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El breve y eterno instante del amor

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Con San Agustín entendí que el tiempo de Dios es eterno, el tiempo de los hombres es mortal. La eternidad es un círculo, la mortalidad una línea y, por tanto, una secuencia que empieza y concluye en dos puntos.

¿Y si te digo que hay situaciones cumbre en las que la eternidad rige? Por ejemplo en el encuentro de dos cuerpos que se aman. No me creerías. En el filme “Los puentes de Madison”, un hombre y una mujer casada se aman intensamente y saben que en algún momento el sueño acabará. Será breve, pero fue por paradoja eterno por lo que dejó en ambos. Kundera se refiere en “La insoportable levedad del ser” a ese peso que es el amor real, el amor concebido bajo las pautas de la Ley del eterno retorno, de Nietzsche, que se repite como en una reverberación sin fin. Lo que quiero decir es que un breve acto de amor, cuando es de amor genuino, compromete el alma y tiene por sino la trascendencia, la inmortalidad. Excusen mi platonismo.

En la película “Verano del 42″ un joven se enamora de una mujer madura en una temporada de playa. Solo la posee al final, cuando ella conoce de la muerte de su esposo en combate (segunda guerra) y llora frente al muchacho y terminan la escena en un desenfreno pasional breve, pero que no se repetirá. Al día siguiente él visita la casa de ella y ya no la encuentra, la deshabitó para siempre y se fue sin rastros. Se fue y nunca la volverá a ver, pero ese breve acto de amor subsistirá en su interior hasta el día de su muerte. Nada supera al amor en trascendencia, belleza y conjunción, ni la más leal amistad.

La pasión amorosa intensa que involucra una genuina y ardorosa entrega, el encuentro que compromete al cuerpo y al alma en su conjunto, permanece, sobrevive a los años. Un prolongado, pero leve amorío sin peso no trasciende, muere en su consecución. El amor apasionado y esencial, sobrevive al cuerpo y al instante, es una victoria de la vida.

Lo que llama solo al cuerpo muere con él. Lo que llama al alma permanece. Un encuentro desapasionado, sensual apenas, leve, mecánico, nos recuerda nuestra mortalidad. Un encuentro gobernado por el fuego amoroso, donde el alma enciende y aprieta es una representación de la eternidad.

Un instante puede representar mucho más para un hombre que cuarenta años de mecánica sexual amatoria. Depende del sentimiento puro, además de la entrega, la pasión, la química, el desborde, la crispación, el temblor…El erotismo, como dice Octavio Paz en “La llama doble”, es ceremonia y representación, no es simple sexualidad animal. Aunque luego dice: “El sexo es el centro y el pivote de esta geometría pasional”. Pero no es todo, amigo poeta.

El amor a un cuerpo es incompleto si no involucra la fuerza interior del alma que nos vivifica. Amar a medias no es amar. Amar una hora aunque genuinamente puede tener mayor significación que la atracción simple o el deseo, por más que este se exprese sexualmente un sinnúmero de veces.  El amor a un alma, aunque se represente en un único episodio sexual, es el logro de la plenitud. Más aún, se puede tocar la eternidad tocando apenas los dedos de una mano, un tramo de piel.

A veces ese amor puede ser trágico y no tener correspondencia (que no para todo hay sintonía) y el amante debe someterse a las condiciones y reglas de la pura amistad. En ese caso, el amante encubre su amor y se sacia con mirar, con oír la voz que resuena en el aire como un vivo tono de violín. Platón se refirió en su ideal a la bondad del amor casto. También es válido, pero no es pleno. Nada más injusto que separar el cuerpo del alma, que prender dos velas y no conjugarlas en un juego intenso de iluminación. Ambos, el hombre y la mujer, deben compenetrarse en un abrazo, en un beso, en la magia sublime de un encuentro, en compartir eso que Fromm llamaba “una soledad de a dos”. Fromm también se refería a la insoportable sensación de separatidad que nos funde desesperadamente con la otra o con el otro.

Como todas las creaciones del hombre, nos dice Paz, el amor es doble, “es la suprema ventura y la desdicha suprema”. Nos cuenta que Abelardo relató las peripecias de su vida bajo el título “Historia de mis calamidades”. Amó y por amar fue castrado. Señala con resignación que el amor está sujeto a las condiciones de la tragedia de la vida, al paso del tiempo, a la pérdida de la belleza y de la juventud, a la enfermedad y a la muerte. Por eso el amor es conciencia de muerte, sabe que perecerá o adquirirá nuevas formas y por eso requiere de la máxima intensidad mientras suyo sea el reino del tiempo. Lo suyo será entonces, a través del encuentro apasionado y febril de dos almas enamoradas, eternizarse en un solo instante. Cuando tal fusión se realiza, nada puede derrotar el momento cumbre del amor. Desde luego, ese instante de dicha habrá de dar paso, al dolor de dos criaturas mortales que se separan, pero ¿Se separan realmente?

El amor no es viso municipal o bendición clerical. Sé que es difícil de entender, que el común de los humanos es desapasionado y ligero, que su deseo no es total y menos su entrega. El hombre o la mujer light trepa un cuerpo y abraza el disfrute, luego se va sin llevarse nada, desapasionado, leve, quizás sin ánimo de retornar. Buscará otros cuerpos. Leve, como en la fábula de Kundera. El que ama con peso, esto es, con pasión y compromiso, socava, rige, sacude el universo, no se contiene, no repara en razones, no toca, hace mucho más, vierte la piel y el alma, remueve la materia del fondo de la tierra. Quizás sea un amor de temporada, pero será su intensidad y su calado lo que lo haga eterno.

Contribuye a la pasión amorosa más intensa la novedad, la avidez que sucede al amor, la desnudez que echa abajo todos los ropajes, la entrega total, la desmesura, la libertad. Y la entrega total carece de relojes, no es el tiempo lo suyo ni lo es preguntarse cuánto durará, es la infinitud de una conjunción de dos almas escondidas debajo de dos cuerpos perecibles.

La clave de la pasión amatoria real es precisamente esa, apostar contra el tiempo en un encuentro supremo, fugaz e imperecedero a la vez. “El tiempo del amor no es grande ni chico: es la percepción instantánea de todos los tiempos en uno solo, de todas las vidas en un solo instante”.

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