Opinión

El caballero de Dios, de Carlos Trujillo

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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Siempre ha sido difícil abordar el tema divino desde la literatura, salvo algunos libros ejemplares y señeros y hasta arqueo-históricos como Los Cantares del Rey Salomón, el Bhagavad-gita o el mismo Popol Vuh. Pero en Literatura se arriesga a encontrar frenos, gibas o corcovas por el tipo de lector. Salvo que el ejercicio narrativo por su belleza en sí nos coloque un escalón más arriba de las posiciones de creencias religiosas, atavíos hermenéuticos o los cinco pies del gato. Y este Caballero de Dios, de Carlos Trujillo da el salto cualitativo y nos pone en un lugar de expectativa.

Este Caballero nos ofrece un mundo de ángeles y demonios, de luchas milenarias, bíblicas y hasta arquetípicas o apocalípticas donde se pronostica el derrumbe del fallen ángel, con ejércitos de atacantes y salvados, incluso planteados en números (¡los 144 mil siempre serán los escogidos?). Y cómo la fe y la obediencia se convierten en herramientas de liberación y de bendición. Por otro lado, están las narrativas más humanas, aquí los conflictos suceden entre la libertad, la alegría, el desamor o el destino.

 Así el libro arranca con El visionario. Nuestro personaje está viajando, conociendo lugares ignotos o personalidades egregias y siempre soñando, pero, sobre todo, leyendo que es como se alcanza todo esto en un abrevadero literario. Todo sucede porque está escrito o todo escrito es ya una realidad y/o se puede vivir una vida alternativa: la vida del lector. Al igual que en El caballero de medianoche en que otra vez es el sueño confundido con la realidad. El mundo onírico se ve traspasado por la realidad o viceversa.

En Las criaturas del bosque es un niño de seis años que vence sus propios miedos o quizás los miedos de un entorno deslumbrante con criaturas fantásticas salidas de un cuento de hadas. Y la aventura de dar el salto decisivo: “Así que una noche me animo a ir con ellas y vivo una infinidad de aventuras mágicas increíbles”.

En Amor de hermanos es el doble rostro de Jano, la alegría y la tristeza, dos hermanos como las dos caras de una moneda y, curiosamente, el hermano feliz fallece en un accidente de tránsito y le deja esa moraleja: “Sonríe, hermano, que la vida es corta y es para vivirla. Sé feliz, ríete de la vida”. Algo que cambiará definitivamente el devenir del supérstite. Como una especie de doppelgänger irregular o la doble cara asimétrica de Jano. Y por compensación o ausencia, la enseñanza permanece y se perenniza en el hermano vivo.

En Verdadera Libertad se conjugan todas las luchas del ser humano donde la más valiosa y la más sublime es la libertad y que por ella se puede perder la vida, ya que no tiene precio y es inconmensurable. Una vida sin libertad no es vida, algo que, por diversas razones, y ciertos vasos comunicantes nos llevarán al último cuento de este libro, lar de poesía y política en conflicto con su tiempo.

La batalla final narra el apocalipsis. Aquí las fuerzas prístinas batallaran contra su contradicción. La lucha del bien y del mal que podría ser también si se quiere (y el autor lo quiere así) la lucha de Dios contra el diablo, algo que nos hace recordar los textos del controvertido Giovanni Papini, desde sus historias sobre Jesucristo hasta El Diábolo.

En el Extraño, un exconvicto de la SS alemán buscará refugio en la ciudad de Huarmey, pero el destino le tendría separado un final de película. Y no sería forzado si esta narración corta nos trae al Sartre de El Muro. La historia de Ramón Gris, el líder anarquista, ya estaba zanjada quizás desde un principio como la de Joseph Dussan, el líder nazi que no podría eludir a la historia ni a sus propios crímenes.

La iluminación narra los avatares de Josué por consagrarse a Dios quien al final le otorgará la vida para que siga haciendo la voluntad divina en la Tierra. Y quizás estos textos bien narrados por Trujillo sean su fuerte por varias razones que él mismo podría explicar perfectamente y porque casi siempre nos deja su mensaje ecuménico. No obstante, el autor sabe sopesar su fe y devoción para entregarnos historias puramente humanas.

El ogro y la niña es un bello cuento que nos trae de recuerdo el cuento de Oscar Wilde “El Gigante egoísta”. Nada más que aquí en vez de un niño divino, se trata de una niña que logra doblegar el corazón duro de un ogro y lo sublima. Curiosamente en el caso de Wilde, sí se trata del niño Dios, el que al final gracias a haberle prestado su jardín para jugar lo lleva el paraíso para disfrutar y ser feliz en la eternidad.

Ocaso en Paris es el itinerario de John, un enamorado de Paris que lo llevará a una muerte absurda, una muerte que se venía venir casi como una catarsis o un cumplido mientras disfrazado de mimo comía un croissant y se atora y muere entre aplausos por una supuesta actuación que había sido su vida entera y francofílica: “John siempre estuvo enamorado de Francia. De niño, soñaba ir a Paris y hacerse un gran artista. Incluso hablaba un poco de francés. Enamorado de la voz de Edit Piaf, la pintura de Renoir, el cine de Godard, anhelaba visitar los lugares que frecuentaban sus ídolos”.

El caballero de Dios nos muestra a un personaje obstinado en ser un “caballero” tiene que pasar diversas pruebas hasta que comprende que ese oficio no es cosa fácil y va a demandar de él algo más que cumplir o simplemente pelear. “En esta vida se lucha por amor al prójimo. Yo lo hice todo por amor y amo mi creación”.

 El mayor tesoro nos muestra a Fortunato, un joven millonario que sale a pasear con su auto de lujo y su chofer. No estaba feliz hasta que se encuentra con un grupo de niños haraposos que en su total estado de abandono y precariedad eran felices. Una niña le regala un caramelo y Fortunato siente que algo cambia en su interior y se ofrece a ayudarles. Este texto muy bien podría independizarse y convertirse en un texto sobre la felicidad. Un tema en el que no muchos se ponen de acuerdo. Sobre todo, en tiempos de neoliberalismo draconiano donde ser feliz es el equivalente a acumular ganancias, carros, casas, propiedades y lujos.

La revelación de Edgar nos muestra a un suicida que por falta de amor quiere acabar con su vida. En ese momento se revela una presencia prístina y celestial que le dice que no lo haga y con un amor infinito lo lleva a presenciar diversos actos y momentos bíblicos. Una especie de revelación y lo único que queda es creer ciegamente. Aunque el final no es precisamente lo que uno piensa o supone. O en todo caso, lo que una persona de creencias y fe ciega sí lo podría aceptar.

La muerte de la poesía es quizás la historia más real y concreta del libro porque narra los últimos días del poeta Jovaldo, seudónimo de José Valdivia Domínguez, en el penal de la isla del Frontón en lo que fue conocido como La Matanza de los penales, orden dada por Alan García y ejecutada por la Marina en la que participó el almirante Giampietri y, según testigos, también Del Castillo. Texto que nos lleva directamente al 18 y 19 de junio de 1986 y los más de 300 presos masacrados con un tiro en la nuca. Aquí el autor no dice “la muerte del poeta”, sino que en una especie de inmanencia concreta y categórica apunta: La muerte de la poesía, o sea, el fin del logos y de la creatio. Y para eso, nos adentra en lo que pensaba Jovaldo en esos días, cuáles eran sus búsquedas, su sino en la poesía lírica, su emblema social y sus poemas que lo llevaron a la cárcel. En ese yo interno también se narra la emboscada que venían preparando los reclusos y la idea de la fuga por el mar (pero recordó que no sabía nadar) y luego el final que todos conocemos, pero que pocos imaginan en su verdadera dimensión y dolor. Por eso y por más, esta muerte de la poesía es el final del libro y aún cuando el autor ya habló entre líneas, nos deja el mensaje de que si uno es El Caballero de Dios nunca morirá. Como los poetas verdaderos y de hierro fundido que quedan libres y eternos en cada uno de sus textos.

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