En la novela 1984 de Orwell hay una escena curiosa y clave: el protagonista, Winston, luego de llegar a casa, y descubre un lugar donde sentarse a escribir en un cuaderno. Vive en una sociedad contralada; por ejemplo, en la pared de su sala hay un metal rectangular que no deja de soltar información y observar sus movimientos. El acto de escribir corresponde a la liberación de la consciencia interna del protagonista. En este cuaderno, empieza un diario. Gracias a ese mecanismo, suelta su propia subjetividad: la libera un instante del imperativo del poder.
Podemos observar que los diarios, desde siempre, son actos de liberación de una mente y de sus posibilidades. Dibujar tu mente, analizarla y darle un sentido de identidad al caos cotidiano: lograr una voz. La vida no tiene una escritura que la sostenga, solo fluye y uno se pierde en sus mareas. La palabra sostiene y da sentido. El monólogo interno que todo ser humano lleva, esa voz que suena en nuestra mente, queda esculpido.
El Diario de Ana Frank, escrito entre 1942 y 1944 (y reeditado en Debolsillo en el 2005) es una narración que se sostiene por su prosa confesional y sincera; sin olvidar que se trata de un registro en medio de la Segunda Guerra Mundial de una joven de 13 años. Así, este manojo de textos, nos da una prueba fidedigna de sus conflictos internos: «Por eso, en todo lo que hago y escribo, pienso que cuando tenga hijos querría ser para ellos la mamá que me imagino.» (pág.175) Podemos ver que la escusa es documentar su día a día, pero, lentamente, termina volviéndose una isla donde escapar del tedio de vivir con su familia y otros prófugos.
Registra sus anhelos, como también sus reflexiones sobre la importancia vital del quehacer intelectual, incluso en escenarios radicales: «Es que la gente corriente no sabe lo que significa un libro para un escondido. La lectura, el estudio y las audiciones de radio son nuestra única distracción» (pág.125) Poco después, Ana es arrestada junto a su hermana y fallece, a causa de tifus, en una campo de concentración. Su voz da testimonio nítido de la barbarie; una voz irrumpe y nos habla en medio un fenómeno aún vigente (pensemos en judíos-palestinos) en el siglo XXI.
(Columna publicada en Diario UNO)