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EL CAMPEÓN MENDIGO: PEDRO “CACHETADA” LAVALLE

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Escribe Rodolfo Ybarra

BOX POPULI

Pedro “Cachetada” Lavalle camina rengueando apenas sostenido por un bastón de aluminio. Tiene 61 años, no puede mover la mitad del cuerpo y me dice que le ayude a sacar un sencillo de su camisa, intenta convidarme un marciano de fruta, pero le hago una venia y le digo “yo invito”. Seguro pocos recordaran que “Cachetada” Lavalle fue un campeón del box, uno de los grandes que brilló con luz propia en Argentina, Chile, Bolivia y Ecuador y cuyos títulos no los perdió ante ningún rival, motivo por el cual, según lo establecido por las autoridades deportivas, sigue siendo campeón nacional, sudamericano y mundial en la categoría de peso mediano junior, aunque ahora pida monedas en las calles y nadie le crea que antes lucía relojes Rolex, usaba frac y terno a la medida, andaba en carros lujosos y se paseaba por Miami y California; pero la vida da vueltas de campana y aquí nadie tira la toalla y hay que seguir.

Mucho antes de que Pedro Lavalle se convirtiera en “Cachetada”, en los arenales de Juan Bautista de Villa, en Chorrillos, más se le conocía como “Perico” y le gustaba jugar a los boxeadores agarrándose a golpes con sus hermanos  o los niños del barrio que le lanzaban pedradas y, aún así, no lo vencían. Es que Pedro había nacido con una condición especial para este deporte: la nariz ñata y la mandíbula de hierro sostenido sobre una espalda de bisonte y unas piernas de tronco. Cuenta que su entrenador, el célebre Mauro Mina le hacía hacer planchas de quijada para soportar los golpes y jacks del rival. “Tócame”, me dice, cogiéndose el mentón y me hace aplastarle la nariz. “Aquí no tengo cartílago, por eso puedo aguantar golpe como cancha y no como Maicelo que tiene quijada de cristal. Yo con una mano y vendado lo noqueo al zambo”.

Cuando le pregunto sobre cómo era su alimentación se ríe y me dice que puro pallar, puro frejoles, papa, camote y quinua y de desayuno tus panes con huevo y tu cuáquer. En ese tiempo no había “suplementos”, “proteína” ni “creatina” y el único deporte de contacto era el box para machos y parado uno a uno, lo demás no existía. “Esas cosas como el MMA (artes marciales mixtas) son tonteras de la modernidad y lujos con pasos de ballet solo para pitucos. Yo comía bien y tomaba mucha agua para evitar la deshidratación y estar en forma. Eso sí, nada de licor ni de cigarros y mucho entrenamiento hasta quedar trapo. Los sparring no me aguantaban, había que tener dos o tres a la mano; siempre he sido recio por naturaleza”.

Mientras gotas de sudor resbalan por su rostro, recuerda las tantas peleas que tuvo desde su debut en el viejo Amauta de 1976, incluso estuvo a un paso de disputarle la corona a “Mano de Piedra” Durán cuando noqueó, en el tercer round, al ecuatoriano Wellington Wheatley en julio de 1979, pero por problemas de salud tuvo que dejarlo pasar. Al año siguiente, en febrero de 1980, en Las Vegas, el mismo Wellington Wheatley retaría a Mano de Piedra Duran siendo noqueado en el sexto round dando dura pelea. Un indicativo que los puños de Lavalle eran de acero puro.

Si no fuera por el accidente que tuvo donde una couster lo arrolló y lo abandonó a su suerte otro habría sido su destino, quedándose más de diez días en estado vegetal. “Ya me daban por muerto, fíjate que me llevaron a la morgue para que me reconozcan mis familiares, pero alguien se dio cuenta de que todavía respiraba y me sacaron”. Cuando desperté y no me podía mover y el médico me dijo que iba a quedar hemipléjico, entonces quise suicidarme, tirarme por la ventana, pero la mitad buena de mi cuerpo no me hizo caso”.

CONTRA LAS CUERDAS

En su largo tratamiento se fueron todos sus ahorros, los que había ganado peleando a puño limpio y los que había obtenido, en el mundo secular, mientras se dedicaba a la mecánica automotriz “porque en un país como este hay que asegurarse de lo que sea”. Atrás quedaron sus lujos y su vida de sibarita que incluía cerrar discotecas enteras con orquesta o pasear en limusinas y todo para celebrar los triunfos. Llorando, Pedro Lavalle recuerda cuando estuvo en Argentina y los managers se disputaban por representarlo. Corría mucho dinero ahí. La suerte le sonreía. Incluso una hermosa dama, hija de un empresario vitivinícola, lo flechó y hasta estuvieron a punto de casarse, pero el box pudo más y Pedro Lavalle siguió dándole a los sacos de box.

Mientras cuenta pasajes de su vida hace movimientos de cadera, me dice que boxear no es solo saber dar combos sino que hay que saber esquivar, retroceder o ponerse de lado para que el contrincante no te noquee. “Yo no supe esquivar los golpes de la vida por eso estoy así”, finaliza tratando de mantener el equilibrio mientras sostiene en el aire, casi como un trofeo, su muleta.

Pedro Lavalle y Rodolfo Ybarra.

EL BIG BROTHER

Pedro Lavalle tuvo un hermano con el que se agarraba a guantazos, Carlos “El Tigre” Lavalle, quien también tenía su técnica y logró pelear en el extranjero al lado de los connacionales Freddy Chumpitaz y Felipe Guzmán; el norteamericano Bill Cunningham y el chileno Juan Cruces. Juntos, los Lavalle, eran dinamita. Lástima que a “El Tigre” la decepción del boxeo le llegó antes, a inicios de los noventa, y para ganarse un terrenito fue a parar al asentamiento humano “Jorge Félix Raucana” ubicado en Ate Vitarte donde tuvo varias peleas, él solo contra varios, a puñetazos y patadas, y, en venganza por la paliza que recibieron sus contrincantes, lo fulminaron a punta de balazos. Eran los tiempos del terrorismo y la lucha armada, nadie quería hablar y los problemas se resolvían con pistola. Ahí recién la Federación Peruana de Box le otorgó los laureles y el título que le correspondía. “Yo no quiero eso, yo quiero que los homenajes me los den en vida. No sé porque no me quieren ayudar. En el Congreso todos me conocen, saben que soy campeón. Mis papeles han ido a parar a una y otra bancada, pero nadie hace nada por mí. Quisiera volver a estar sano y para eso necesito siete mil dólares para viajar a Cuba y sanarme”, finaliza derramando lágrimas por el fatal destino que ha tenido al lado de su hermano.

Certificado de la Federación de boxeo.

BOX DEI

Lavalle cuenta que la vida de un discapacitado es dura en todo sentido. No solo por el día a día, el transporte, el trato con las personas, etc., sino que en este mundo cruel los asaltantes y gente de malvivir se desquitan con ellos al peor modo de La Naranja Mecánica: “La vez pasada cuando llegaba tarde a mi casa unos tres ladrones me tumbaron al piso, me quitaron mi muleta, me robaron lo que tenía en los bolsillos y me empezaron a golpear en el suelo, yo me defendí como pude y de un izquierdazo –la única mano que le sirve–, dejó desmayado a un ratero, los otros me empezaron a agarrar a palos hasta que salieron los vecinos”.

Actualmente entrena a muchachos de barrio y se da un tiempo para bajar a “la bombonera” del Estadio Nacional donde asesora a amateurs o principiantes que dudosos le abonan una propina. Y siempre mantiene el sueño de volver al ring aunque sea para exhibición. Todavía recuerda con nostalgia a su generación ochentera con los laureados Marcelo Quiñones, Oscar Rivadeneyra, Orlando Romero Peralta, Fernando Roco, Freddie Chumpitaz y Ernesto Quintana, entre otros, con quienes representó al Perú dejando bien en alto los colores patrios.

Hoy que todos los sueños se diluyeron, Pedro “Cachetada” Lavalle camina solo por una calle de Lima, arrastrando su medio cuerpo paralizado, esperando cerrar contratos con los managers, el bullicio de los barristas, los flashes intermitentes de las cámaras fotográficas y que el timbre de la campana vuelva a sonar.  Aquí nadie tira la toalla y hay que seguir.

(Crónica publicada en la revista impresa Lima Gris N° 16)

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