Literatura

El gato plumas de ratón. Adelanto del libro-película (I), de Mario Castro Cobos

Un adelanto exclusivo del libro de Mario Castro Cobos.

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Este libro, cuyo verdadero orden desconozco, irá apareciendo por partes por aquí en los próximos meses (y no sé si años). Algunos de estos textos servirán también para una (o más) de mis películas, la primera (o la única) de las cuales aparecerá, me parece, este año.

M.C.

poesíanoerestúútsereonaíseop

mudomuromurmuramugidomudo
tramoatravéstropiezatrepana
sucintacenizazurdasílaba
bacanalbelugaborbotonesbú!
rizorecorridorunaraídorotundo
tetillaamarillaumbría
retícularoturarumianteruta
escancióncoccióndisensión
perpendicularesperpentoputativo
xilofónaterrizasumidasutura
pozodeunciónateridatrajina
deshundimientosuprasexomatemáquina
cogniciónaguregidoagiotista
ramalazoarrumacorecelosorumorante
idaígneaigitursinamígdala
legoligagolillagolelmigaantigua
atribuladoturbotrilobite

etibolirtobrutodalubirta
augitnaagimlelogallilogagilgoel
aladgímanisrutigiaengíadi
etnaromurosolecerocamurraozalamar
atsitoigaodigeruganóicingoc
aniuqámatemoxsearpusotneimidnuhsed
anijartadiretanóicnuedozop
arutusadimusazirretanófolix
ovitatupotneprepseralucidneprep
nóisnesidnóiccocnóicnacse
aturetnaimurarutoralucíter
aírbmualliramaallitet
odnutorodíaranurodirrocerozir
!úbsenotobrobaguleblanacab
abalísadruzazinecatnicus
anaperazeiprotsévartaomart
odumodigumarumrumodum

Mi mamá me contaba esto de una manera alegre y enigmática como si le encantara que no tuviera explicación. Y tal vez, como si dijera, ¡a ver, tú! ya que te crees tan inteligente. Encuéntrale una explicación a esto.

Yo tenía un osito. Lo tengo hasta ahora. Está un poco empolvado. Eso es todo. Y ya no tiene pestañas. Pero cómo llegaste aquí. Tenía como un año, según me cuentan. Mi mamá me tenía en brazos y yo de repente tenía en los míos un osito. Lo miré y lo agarré y no lo solté más. Mis papás de seguro para evitar un escándalo lo compraron.

Te miro y entiendo que en cierto modo el tiempo no ha pasado.
Quise también otros juguetes y los tuve pero el osito tenía una historia que me fascinaba y que sabía que iba a mantenerme unido a él hasta el fin.

Entra. Con su mamá. Se sueltan ambas manos. Se acerca. Se topa. Casi choca. Con el espejo. Se detiene, mira y se mira y se remira. Se sorprende, y luego se sorprende más. Y entonces, se sonríe. No sonríe simplemente. Lo hace llena, rebosante de alegría y su carita, sus ojos y todo en ella no es más que una gran sonrisa. Se queda, intensamente así, por un rato.
Ahora, voltea. La muñeca se le resbala lenta lenta de su mano y cae y queda sentada en el suelo con la cara hacia ella. Mientras ella, inclinada sobre uno de sus hombros, le sonríe, dulce y tan suave como si fuera su mamá.

Alza la cara. Quién miró primero. Nos miramos. Y enseguida, sonreímos. Dura un instante. Me voy. Ya no pensaré en la muerte. Siento felicidad.

Iban a darse solo una vuelta. Dijeron. Ya venimos. Lo dejaron.
Tantos niños. De dónde salieron. Algo lo oprimía. Se metió debajo de una carpeta en el pequeño patio.

En algún momento se dio cuenta de que lloraba para sentir sus lágrimas. Esas lágrimas eran todo lo que tenía. Al menos, estaban calentitas y saladas. No tenía a dónde ir. No sabía cómo escapar. Y no entendía nada. ¿Por qué lo dejaron? Se veían tristes. Si ellos tampoco querían. ¿Quién, y por qué, los obligaba?

No pudo esconderse más. De golpe, se levantó. Como si alguien desde dentro se lo ordenara. Se sorprendió de estar de pie, de saberse solo, de no sentir nada.

Tenía, traía, en la frente, estrellitas. La profesora se las pegaba y luego su mamá se las despegaba y las ponía en una cajita que parecía un yoyo. Pero primero había que esperar un rato a que la goma se secara. Mientras tanto, se lavaba con jabón. Se sentía raro de la frente. Era como si las estrellitas, doradas y plateadas, brotaran de ahí. Era importante que no se perdiera ninguna.

No sabía cómo ni por qué, pero todo le salía bien. Las estrellitas se lo decían. Algunas, con sus puntitas torcidas, brillaban.

La bebita mantenía la boca entreabierta como si ojos, oídos y nariz no le bastaran. Iba con gorrito, guantes, pantalón y chompita, toda de lana.

Hacía chaucito dando una rápida sonrisa a los pasajeros que subían o bajaban.
También lo hacía como ejercicio. Los guantes: le quedaban gruesos. Se sentían (sus manos) atrapadas.

Miraba a su mamá con una expresión de abandono brillante en los ojos, como a veces se miran los que se aman.

La mamá lucía triste, cansada, ajena y lejana.

Estoy en el cuarto donde mi abuela me lo dijo. Yo los había visto ya, en los cuentos. Ella, en cambio, había visto a uno en el fondo de un pozo.

Estaba tan segura de haberlo visto como yo de que no existían.
Hoy que ella ya no está aquí ese ser que vio me parece más real que nunca.

Hay algo en sus ojos, en el momento justo cuando lo acaba de decir.
Creo que quiere ver algo que cree que él ve.
A veces lo seguía. A veces me contaba sus sueños.
Veía cosas que me hacían verla como si fuera el ciego.

Corrían y corrían; reían. Saltaban y gritaban. Hablaban. Se caían. Sacó los juguetes. Le gustaba verlos jugar. Todo era tan alegre; hasta los juguetes se alegraban.
Cuando se habían ido descubría, al recoger los juguetes, que algunos ya no estaban.

No sabría explicarlo. Lo sentía. Estaba ahí. Sus ojos estaban simplemente llenos de amor. Era así. No necesitaba más.

Crecí. Crecí sin darme cuenta, olvidé el cuadro. Un día, lo volví a ver. Los ojos eran los mismos ojos, sentí de nuevo su hermosa mirada. Sentí de nuevo ese mismo amor. No lo podía creer.
Pero ahora necesitaba una explicación. El Corazón de Jesús no me la dio, nunca. Una vez le vi una sonrisa malévola.
Tuvieron que llevárselo.

Lo empujaron. No quería entrar. Ni siquiera lo había pensado.
Es de otra forma. Todo es más blanco. Hay más vacío. No hay urinarios. Hay muchas puertas. Le parecieron confesionarios. El espejo era más grande, como si hubiera más que ver.
El baño de hombres, sucio y ruidoso, estaba en una esquina a la vista de todos. Este baño en cambio estaba al fondo de un pasadizo que no llevaba a ninguna parte.
El timbre aún no va a sonar. No me acostumbro aquí.
Sin hacer ruido la puerta de uno de los baños se abrió.

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