Vivimos en una sociedad en la que abundan los clubes de pendejos. La pendejada es un recurso, un oficio, una manera de ser y estar. Los códigos de la pendejada se aprenden a muy temprana edad y se actualizan constantemente: un aprendizaje para la vida, que dura toda la vida. Hay pendejos de toda condición: hay pendejos sin plata y pendejos con dinero; cultos e incultos; pendejos intelectuales, pendejos académicos, artistas pendejos; existen profesiones que albergan pendejos entre sus miembros: abogados pendejos, médicos pendejos, periodistas pendejos, ingenieros pendejos. La pendejada es omnisciente: está en todo y en todos.
Aristóteles decía que el ser humano es un ser sociable por naturaleza: zoon politikon. La pendejada toma nota de ese aserto: el pendejo es ante todo un ser social. No hay pendejo a solas. La pendejada implica dinamismo, convenciones, silencios: no hay pendejo solitario. El quid de la pendejada se resume en una palabra: adaptación. El pendejo sabe adaptarse, sabe callar y sabe defender su cuota de pendejada. La pendejada es también una esfera de beneficios, una prerrogativa del ser pendejo.
La pendejada ha hecho tradición. Cualquiera puede ser un pendejo, nadie está libre de pendejada: pendejos los que se pintan como inmaculados siendo ellos mismos unos grandes pendejos. Sin embargo, no hay que caer en el relativismo: hay pendejos y pendejos. Los seres humanos vivimos de acuerdo a una escala de valores, algunos toleran bien algunas situaciones y otras les parecen intolerables. Cada uno tiene su propia tabla de valores. Una escala de valores que puede estar divorciada de los valores imperantes en la sociedad: en ese conflicto los que priman son los valores sociales.
En el Perú la pendejada es el pacto social que federa las subjetividades: todos somos, en distintas formas, pendejos. O todos hemos cometido actos pendejos alguna vez. El abanico de la pendejada es variopinto como la cola de un pavo real; amplio como la sonrisa de un acordeón.
Pendejo es el político corrupto: este tipo de individuo es una tradición en nuestro país. La pendejada en política es marca de la casa. El político pendejo es el patriarca de los pendejos en nuestro país: en Perú, político pendejo es casi un pleonasmo. Pendejo es el alcalde que promete a manos llenas; el congresista que una vez llegado al parlamento dice, con sinvergüencería, que las promesas de campaña no se tienen que cumplir. Pendejos son los asesores que patean la corrupción de sus jefes al adversario, los que inventan procesos, los que critican la corrupción ajena y no la suya. Son pendejos los consultores que se pintan como imparciales y que callan la pendejada mientras están asalariados: cuando termina la chamba se convierten en justicieros sociales, en indignados.
Pendeja es la intelligentsia que calla lo que le conviene, pero se pinta de comprometida y sólo critica la podredumbre en la casa del vecino. Pendejos los contratos amañados: experiencia 15 años, título de bachiller; pendeja la prensa oficiosa: la prensa que solapa sus intereses, pero agudiza la mirada, ahí donde no va a recibir ninguna prebenda. Pendejos los operadores políticos, que medran en los intersticios del poder y que camaleónicamente intentan pasar como honestos, como decentes, como justos.
Pendejos los abogados que inventan triquiñuelas para favorecer a sus clientes y perjudicar a la sociedad; pendejas las corporaciones farmacéuticas, que inflan los precios y perjudican a la sociedad; pendejos los profesores que se enquistan en las cátedras, los que creen que la universidad es su feudo, su chacra. Pendejos los jefes déspotas, los dictadorcillos de oficina, los reyezuelos de fórmulas administrativas.
La pendejada se aviene, muchas veces, con la inmoralidad: la inmoralidad es lo común; todos la conocemos, no necesita definición.
Inmorales los que no respetan las normas mínimas de civismo, de elemental cohesión social, los que viven en las fronteras de toda convención; los que orinan en la calle, los que beben en la vía pública, los indiferentes, los antisociales, los que no se implican en política, pero critican a los políticos, los ociosos que critican la ociosidad ajena, pero no la suya; los mentirosos que se indignan con la mentira y con el engaño, pero inventan farsas sin dificultad; los procaces que juegan a ser decentes; los infieles que han agudizado sus sentidos para la infidelidad ajena, mas no para la suya; los vocingleros, los farsantes.
Inmoral Julio Sosa que, en Cambalache, decía que los inmorales nos han igualao, pero vivía una vida excesiva en Buenos Aires; inmoral Wilde con eso de que la experiencia es el nombre que le damos a nuestros errores; inmoral Rousseau, que escribió Emilio o la educación y dejó a sus hijos abandonados en distintos orfanatos; inmoral Burroughs con su almuerzo desnudo, que dizque fue hecho con la técnica del collage y no se entiende un carajo, inmoral Carlos Castaneda con la enseñanzas de Don Juan, que nunca existió y cuyas enseñanzas se las inventó el mismo; inmoral Kapuściński cuando falseó su relato sobre la caída de Haile Selassie; inmoral Guillaume Apollinaire y sus caligramas, inmoral Duchamp, que hizo pasar como arte un inodoro y generó una retahíla de seguidores imitándolo.
Desde un punto de vista técnico la inmoralidad no existe: morales somos todos los seres humanos con libertad de elegir; la moralidad es libertad de elegir, los humanos elegimos o decidimos. Puede haber moralidad adaptada a las normas sociales o moralidad que va en contra de las normas, moral del cura, moral del buen samaritano, moral del bondadoso o moral del avieso, incluso aquel que actúa al azar posee una moral: una moral aleatoria. Y la pendejada como viveza solamente existe en nuestros lares; en otros países ser pendejo es ser tonto. Aprendamos a hablar con propiedad.