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El gato plumas de ratón. Adelanto del libro-película (II), de Mario Castro Cobos

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Este libro, cuyo verdadero orden desconozco, irá apareciendo por partes por aquí en los próximos meses (y no sé si años). Algunos de estos textos servirán también para una (o más) de mis películas, la primera (o la única) de las cuales aparecerá, me parece, este año.

M.C

El gato plumas de ratón no ha sido encontrado hasta ahora, pero ha sido visto en sueños. Nada cuando vuela -y siempre al contrario- y bebe cuando olvida la incesante sed de la inalcanzable luna (excepto por los astronautas) cuando ella es un ojo como túnel que es espejo y que se barrunta no menos misterioso que el sexo de los ángeles.

El gato plumas de ratón se alimenta solo de pensamientos y no ha emitido hasta el momento sonido ninguno registrado por casa discográfica u oído humano pero ha inspirado a músicos anónimos y deambulantes extrañísimas piezas de acentos sublimes.

Ha sido probado recientemente que nadie sabe cómo ni cuándo ni porqué se reproduce, en caso de que lo haga. Tampoco se sabe si se trata de un ejemplar único o si le da lo mismo venir de donde venga o ir a donde va o quedarse en donde está.

Si alguna vez en tu vida te lo encuentras verás que es gris transparente pero si te distraes y te relajas comprobarás cuando menos lo esperes que está lleno de colores, sobre todo de colores que solo tú verás, porque son solo para ti.

De día no lo verás (a menos que la sombra de un pájaro te atraviese el pecho en una calle sin gente y que ambos griten al mismo tiempo y que el grito del pájaro sea humano y que el grito humano parezca ser de pájaro).

Cuentan las leyendas más antiguas que solo los puros de corazón podrán verlo. Yo creo, como nunca antes, y tal vez, seguramente, como nunca después, y con toda el alma, que tú, si así lo quieres, lo verás. Al menos una vez.

Su cara descansaba sobre el hombro de su mamá. No se consolaba aunque ella estuviera con él. Hubiera querido acercarme más. Ya estaba grande, era gordito, no sé la causa de su llanto.
Algún día seré capaz de llorar así.

Recupero la conciencia, y con ella, la conciencia de mi cuerpo. Salto de la cama, tiemblo, busco un hueco, palpando la pared. La cortina queda en mis manos, y logro, por unos segundos, entre balbuceos, rezar. Estaba, quiero decir, había estado, entre dormido y despierto, y yo era un punto, solamente un punto, precipitándose a la nada a increíble velocidad. Recobro la conciencia en el momento en que iba a desaparecer, a ser tragado por un abismo sin nombre. Salto, poseído por una fuerza animal, para escapar, para seguir escapando. Sudor frío corre por mí. Siento mi cuerpo de nuevo. Existe un cuerpo que, se supone, era mío. Las rodillas suenan contra la madera como un tambor. La oscuridad es, temo ser nada en ella. Mis ojos nunca han estado tan abiertos pero es como si nunca hubieran estado más cerrados, es como si no existieran, es como si la oscuridad fuera lo único que existiera. No se podía saber de qué estaba hecha. No podía saber si iba a lograr salir de ella. No sé qué hacer para no dejar que entre más y más en mí.
¿En dónde estoy ahora?

Era casi yo -solo que dorado, portando un par de alitas y colgado y sonriente, inmóvil, justo arriba de mi camita. Parecías dormido, con tus ojitos cerrados y así me cuidabas. Noche a noche, despierto o en sueños, te rezaba. En la cara se veía que lo sabías.
Brotan antenas zumbidos patas y alitas.
En serio. ¿Aún no sabes lo que te pasa?

Me acosté (sin quererlo) con la ropa del día. Antes, apago la luz. La prendo de nuevo. Ella estaba con otro peinado; al pasar soltó un gritito. Todo esto lo vio con los ojos abiertos y supo que era una solo imagen de su mente; lo que vio a continuación, no sé qué era. Su vista se nubló pero, hasta donde recuerda, los ojos no se le cerraron.

Poco a poco fue tomando forma una figura, blanquecina, que crecía conforme iba acercándose.

No podía moverse. Respiraba apenas como si respirara por un hilo. Haciendo un gran esfuerzo fue capaz de alzar la cara. Esa figura estaba a punto de decir algo. Sentía que la conocía. No sé más.

Cuando desapareció desaparecieron con ella el cansancio y la pesadez del día. No sé cuánto duró. Fue maravilloso. Tiempo después, dormí otra vez.

Al día siguiente desperté, y todo estaba bien. Ni asustado ni sorprendido, solo quería recordar, entender. Pensé en una tía que supo al instante que alguien de la familia iba a morir cuando vio al perrito que tenía en su casa cavando, con desesperación, un hoyo en la tierra.

Y pensé en mi mamá, ahuyentando con la pierna y sin mirar a la perrita que teníamos, para darse cuenta luego que no podía haber sido ella, porque a través de la ventana de la cocina la vio tranquila, hacia el fondo del jardín.

En esos casos parecían mensajes o avisos de personas queridas que estaban yéndose. En este caso ni siquiera sé si ¿era alguien? No sé si alguien que quiero ya no está, o si alguien que quise, quiero o querré, acaba de volver, o si se cruzó conmigo, solo por un momento.

Salgo a caminar, sonrío al sol.

Se los sacaba y luego guardaba sus genitales en un cajón.

Como tantas mañanas, sabía que no quería. Claro, al final, fue rápido, lo hizo. Se miró. No se encontró. Supo, cómo lo supo, que haría suyos rostros incomprensibles.
Otra mañana, henchida de luz, vería su cara. Como si fuera un país remoto al que vuelve luego de mucho. A continuación, llegarían a él todas las caras, descaradas, que, con un gesto, le contarían todo, para, finalmente, desaparecer, y dejarlo ver el espejo, nada más que el espejo. Y en el espejo empezaba una caverna. Esperaba ese día lleno de esperanza.

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