Hoy 6 de setiembre se cumple un año más de la muerte del cineasta Akira Kurosawa (El emperador) responsable de obras transcendentales como “Rashomón” (1950), “Los siete samuráis” (1954), “El perro rabioso” (1949), “Vivir” (1952), “Trono de sangre” (1957), “La fortaleza escondida” (1958), “Yojimbo” (1961), “El infierno del odio” (1963), “Madadayo” (1994), “Sugata Sanshiro”, “Drunken Angel” entre otras películas.
Kurosawa es él más reconocido de los cineastas japoneses, destaca entre los directores Masaki Kobayashi, Kenji Mizoguchi, Shoei Imamura, Yasuzo Masumura, Kinuyo Tanaka, Kihachi Okamoto, Masahiro Shinoda, Nagisa Oshima, Seijun Suzuki; fue aprendiz del director Kajiro Yamamoto, quien le enseñó las técnicas de montaje, iluminación y los procedimientos necesarios para el rodaje de una película como paso previo a la dirección que asumiría años después.
A partir de 1950 desarrollaría su propia técnica de la conjugación de la tradición del oriente con la influencia del occidente, caracterizada por contar historias visualmente, empleando varias cámaras al mismo tiempo –composición de tomas- , lo que le permitía filmar un mismo plano desde varios ángulos, así como captar los silencios entrecortados de su narración con imágenes impactantes. En algunas de sus películas podemos ver el papel que juega el factor meteorológico, sea lluvia, calor intenso, helado viento, la nieve o la niebla.
Su “cine reflexivo” cargado de emociones da cuenta de una realidad crítica sobre temas como; corrupción, pobreza, marginación, y de dilemas morales, por ejemplo fin de la vida “Vivir”, “Ran” o en “Trono de sangre”; la vanidad humana “Rashomón”; la desolación, la muerte “Los sueños de Akira Kurosawa”. La esencia del ser humano per se será su principal fuente de producción, algunas veces dibujada con Van Gogh.
Como la literatura nos transporta a los escenarios narrados, el cine de Kurosawa te atrapa en la magia y esplendor. Es inevitable no sentir la tormenta de aquel mundo lúgubre de Ikiru, que despierta del letargo de una vida rutinaria y esclavizada; o de vivir la angustia e incertidumbre de Gondo -importante hombre de negocios- por no saber el paradero de su primogénito secuestrado, y poco a poco el hilo de la historia te va conduciendo a otras vertientes impredecibles; y nos identificamos con la lucha incesante de los generales Taketoru Washizu y Yoshaki Miki por conseguir su destino, una película shakesperiana trágica, de voluntad y poder, que se conjugan extraordinariamente en “Kumonosu-jô”; o ser parte de ese poblado de campesinos quienes deciden contratar a samuráis para que los defiendan de los continuos asaltos de bandidos, a pesar de la larga duración no hay asomo de tedio en la magnífica película “Shichinin no samurái” y; como no mencionar a “Rashomón”, ambientada en el siglo XII, bajo las ruinas de un templo, da inicio a la historia de cuatro testigos quienes dan su versión del asesinato, lo magnífico de esta producción es la capacidad de contar una historia con solo 5 personajes, sin más elementos que una buena narración en imágenes y la limpia actuación de los personajes, es simplemente extraordinaria.
La transcendencia de su producción marcada por influencia shakesperiana es incuestionable, para citar como ejemplo la película “Los siete samuráis” marcó una nueva etapa en la historia del cine, ya que la técnica usada era novedosa para ese entonces. Y su trabajo va merecer la admiración de cinéfilos y destacables cineastas, entre ellos tenemos; Ingmar Bergman, Federico Fellini, Roman Polanski, Andrei Tarkovsky, Robert Arltman, Ford Coppola, Steven Spielberg, Martin Scorsese, George Lucas.
Akira Kurosawa capturó la esencia del séptimo arte, ello le valió premios como León de Plata en la Mostra de Venecia y el Oscar honorífico, premios que son baladí comparado a la vasta producción cinematográfica.
“No hay nada que diga más significativo sobre un creador, que su propia obra»