra un fresco tambor) y con una suerte de entusiasmo masturbatorio, el muslo; pero lo hizo como si fuera el muslo de otra, cual abreviatura impetuosa o fusión acelerada de muchas caricias lentas y tiernas y sin dejar de sentir por otra parte que aquel muslo era indudablemente el suyo; un muslo, a la vez, pariente o símbolo de no se sabe cuántos otros haciéndose presentes de golpe en respuesta a la llamada sonora, como una pequeña multitud; o, acaso, de uno solo que ciertamente valía por todos; se acompañaba, elevando su voz si apenas con una velada timidez, cantando alguna canción que se difundía levemente por encime de los rasguños asordinados cas indiscernibles de la música, que eran como su doble de silueta borrosa, semejantes a las alas imperceptibles de su bicicleta en reposo, y que la envolvían como un viento adicional, un viento interior, escapado cual halo fino y chisoeante; sola, pero sin parecer sentir en lo absoluto soledad alguna, como quien habla solamente para sí sin que importe que alguien —fuera de su reino interior— pudiera escuchar su íntima conversación; ese palmazo, la rotundidad de su ejecución. dando por una sola y única vez la nota satisfactoria y precisa; esa alegre cachetada en la mejilla de aquella firme y delineada masa de carne cercana y ajena mima sus deseos más secretos, más inocentes y más feroces al calor desnudo del delicado fuego que emana de la luz tibia y ligeramente áspera de su voz.

Parte I
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Parte II
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