Volví a ver a Jesús Lévano el invierno del 2019 y charlamos andando por Lima. Lima, si lo pensamos con calma, ofrece un excelente fondo para las conversaciones tanto poéticas como filosóficas; mejor los fines de semana, cuando los justos duermen la borrachera del fin de semana y algunos gatos buscan comida en las veredas. Mientras subíamos por Parque de la Exposición hasta el Centro, para perdernos un rato en Quilca o caminar por Plaza San Martín, Jesús me relataba sus travesías en el viaje de la poesía.
A Lévano lo conozco desde sus aventuras con El Triángulo Cadmio, que fue un espacio dentro de la universidad San Marcos que tomaron para desarrollar eventos de corte artístico, como proyectar películas o armar recitales. La movida de aquellas épocas ya contaba con voces como Fernando Morge, o C. Bafomec, que empezaban a rasguñar sus primeros versos. Simultáneamente, desde la Villarreal, nosotros organizábamos Tajo. Mutant3s, Tajo, Ka-Put (en Tacna), Dragostea (en Arequipa) o Sub-25, (grupo al que después de integró Jesús Lévano) formaban el contexto estético de aquellos años entre el 2o10 al 2016, aproximadamente. Este compromiso de Lévano por crear espacios es un valor importante: su afán y constancia permiten generar comunidad; y eventualmente, abrir espacios de diálogo y de conocimiento. Después del Triángulo Cadmio, surgió la ya reconocida web Poetas del Fin del mundo (1), que es el espacio que actualmente regenta Lévano.
Este puñado de grupos poéticos fue absorbiendo los nuevos lenguajes del word y sus registros y coyunturas mentales. La Internet y de los fluidos virtuales se fagocitan dentro del arte poético peruano contemporáneo. Si para Oquendo de Amat, autor del recordado 5 metros de poemas, la innovación de su arte nace de la coyuntura de la máquina de escribir y las posibilidades tanto sintácticas como semánticas que abre; como también la modernidad del cine y su estética; por otro lado, para nuestra época, el logos de la ciencia y la tecnología se imponen como contexto y musa.
A veces, cuando yo iba a leer poesía o novelitas al Centro Cultural de España y me topaba con Lévano leyendo algunos tomos de Octavio Paz (con su eterno cuaderno de anotaciones) o hablándome de Caicedo o Fabián Casas; autores frescos y juveniles cuya narrativa inyecta vitalidad. Seguía siendo domingo en Lima. Dimos algunas vueltas por Quilca buscando un bar o bodega para tomarnos unas cervezas; caímos al bar-juguería del viejo Artemio, que gruñendo nos vendió dos cervezas trigo en oferta y echamos a caminar buscando una bancas para beber y charlar.
Finalmente, nos acomodamos en unas gradas paralelas a la av. Nicolás de Piérola. Charlamos del mundo poética y las redes sociales; de nuestras biografías poéticas y nuestros sueños. Esa misma tarde, Lévano me pasó el primer esbozo de su ópera prima Ǝ. Yo le dejé unos ejemplares de Arder y Arquitectura.
La poética, los monos y la ciencia poética de Jesús Lévano en Ǝ
Mi primera lectura de Ǝ, entonces, fue una revisión del manuscrito aún inédito. Y la segunda, hoy mismo, horas antes de sentarme a meditarlo. Entre la primera y la segunda, que es ya del archivo que publicó virtualmente tanto por Amazon como Issu en Maestra Editorial(2) y que lanzó por redes hace unas semanas, no encuentro una diferencia de sensaciones notable, salvo algunos detalles tipográficos. Desde un inicio, el lector se planeta la siguiente cuestión ¿cómo se pronuncia este libro? Vemos que la Ǝ no es una E; entonces, se trata un título impronunciable.
Ǝes un poemario con un lenguaje claramente influenciado por la experimentación moderna que, desde Rimbaud, pasando por Bolaño y hasta la movida de La red de los Poetas Salvajes, nos arroja la búsqueda de la originalidad gracias a las voz o voces; simultáneamente, es una bella alegoría entre los mundos naturales y artificiales, permanentemente en conflicto, representados en dos niños: los niños monos y los niños serpientes.
Desde un inicio, observamos una dedicatoria entusiasta a Enrique Verástegui (Te amo, y te dedico todos mis poemas/ y todos los poemas de mi generación) que nos dibuja el Cielo Soñado. Nuestra generación creció leyendo Los extramuros del mundo y también Splendor como dos ejes importantes para estimular la propia ciencia poética; semántica y diálogo, ternura e intensidad.
De Verástegui se aprende casi todo: la lucha del artista contra la sociedad pacata; la necesidad de fundar una obra abierta donde los diferentes saberes humanos (ciencia, gnosticismo, matemática, etc) se asocien para una suerte de caldo concentrado; la afirmación de la obra como continuidad de una tradición viva; o también la necesidad de ubicarse en un no-espacio para crear una Obra. O, evidentemente, la cordura que se necesita para poner la poesía como centro de la existencia, tal cual hizo el autor de Monte de Goce.
La importancia de un poeta se palpa en cómo, en las siguientes generaciones, su mirada es reinventada o desdeñada; bajo esta óptica, Verástegui, sigue nutriendo la nueva lucidez de muchos autores y la dedicatoria de Lévano es parte de este ciclo entusiasma que recién descubre su vasta arquitectura.
Logos del niño serpiente y del niño mono: ética y estética
En el primer fragmento del libro, Prefacio, inicia con un canto prosado donde lo más destacable es la convulsión de una voz poética que nace como un Big bang, una explosión salvaje que anuncia la creación de un cosmos:
“…yo quería ser un ladrón que fuera policía que fuera poesía cantando una canción genial oída en todos los planetas de futuro que según Carl Sagan son dos con probabilidades de ser 1 Millón si en vez de 0.000001 hubiese la posibilidad de existencia de 0.01.”
La mención a Carl Sagan no es veleidosa, ya que sirve como idea de la brevedad de su proyecto (¡Carl Sagan muestra la evolución humana en/ 40 segundos y los libros de literatura siguen/teniendo 900 páginas!) La música de este primer poema, como un géiser, es trepidante y leído a cierta velocidad produce intensidad. Otro detalle del inicio de libro titulado Prefacio es el homenaje a El Principito (“y leído cada página de tu libro 500 veces para encontrar el camino a la verdad o la vida”) como el juego que plantea entre ser poeta y ser ladrón (“yo quería ser un ladrón que fuera policía que fuera poesía”) que nos recuerda, salvando las distancias, aquellos versos de Martín Adán que dicen “uno escribe para su propia policía”, idóneos versos para captar la necesidad de subjetividad y creación propia en el arte poético.
Por otro lado, este Prefacio sirve para darnos una idea del Yo levaniano donde la poesía empieza como germinación desde la infancia (“Yo era un niño feliz/ siempre he sido un niño feliz”) también lo poético es un eje que se mueve entre la amistad más intensa (“Y conocer a los amigos a los mejores amigos/ Y leer sus libros”) y el estudio (“y vivir en la biblioteca de tu universidad/ y vivir en la biblioteca de su universidad/ y vivir en la biblioteca de: / Pucallpa), para finalmente derivar en el conocimiento del “ser”(“CUANDO LLEGÓ LA POESÍA/ la poesía FUE) y también el entendimiento de lo poético como un estado casi místico, como “ese no saber ser ni decir”, ese no tener lenguaje (“Y descubrir que la literatura no está hecha de/ palabras sino de ESO) Como el Principito, que salta de planeta en planeta, la voz poética se descubre en un viaje seminal a su propio tono.
Observamos una necesidad de poner “en negrita” o en “mayúscula” algunos signos, con evidente flujo de intensificar las connotaciones del signo y enfatizar su pulsión. En esto, Lévano es consecuente con los moldes de Czar Gutiérrez; sin olvidar, las tipografías o imágenes que agregan en sus obras autores como Kevin Castro o David Meza. Si Octavio Paz dijo que Rubén Darío era un Niño Cósmico o Nietzsche expresaba que el súper hombre era el que volvía a ser niño y transforma los valores; podemos, por eso, observar, que Lévano se mueve en una dimensión semejante. Del Prefacio el libro se abre al Epílogo. El Epílogo trasncurre 500 millones de años después. Y la voz funda el mito de los niños monos y los niños serpientes. Una voz que reconoce el juego de los encuentros (como André Bretón que expresaba su necesidad de hacer libros para conocer amigos) y el énfasis en el estudio. Estos dos seres son dos bifurcaciones del entendimiento humano:
Niño mono Niño serpiente
1)Naturaleza 1)Tecnología 2)Noche 2)Día
3)Cuentos de terror 3)Libros heredados por sus ancestros
4)Lloran mirando las estrellas 4) Crean máquinas con el poder de crear máquinas
5)500 años en conocer el lenguaje 5)Nacen con el lenguaje.
6)Buscan el lenguaje para cambiar la vida 6)Buscan el lenguaje como conocimiento
¿Niños apolíneos y dionisiacos? El poeta, frente al Sistema de poéticas, tiene que buscar su propio espacio, inventar sus diálogos y agudizar los lenguajes presentes. Lévano nos invita a reflexionar sobre la condición humana y sus derroteros; y a entender el arte poético no como un flujo de corrección ortográfica, sino como un retorno a los mitos, a la lucidez y lo lúcido; a la nocturna imaginación y al diurno movimiento tecnológico. ¿Qué valor tienen los niños monos para un mundo dominado por la ambición tecnológica de los niños serpiente? La noche y el amor son las únicas armas de los niños monos y frente a la guerra:
“los niños mono se dieron cuenta de que ambas no servían para nada”
El universo de Lévano no es moral, pues, la mirada de los niños no lo es; el niño no busca juzgar ni opinar, buscar seguir jugando, seguir en la vitalidad de la acción; no hay buenos ni malos; solo seres que tienen un tipo u otro de conocimiento; esto se observa, cuando en el estallido de la guerra entre los dos seres se manifiesta “p o r q u e t o d o l o q u e p u e d e s e n t i r s e e s
P O E S Í A
y m á s a u n s i s e s i e n t e (…)
Para cerrar el libro con una obstinada afirmación “Todo es/ & / será / poesía”
Jesús Lévano, en suma, crea una suerte de parábola donde la poesía es la conquista de la libertad como también del conocimiento; donde estas dos posturas se enfrentan y socavan mutuamente; innovación y perdida. Este trabajo, dicho sea de paso, se aleja de las modas impuestas por los coetáneos de su grupo y, más allá de darnos una moraleja, nos apertura una poderosa lógica poética donde lo lúdico, las vanguardias y las crisis modernas se arremolinan.
A modo de final: poesía en el fin del mundo
¿Qué aporta de nuevo Lévano frente a sus camaradas de generación? A diferencia de Castro, en Lévano hay recuperación del mito y de la infancia; y no se queda solo en la Alt Lit; a diferencia de Valdivia, hay estructura narrativa y alejamiento de lo Pop; a diferencia de Bafomec, hay contención y no derrame seminal. En cierto modo, son poéticas hermanas, donde la poesía se aleja de la metáfora idónea para ser un mapa de itinerarios o viajes, de propuestas o diagramas.
Así, frente a su grupo, Jesús Lévano, con Ǝ, nos abre un mundo propio, con lógica personal y que nos enfrenta a la crisis ambiental o humanista de inicios de siglo XX. Estamos frente a una suerte de El Principito, adaptando a la sensibilidad de la época, con una búsqueda de entendimiento, entre la exploración distópica y la necesidad de poesía como estado humano imprescindible.
Si la razón poética es necesaria para reinventar el racionalismo académico de nuestro tiempo, que justamente vuelve todo frío y áspera estadística (3); y volver a relacionarnos con la naturaleza, es decir, recuperar el origen del diálogo. Hay en este pequeño e intenso poemario una exploración en ese fluir: poesía y ciencia como dos cuerpos enfrentados en una gramática llamado Poema, que fluyen, se retroalimentan y cantan. Este libro es afirmativo con la poesía, reconoce su fuerza, su estudio y su saber. Y eso, en tiempos como el nuestro, es ya un logro. Lévano, en suma, es una suerte de oráculo de la nueva poesía peruana. Aquí su vaticinio.