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El día que conocí a Groucho Marx

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Tranquilos,  estas líneas no se basan en la filosofía socialista de Karl Marx, es más bien el recuerdo de una tarde cuando por primera vez escuché su nombre y  conocí a ‘Groucho’. Un día del año 2000 en Argentina, pleno verano,  esos que parecen el infierno, donde uno ya ni suda porque hasta eso se evapora con tanto calor,  trataba de entretenerme de alguna forma para pasar la tarde olvidándome de los 38 grados. Por esos días la televisión Argentina, para ser más exactos  el canal ‘América’ acababa  de lanzar al aire el programa ‘EL BAR’, un reality show que cambiaria y me enseñaría muchas cosas, todo gracias a uno de sus personajes de aquella casa donde convivían los seleccionados.


Dentro de ese pequeño grupo de doce personas, si la memoria no me es infiel, se encontraba Eduardo,  un tipo con los ojos llenos de locura, con una personalidad increíble, amante de la literatura, un romántico con espíritu victoriano y cinéfilo, además, por él también conocía al escritor Roberto Arlt, pero esa ya es otra historia. Aquella época por TV se podía ver las 24 horas completas, las cámaras los seguían todo el santo día,  y uno  iba de a poco descubriendo sus mundos. Sin duda Eduardo es uno de los mejores personajes  que he visto en televisión, todo un caso extraño de cultura en la caja boba.

La siguiente tarde al encender nuevamente la TV sucedió algo increíble, me percaté que Eduardo tenía un polo, camiseta o remera, donde se leía  “SOY MARXISTA, PERO DEL GROUCHO”  con esa frase me conquistó, me picó el súper bichito de saber qué significaba eso y que era  Groucho o quién era,  para mi suerte esa misma tarde dio una  ilustración excelente del personaje que hasta hoy admiro con cariño.

Julius Henry Marx, había pasado de lo desconocido a estar en la lista de mis prioridades diarias, se metió en mi vida a su estilo, con ese humor inteligente, con esos bigotes falsos y el eterno puro entre los labios. Contagiado por la genialidad de Groucho, Eduardo lo describía como un súper héroe,  repitiendo sus frases, sus poses y gestos,  que felizmente el cine documentó mediante las empresas ‘Paramount Pictures’ y la ‘Metro Goldwyn Meyer’, gracias a eso se pude disfrutar de las grandes películas que los hermanos Marx hicieron en su años en el mundo del cine, -Leonard (Chico), Arthur (Harpo), Milton (Gummo) y Herbert (Zeppo)-  Groucho era el más representativo de los hermanos, tanto así que sus sobrinos le decían papá.

Recordar  “Sopa de ganso”, “Un día en las carreras”, “Una noche en la ópera” o “Los hermanos Marx en el oeste” es también descubrir  el inicio del humor y la gran influencia que los Marx han inyectado  década tras década, su música, su bromas y personajes que han sido copiados a nivel mundial hasta la actualidad. Julius Henry Marx nació en Nueva York en 1890,  hijo de inmigrantes alemanes judíos,  la vena artística la lleva de su madre que se dedicaba al teatro, pero que jamás se imaginó que sus hijos escribirían una gran historia.

Recuerdo que lo primero que leí de Groucho fueron sus frases.

 “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.”

“Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”

“Lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado.”

“¡Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero! ¡Pero cuestan tanto!”

“Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien.”

“¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”

“Hace tiempo conviví casi dos años con una mujer hasta descubrir que sus gustos eran exactamente como los míos: los dos estábamos locos por las chicas.”

Leerlo fue el segundo flechazo, y mi admiración por él se estaba por convertir en adicción,  luego continuaron sus películas, risas intensas, humor con elegancia e inteligencia que hoy ya no existe, en la actualidad se perdió totalmente eso, porque hoy  la televisión sólo busca la risa fácil, lo grotesco, la porquería que abunda y asfixia nuestra realidad.

Dejemos el hígado para otra ocasión. La tercera experiencia de placer casi sexual con Groucho fue mediante sus libros, aparte de actor también se animó a escribir, uno de los títulos que pude encontrar en Lima fue “Memorias de un amante sarnoso” donde Groucho cuenta esa intimidad mágica, su relación con las mujeres, y su ludopatía por las cartas. Y ese cariñito siguió creciendo, claro,  como no querer esa sonrisa, esa forma peculiar de correr,  esas cejas levantadas, y su sensualidad llena de humor que deja suspirando de alegría, que me disculpe Charles Chaplin, Buster Keaton  y el mismísimo Cantinflas pero  Groucho está por encima, y lo quiero hasta el infinito, él es el único hombre que cuelga en la pared de mi habitación,  con esos lentes redonditos, que rompen todo solemnidad.

Su humor es eterno, quien más sino Groucho te puede bromear hasta de muerto. Una noche, por esos días que en mis manos tenía el libro “Memorias de un amante sarnoso”  Groucho Marx me preparó algo saliendo del trabajo, aquella época trabajaba de impulsador para la empresa de vinos Tabernero en el plaza Vea de Ate, como todos los días al salir, la rutina por seguridad era revisar las mochilas y pasar por el aparatito que escanea el código de barras y que en todos los supermercados suena tiritando. Era mi turno pasar por la maquina acusadora, y ¡oh sorpresa! comenzó a sonar, me revisaron  y no encontraron nada, otra vez pasé y otra vez la máquina acusadora que seguía sonando, hasta que una voz dijo “que pase y se quite la ropa”  abrí  los ojos pensando, y ahora me tengo que desvestir, y tenía que hacerlo por política de  la empresa y por abuso laboral.

Tenían la sartén por el  mango, sino me desvestía para que me revisaran simplemente no salía, así que como andaba medio apurado, quedé como Adán, bueno, Adán al menos tenía la hoja. Revisaron mi ropa por separado, y no encontraron nada, bueno, hora de marcharse dije, me cambié lo más rápido que pude, agarré la mochila y  al pasar nuevamente por la máquina que ahora la notaba más grande, la encaro con toda la seguridad del mundo hasta que ese ruidito acusador sonó otra vez,  ¡NO! dije, algo raro está pasando aquí. Incluso al personal de seguridad la situación le pareció bastante extraña, hasta que una chica comenzó a revisar bien la mochila, minuciosamente, a sacar cada una de mis cosas, hasta que encontró el libro.

¿Qué había pasado? Pues el cinto de seguridad de la librería donde lo compré no había sido retirado, cosa recontra extraña, porque ya lo tenía como una semana el libro y nunca antes había sonado, ni me había traído este tipo de situaciones, entonces luego de encontrar  el motivo, salí pensativo y sonreí, porque solo Groucho haría una cosa así.

Al siguiente día fui a Gamarra y por 10 soles estampé un polo blanco con letras rojas que decía “Soy Marxista, pero del Groucho”, que lamentablemente lo perdí en una mochila viajando, igual me estampé otro pero con el nombre de Groucho en el pecho, lástima que esta tan viejito que parece que él lo hubiera usado.

Con el tiempo me he convertido  en un admirador sentimental de este gran personaje, que trasforma la forma de ver la vida, con su sinceridad, acompañada de una fecunda lucidez, de un bagaje cultural nutritivo, que rompe paradigmas con ese frac que le queda mal pero que deslumbra en escena.

Para terminar una frase más de Groucho Marx: “Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”.

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