Opinión

¿El fin del milagro peruano?

Lee la columna de Raúl Allain

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Hace treinta años el Perú se desangraba por la locura insana del terrorismo y el caos de la economía y la hiperinflación. Pero gracias al trabajo y el esfuerzo de los peruanos “de a pie”, dimos el salto hacia adelante y pasamos a ser –repito, por el mérito de los peruanos– uno de los países con el crecimiento económico más sostenido en Latinoamérica, a punto de que a este fenómeno se le bautizó a nivel mundial como el “milagro peruano”.

El fenómeno llamado el “milagro peruano” tiene un precedente en las crisis que amenazaban derrumbar el país. El Perú en 200 años de vida republicana ha afrontado guerras, crisis económicas y políticas, epidemias y otros hechos que afectan nuestra soberanía. Sin embargo, cada vez que superábamos una crisis y encontrábamos un desenlace, perdíamos el rumbo y caíamos en crisis.

A inicios de siglo iniciamos la recuperación de profundas y prolongadas crisis económicas que abarcaron las décadas de 1970, 1980 y 1990 (El milagro peruano). Según un estudio publicado en la Revista de Estudios Económicos (REE) del BCRP, el crecimiento promedio del PBI per cápita del país fue de 0% durante el período de 30 años. Esta dramática situación se comenzó a revertir a partir de la década del 2000.

Desde entonces, de acuerdo con datos oficiales, el Perú ha mostrado importantes períodos de crecimiento económico, distinguiéndose como uno de los países con mayor dinamismo en América Latina. Así, entre el 2010 y el 2019 la economía creció a una tasa interanual de 4.5%.

Basta apreciar el “boom” de la construcción, el auge comercial, el desarrollo minero, la versatilidad de la industria textil, las exportaciones no tradicionales, el liderazgo de agroexportación de café, cacao y palta orgánicos, hasta el despegue de la gastronomía, la literatura y del cine peruanos, para comprender que el Perú empezó a encontrar el camino.

Sin embargo, hoy en día no todo es color de rosa. La otra cara de la medalla es corrupción política, crisis de la educación (somos últimos en comprensión lectora y razonamiento matemático), deficientes servicios de salud que no llegan a los más pobres y altos índices de violencia familiar.

Es penoso decirlo: la delincuencia no sólo está en las calles a manos de vándalos a mano armada y bandas de secuestradores y asaltantes que usan armamento de guerra, sino que también hay otros males que, silenciosos como un cáncer que hace metástasis, se enquistan en las células enfermas de nuestras instituciones: la corrupción, el narcotráfico y el terrorismo.

Parece que estamos en el apocalipsis y es paradójico que el Perú, a quien muchos tomaban como un ejemplo de país emergente, sea también el reino de la mentira institucionalizada y de los delincuentes terroristas, que se disfrazan de padres de la patria y hasta se aferran a su figura de inmunidad e impunidad para evitar dar cuenta de sus delitos.

Si no ponemos en práctica reformas profundas, si no apostamos por un cambio radical de actitud (una auténtica “revolución moral e institucional”) para mejorar la educación y la salud, si no se corta de raíz la corrupción, si no mandamos a la cárcel a los corruptos, el Perú jamás será un país viable.

Informe IPE

Según un informe del Instituto Peruano de Economía (IPE) se ha limitado el crecimiento de la economía peruana: “Pese al mejor desempeño esperado en la segunda mitad del año, el crecimiento del PBI en el 2023 sería de apenas 0.8%, la tasa más baja de las últimas dos décadas al excluir el período de pandemia del 2020. Más aún, el Perú crecería por segundo año consecutivo por debajo del promedio de los países de América Latina, región que tendría un avance de 1.9% en el 2023, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Este bajo crecimiento obedece al retroceso de componentes del gasto severamente afectados por el estallido social y anomalías climáticas en el comienzo del año, así como   la severa caída de la inversión privada, para la cual se prevé una caída de 7.5% en el 2023”.

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