Opinión

«El desvarío del fiscal Vela», por Umberto Jara

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Por Umberto Jara

El fiscal Rafael Vela Barba apenas conoció su suspensión por ocho meses y quince días, hizo lo único que sabe hacer: buscó el amparo de sus defensores mediáticos para presentarse como víctima. Vela cree que sigue vigente su (falso) disfraz de héroe que combate la corrupción. No se da cuenta de que el disfraz ya se esfumó como se esfuma toda mentira.

En su tour mediático, denunció ser víctima de “una persecución abusiva y sistemática” y sostuvo que lo han suspendido porque está luchando, en feroz y desigual batalla, contra poderosos y corruptos ex presidentes y empresarios que quieren abatirlo.

El problema es que la realidad lo desmiente rotundamente. Martín Vizcarra sigue impune; PPK está tan tranquilo que ha reunido sus mentiras en un libro; Toledo está preso pero no por acción del fiscal Vela; Keiko Fujimori carece de inteligencia para organizar algo; Susana Villarán disfruta del mar de Punta Hermosa y José Graña Miró Quesada, pasea feliz en un yate cuyo nombre debería ser “Rafaelito”. En suma, toda la impunidad que produjo Vela está vigente. Entonces, ¿quiénes son los poderosos que lo persiguen? No existen.

¿Cómo entender el delirio que padece Rafael Vela? Existe una explicación. Durante años ha consumido una droga, la peor de todas: la droga del poder. Quienes asumen cargos que otorgan poderío, necesitan cultura y capacidad de reflexión para manejar las altas dosis de adrenalina e irrealidad que genera el poder. Rafael Vela carece de mínima cultura para entender y manejar esos riesgos. En realidad, es un hombre sin cualidades profesionales y sin valores. Por eso se dedicó estos años a usar su cargo de manera abusiva y a medrar favoreciendo a corruptos para dejarlos impunes. ¿De manera gratuita?

Corresponde contar lo que sus defensores mediáticos creyeron que iban a ocultar por siempre. Pocos saben que, hasta el año 2002, Rafael Vela era un modesto abogado de Pharmadix, una pequeña empresa farmacéutica. Luego, cambió de rumbo y apareció en la cuestionada Universidad Alas Peruanas. Fue profesor durante cinco años (abril de 2003-julio de 2008) cuando el rector y gerente general era el cuestionado Fidel Ramírez Prado, el tío de Joaquín Ramírez.

Como puede verse, Rafael Vela, tras ser un asalariado del fujimorismo pasó a ser su perseguidor. Es el rencor de los que tienen sentimientos de culpa, diría un psiquiatra. Mientras enseñaba en la Universidad Alas Peruanas, Vela fue nombrado, el 7 de febrero de 2005, juez titular del Cuarto Juzgado Penal Anticorrupción. Reparemos en dos datos. Primero: ingresó al Poder Judicial gracias a su patrón Fidel Ramírez, un hombre vinculado al oscuro sector de jueces y fiscales a los que, entre otras cosas, obsequiaba títulos profesionales y maestrías con plagios incluidos. Segundo: Vela fue nombrado, no es casualidad, juez anticorrupción, una rama necesaria para los entuertos de Fidel Ramírez y familia.

Renunció al cargo de juez en julio de 2013. Ya tenía 40 años de edad. Logró un veloz nombramiento como fiscal superior gracias al entonces fiscal de la Nación, José Antonio Peláez Bardales. Después, el 2015, un inepto fiscal de la Nación, Pablo Sánchez, lo nombró fiscal en Delitos de Lavado de Activos y, en julio del 2018, otro cuestionado fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, lo designó coordinador del Equipo Especial Lava Jato. Un detalle sombrío: Rafael Vela no tuvo reparos en participar de una intriga para traicionar a su tercer padrino, Pedro Chávarry. En su biografía también se anota su relación con la mafia de los jueces llamados “Los cuellos blancos”, incluida su asistencia a cenas a las cuales un fiscal honesto jamás asistiría.

Este turbio personaje llamado Rafael Vela Barba, se unió a dos de similar especie que trabajaron para inventarle su falsa imagen pública: Gustavo Gorriti y Clara Elvira Ospina. A punta de operativos mediáticos y demolición a los que osaran criticar, convirtieron al fiscal Vela en un falso héroe en la lucha contra la corrupción. Usaron un mecanismo repugnante: la «justicia mediática» para perseguir a unos y proteger a otros.

En rigor, Rafael Vela y su cómplice José Domingo Pérez, no son fiscales. Fueron, y siguen siendo, operadores políticos. Ejecutores de un plan que consistió en lanzar al kafkiano abismo judicial a los oponentes políticos. Unos con culpas, otros con medias culpas y otros porque pasaban por la esquina. No importa. El objetivo era meter en la trituradora judicial a quienes tenían una posición distinta a la de los progres que necesitaban imponer su soberbia y vivir del Estado.

En tal sentido, la suspensión que le han impuesto a Vela es apenas una débil, mínima sanción. Se desgañita gritando que lo “acosan abusivamente”. Padece un desvarío: no entiende que ya no tiene poder. No sabe que todo poder, especialmente el basado en el abuso, tiene fecha de vencimiento y cuando ese plazo vence los disfraces caen, los defensores se desacreditan y hay que rendir cuentas.

Los efectos residuales de la droga del poder que tanto consumió, no le permiten entender que la leve suspensión que tanto lo molesta es, en realidad, el primer anuncio de su inevitable caída. Vendrá, tarde o temprano, la destitución y, si queda decencia en este país, el proceso que tendrá que afrontar por haber entregado dinero de los peruanos a la corrupta empresa Odebrecht.

Rafael Vela, junto a los cómplices que todos conocemos, trabajó para entregarle el beneficio de millones de dólares a Odebrecht al punto de esconder ilegalmente el acuerdo de colaboración. Nadie concede inexplicables y millonarios beneficios a una empresa corrupta tan solo a cambio de una feijoada.

Claro está que a Rafael Vela no le atrae la decencia por eso grita por una sanción que es una caricia frente a las sanciones que merece por varios (presuntos) delitos. Al verlo en su patético tour mediático era inevitable recordar a Oscar Wilde: “Un cínico es un hombre que conoce el precio de todo, pero el valor de nada”.

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