Opinión

El club de la pelea andino

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Por Raúl Villavicencio

La primera regla del club de la pelea es que los oponentes culminada la pelea se den un abrazo y olviden las disputas. A diferencia de la aclamada película Fight Club (1999) del director de cine estadounidense David Fincher, el Takanakuy, palabra quechua que en su traducción más próxima al castellano significa “golpearse mutuamente”, no es precisamente un club clandestino donde hombres derrotados por la rutina del trabajo y las deudas van a dar golpes hasta que uno termine tumbado en un charco de sangre. Muy al contrario de ello, el Takanakuy es considerado como un ritual donde hombres y mujeres de todas las edades van a ‘limar’ esas asperezas que han ido guardando durante el año, ya sea por disputas territoriales, afrentas al honor, líos sentimentales, o cualquier otra rencilla que se ha ido acumulando durante el tiempo.

Los historiadores dan como origen de esa costumbre en Chumbivilcas, provincia de Cusco (aunque otros mencionen que en realidad es primigenia de Patahuasi, región Apurimac), y que en la actualidad se viene extendiendo en la parte sur andina del Perú e incluso hasta Bolivia.

La fecha elegida para esa ceremonia es el 25 de diciembre de cada año, formándose un círculo donde los habitantes ven pelear por tres minutos a los rivales de turno. Para ello, el retador llama por su nombre y apellido a la otra persona, la cual tiene la opción de aceptar o desistir del desafío o, en su defecto, designar a un representante para que pelee por él.

En el Takanakuy se valen los puñetes y patadas, mas no morder al oponente, utilizar armas punzocortantes, o atacar en el suelo al rival. En el ruedo existen una especie de jueces, los cuales determinan al vencedor, instando a ambos participantes a terminar las disputas con un fuerte abrazo ante la atenta mirada de todos los espectadores.

La música, danzas y alcohol no puede faltar en esa ceremonia que invita a la paz, paradójicamente teniendo como preámbulo el ojo morado o alguno que otro diente partido o nariz desviada.

Esa peculiar resolución de conflictos puede ser cuestionable desde una perspectiva occidentalizada, sin embargo, no puede desmerecerse su practicidad para poner punto final a las riñas y confusiones provenientes de los dimes y diretes.

(Columna publicada en Diario UNO)

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