Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

El criollismo sigue vivo: El Día de la Canción Criolla se festeja en todos los rincones del Perú

Lee la columna de Percy Vílchez Salvatierra

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Panchito y Manuel "El Zorro" Jiménez.

El criollismo exuda las grandes deficiencias nacionales en general. Edulcorado y huachafo, sin savia ni reciedumbre, es la expresión cabal de un pueblo vencido lanzado a inciertas profundidades amatorias. Pese a la elegante expresión sensual de Chabuca Granda, el género criollo ha sido demasiado limitado. Así, no tuvo jamás un Astor Piazzolla innovador, pero erudito respecto de lo esencial ni un Charly García que siempre dijo que hacía tangos del ahora.

Tampoco concibió giros como los que Camarón y Morente impusieron a la música flamenca con «La Leyenda del Tiempo» y «Omega», respectivamente. Belleza sí, pero débil, pese al mensaje de superación colectiva del Velascato y su impronta nacionalista. Valses como «Y se llama Perú» o «Contigo Perú» evidencian este interesante proyecto que trató de alterar la peruanidad típica, pero incluso ellos denotan una fragilidad inservible.

«Engañada», por otro lado, refleja bien la belleza cursi del criollismo típico y sirve apuntar que cuando Julia Urquidí escuchaba esa canción al bajar al Negro-Negro no intuía que un día podría identificarse a la protagonista con el Nobel que, pese a ello, casi nunca condescendió a ser vulnerable como el criollismo enseña en la quebradiza poesía de canciones como «Amarte es mi Delirio» o en el franco desconsuelo de tantas canciones de Los Chamas, caras en la memoria de todos los que saben de criollismo, aun de los que despotricando y criticando disfrutan de esas muestras sensibleras que calan siempre en todos los costeños. “Si te vas que me queda» es una muy buena muestra en este sentido.

La aprensión de lo huachafo en Vargas Llosa contiene una sutil paradoja dado que muchas de sus mejores páginas se han dado cuando ha expuesto esta veta de su intimidad que lo constituye plenamente pese a sus máscaras. Entre los enredos de Pedro Camacho, la sensibilidad de Don Anselmo y su repulsión de lo wagneriano, sus críticas al criollismo pueden entenderse como una autocrítica secreta que mutiló, acaso, la única veta de lirismo que poseía.

En fin, todo esto varía cuando uno se aleja de Lima, ciudad viciosa, cínica y perdida como ninguna. Los Trovadores del Norte o Los Mochicas agregan una energía distinta digna de oponerse a cualquier canto pampero al ofrecer muestras extraordinarias de nostalgia, energía y dosis insólitas de poesía cabal como en «Mis Algarrobos» Del mismo modo, Panchito Jiménez, el León del Norte. Véase un clásico de su repertorio como «Jamás», y se hallará ímpetu, frenesí, incluso cierta desmesura, es decir, todo lo distinto del criollismo limeño emputecido, delicado y venenoso como todo lo débil.

Hay todo un inmenso espectro criollo por redescubrir y poner en valor. El tondero, por ejemplo, es un mundo entero aparte. ¡Viva el Día de la Canción Criolla!

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