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El crítico, la obra y el autor

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Cuando se estudia para crítico literario lo primero que se nos enseña es a separar al autor del texto. “La objetividad primero, señores”, nos dicen. Sin embargo, pasados los años, estudiados los libros y seguidas las instrucciones, uno llega a la conclusión de que hacer esto en un cien por cien es sencillamente imposible. El autor es, pues, finalmente, parte intrínseca de su obra, y resulta no solo conveniente, sino además necesario, el tomar ciertas referencias de sus experiencias y aprendizajes para alcanzar una cabal comprensión de las dimensiones racionales y emotivas de sus obras.

¿Cómo, pues, entender sino a Kafka, Arguedas, Ribeyro o Vallejo? Obviamente hay matices de época y género –literario, obviamente-, pero en general, la presencia del ser humano detrás de la creación estética es ineludible. Felizmente, conforme han ido pasando los años, diversos sectores y representantes serios de la crítica literaria han ido refrescando la forma de ejercer esta labor con trabajos que, superando a los excesos biografistas y a los netamente textualistas, proponen nuevas formas de ejercer la crítica, recuperando y dándole un lugar adecuado al autor en el análisis de la obra.

¿No me creen? A los escépticos les recomiendo puntualmente dos libros: Mito cuerpo y modernidad en la poesía de José Watanabe (UNFV, 2011), de Camilo Fernández Cozman, y Todas las sangres en debate. Científicos sociales versus críticos literarios (Magreb, 2011), de Dorian Espezúa Salmón. Ambos, catedráticos especialistas en investigación literaria; Cozman de la UNMSM y Espezúa de la UNMSM y la UNFV.

Mito, cuerpo y modernidad…, explora las dimensiones de la obra de Watanabe no solo a través de la lucidez y la rigurosidad textual, sino que nos conduce, también, por todo el contexto histórico, biográfico y emotivo que hizo posible su aparición. De Laredo al Haiku, Cozman explora forma y fondo apelando a un lenguaje sencillo y llano que hace de su trabajo una fuente de conocimiento para todo aquel que quiera aproximarse de forma más profunda a la poesía de Watanabe.

Todas las sangres…, asimismo, explora uno de los eventos académicos más polémicos y apasionantes del siglos XX peruano, el debate acerca de la obra José María Arguedas realizado el 23 de junio de 1965. Espezúa, en este sentido, aporta un análisis más allá de los apasionamientos, centrado en el discurso y las competencias personales de cada uno de los participantes, elaborando una serie de conclusiones en la que, más que ganadores y perdedores, se perfilan distintos niveles de competencia al interior de la discusión, resultando una serie de aspectos acerca de la naturaleza de la obra literaria que, aunque parten del debate, lo trascienden.

Ambos trabajos, entonces, nos permiten notar que cierto conocimiento del autor es importante para el conocimiento de la obra, aunque este, obviamente, debe partir del reconocimiento previo de esta y no viceversa. Hacer lo segundo entraña, pues, un defecto igual de pernicioso que el comentado inicialmente: el valorar la obra a partir del reconocimiento de ciertos aspectos de la vida del autor.

Este tipo de valoraciones, sin embargo, se encuentran más al interior de la crítica periodística que en la académica. Esto, sin duda, no es ninguna novedad, empero es curioso es que este tipo de ejercicio siga inundando los pocos medios de información que existen; tanto virtuales como físicos. Una posible causa de esto tal vez sea que los estudiantes y egresados de las escuelas de literatura pocas veces se preocupan por ejercer su profesión a nivel de prensa, dejándoles esta labor, por lo general, a los periodistas aficionados a la literatura; que además de ser pocos, no cuentan generalmente con las herramientas ni la preparación adecuada para ejercer esta labor –de los pocos estudiantes de literatura que prosiguen con su vocación investigadora, la mayoría quiere ser, pues, “tesista”, y ven a la labor de prensa como algo, sino ajeno, dispensable (pobre Borges).

La crítica periodística es, pues, uno de los pilares de los estudios literarios. Es esta, pues, la que fomenta el debate en su nivel más inmediato y sencillo –sin dejar de ser, por esto, importante. Mientras no se atienda adecuadamente esta labor, seguiremos viendo tanto a escritores que no escriben, sino que saben valerse del merchandising, como a críticos que hacen tesis de libros que no se leen y de autores que nadie conoce.

 

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