Cultura

“El beso” de Carlos Trujillo Ángeles

Lee el artículo de Rodolfo Ybarra

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Carlos Trujillo Ángeles nos entrega un fresco de besos, no al estilo de Klimt o del graffiti con el mismo nombre del exmuro de Berlín y que significó una crítica solapada a la “Doctrina Breznev” impuesta a clavo y martillo a los países del este. Más bien este libro es la recuperación de un clasicismo o romanticismo donde los amantes por una u otra razón sufren el vacío, el abandono, el rechazo o simplemente el desamor (¡amour et désamour?). Y es ahí donde encalla y suelta el ancla este autor que, por ratos, nos recuerda al narigudo Cyrano de Bergerac que le dicta todo lo que Christian de Neuvillette le quiere decir a Roxana; “las cartas literarias a una mujer” de Gustavo Adolfo Bécquer o Gérard de Nerval cuyo trajín amatorio lo llevaría a sufrir graves trastornos nerviosos, depresión, sonambulismo y, finalmente, la esquizofrenia y el suicidio para, según Baudelaire «librar su alma en la calle más oscura que pudo encontrar».

Los grandes temas de la literatura son, generalmente, tres: la muerte, la soledad y el amor. Y El Beso tiene su propio atrezzo, así en rima, sus historias nos envuelve o nos deja en el aire. Al parecer, el autor pretende endosarnos su sufrimiento (el de los personajes). Todos se consumen en una suerte de desvarío que sin ser patológico nos arrastra a un ineludible martirio necesario en el sentido del aprendizaje. Y en esta temática “la letra con sangre entra”. Por algo, Borges dijo que lo mejor que le podía pasar a un poeta es que la mujer lo dejara. Es ahí donde se consuma y destila el amor que luego se convierte en tinta y papel, al menos si eres escribiente.

Y tres son también las grandes formas del amor en la literatura: el amor trágico caracterizado por la incompatibilidad, la prohibición y, en muchos casos, la venganza o la expiación tal cual Tristán e Isolda transformada en ópera por un alucinado Wágner y utilizadas por el loco-genio de Buñuel en sus dos películas surrealistas. El amor imposible que está condicionado por situaciones y momentos externos que amenazan la relación y a los amantes, ejemplo indiscutible “Romeo y Julieta”, Capuletos y Montescos. Y por último, el ideal, el correspondido: el amor recíproco donde la pareja se realiza en una felicidad pluscuamperfecta, casi un cuadro de la Atalaya de los Testigos de Jehová.

Pero nuestro autor indaga freudianamente a palmos en la psicología de los amantes, personalidades límite o boderline, mujeres neuróticas, estrogénicas o esquizoides que pueden morir de tanto amar o de no soportar al amor. Inexplicable quizás para la normalidad, pero en un mundo donde todo puede ocurrir, el estado mental termina siendo el estado menos sano y hasta cierto punto normalizado por la misma sociedad que exige seres, hombres/mujeres funcionales y no “dañados”. Y por ende, los que quedan en el encelado tablero de ajedrez tendrán que entender o sufrir los daños colaterales.

Por ejemplo, “Drama de un payaso” es otra forma de vivir el fracaso y todo por seguir a un amor platónico de un continente a otro, un sueño torcido, un tour de force que se convierte en pesadilla y que lo arrastra a cometer actos irracionales, querer enamorar a alguien que ya ha decidido su destino con otra persona y que lo desfalcará tanto crematísticamente como espiritualmente, la pobreza conmiserativa per se y la muerte que no tarda en llegar justamente para ponerlo todo al ras del suelo. Y donde se suma algo cuasi imprevisto: la modernidad “que no perdona a los soñadores”. Un relato de antología.

En la segunda parte de El Beso o segundo beso, hallaremos las cartas de amor, donde se develan los engranajes del corazón amante, los impulsos, los apuros del himeneo y la vida que se va en un abrir y cerrar de ojos. Por eso, el escribiente conmina a su musa a ser aceptado, a decirle sí y no perder el tiempo en sandeces. Directo al punto. Y, claro, también la desesperación de la pérdida. El no poder soportar la soledad y aceptar que la vida ya no es nuestra sino de la contraparte. Qué terrible dilema aceptar que nuestra vita bella ya no está en nuestras manos sino que se ofrece como una flor o una rosa, tal vez El Ruiseñor y la Rosa de Óscar Wilde donde el ave termina muerta y la rosa pisoteada.  Y aquí aparece también la razón del libro e incluso un ars poética del ósculo: “Besarte fue lo más bello que hice, porque lo hice con amor. Sentir tu aliento, probar tu dulzura, aferrarme a ti, sentir tu nerviosismo y tu corazón palpitar…” Y todo para llegar a la “Decepción” donde el amante interlocutor se explaya: “Saber que no me quieres me hizo notar lo solo que estoy en el mundo. Espíritu sensible y apasionado siempre amaré más de lo que seré correspondido, por lo que nunca seré amado por igual.”

Considero que lo importante de este libro lleno pasión y amor eros, primo del amor ágape y del amor filia, es su carácter a contracorriente. En un mundo donde es fácil contar del otro, contar lo propio sin que esto sea necesariamente “autoficción”, impone sus dificultades. Tanto por el riesgo de la privacidad expuesta como el riesgo estético literario o quizás porque nunca las cartas de amor pasarán de moda, quizás en literatura pura y dura, pero nunca en la vida diaria donde la gente se ama con los dientes, con cuerpos sudados, a las visibles o “a escondidas” como dice la canción y siempre con cartas de amor que se guardan en baúles con olor a alcanfor y que lo leerán los nietos o extraños.

Carlos Trujillo Ángeles nos entrega así algo que es parte de sí mismo, intrínseco a su estro poético, y lo comparte con esa palabrita que a veces nos arde o nos duele pronunciar: Amor, amor, amor. Y en un mundo corroído por la mentira, el engaño y el odio, un libro dedicado al amor debería celebrarse con bombos y platillos. Y yo lo celebro.

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Amor Perpetuo

Siempre estuvo enamorado de ella, pero nunca se lo dijo por ser tímido. Se conocieron cuando apenas eran niños, en la escuela primaria. Quizás no se haya manifestado entonces, pero él se enamoró de ella desde el primer momento. Era una chica especial aún a su corta edad. De una belleza notable, buenas maneras y un estilo propio de la flor y nata de la sociedad, él siempre la vio inalcanzable. Siempre sentiría algo intenso por ella, pero las grandes diferencias entre ambos, sumado a su extrema timidez, impedirían cualquier intento de parte suya, por lo que sólo se contentaría con fantasear una vida alternativa a su lado y escribirle poemas que nadie más que él leería. Qué dolorosos serían los primeros años de su idilio, sólo contentándose con verla a la distancia, como si se tratara de un paisaje o una obra de arte, nunca sería suya. Mientras sus amigos con el tiempo entablarían relaciones prácticas con las chicas, él siempre guardaría sus mejores sentimientos para su amor platónico. Pasaría el tiempo, él controlando como fuera sus impulsos, manteniendo puro lo que tenía por dentro. Unas veces sucumbiría ante el deseo, pero ya saciado de los amores temporales, seguiría devoto a su pasión. Para él el tiempo no importaba, siempre que mantuviera vivo su gran sentimiento. Aquello se fortalecería cada vez que tuviera noticias de su amada o por conmiseración del destino la viera, siempre de lejos. Pasaron los años, llegó al otoño de su vida y aún mantenía lo suyo como vocación religiosa. Por último, murió, toda la pequeña ciudad fue a su entierro, entre ellos su amada en compañía de su esposo y algunos de la gran familia que hizo en todos esos años. Tras terminar la ceremonia, un amigo del difunto le dio una carta suya, donde le rebelaba todo el amor que le tenía. Ella se asombró, soltó un leve llanto y tras reponerse se dijo a sí misma: “Es una pena. De habérmelo dicho antes, me hubiera casado con él”.

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La flor cautiva

Se enamoró de ella a primera vista. Era una joven vendedora de flores con un pequeño puesto en una concurrida avenida. De una belleza deslumbrante y una personalidad dulce, era la flor más bella de su local. Oscar se quedó impresionado de ella y fue a verla con frecuencia. Se llamaba Jazmín y era una maravilla del Paraíso. Dócil, bella y delicada, era una flor hecha persona. Oscar intentó conquistarla desde el principio, pero se sorprendió por su actitud. No es que lo rechazara, ni que su corazón ya tuviera dueño, ella no podía pensar en el amor porque en su vida tenía otras preocupaciones. Su familia era pobre, su padre yacía inválido en una cama, su mamá sufría artritis reumatoide y su hermanita era tan pequeña que no podía valerse por sí sola. Ella era el sustento de su familia. Trabajaba todo el día y no podía pensar en otra cosa. Pese a aparentar serenidad, en su interior guardaba una gran tristeza. Soñaba con que un día su padre se levante, vaya a trabajar y fuera el mismo hombre seguro de sí mismo de antes. Pero no, los médicos lo habían desahuciado. Su mamá reumática estaba sumida en la depresión y su hermanita apenas tenía dos años. Pese a todo, guardaba cierta esperanza. Oscar se hizo su amigo, la ayudó en todo cuanto pudo, pero al no corresponder su amor tuvo que dejarla. Pasó el tiempo. De estudiante se hizo un exitoso empresario. Conoció mundo, se hizo rico, se casó y tuvo hijos. De vez en cuando echaba de menos a la joven florista e iba a verla. Como siempre, la encontraba serena en su puesto de flores, como una flor más, con su típica dulce sonrisa. Oscar no podía olvidar esa sonrisa, era única: angelical, era el mismo retrato de la dulzura. Cuánto quiso haberse casado con ella. Se lo habría dado todo, hubiera hecho lo imposible por curar a sus padres. Pero la melancolía de Jazmín no permitía amarlo, ni siquiera un poco, que habría sido bastante para Oscar. No. Ella estaba consagrada a su pena. Era una santa. Oscar se tuvo que contentar con visitarla de vez en cuando. Pese a todo, ella lo inspiraba. Pasaron los años y como sus flores, Jazmín fue marchitándose. Por sus responsabilidades, Oscar dejó de verla buen tiempo. Cuando por fin pudo, al buscarla se dio con la ingrata noticia de que ella había muerto. Al parecer, de tristeza. Oscar se apenó bastante, había muerto su musa, su mayor ejemplo de constancia en la vida. Aún hoy la sigue visitando en su última morada, donde le lleva flores bellas, pero ninguna tan hermosa como ella.

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VI

Mi querida:

                  Es un gusto dedicarme a ti mediante esta carta. Sé que no soy muy locuaz, pero siempre he encontrado en la escritura la mejor forma de expresarme. Tal vez te preguntarás el motivo de por qué te mando una carta. Bueno, porque lo encuentro una forma clásica y poética de dedicarse a alguien. Yendo al grano, te escribo esta carta para expresarte todo lo que siento por ti. Quizás no nos conozcamos mucho tiempo, pero en lo que nos conocemos, me di cuenta de que eres una chica amable, seria, de su casa, educada, amante de Dios y muy bella, tanto física como espiritualmente y eso es lo que más me ha gustado de ti. Yo también soy alguien muy espiritual, razón por la cual escribo poemas y cuentos. Sin embargo, no todo lo que escribo es alegre, siempre me he considerado un poeta trágico, por no haber encontrado aún el amor verdadero. Pero, ahora que te conozco, tengo la ilusión de por fin haberlo encontrado. Significas mucho para mí, eres la pureza y dulzura hecha persona, un pan de Dios, un ángel. Eres quien revive mi espíritu poeta, quien hace tiempo estaba dormido por no haber encontrado el amor verdadero, sino al contrario, sólo soñaba con amores fantasiosos e irreales. Tú eres real. Eres lo más cierto que he encontrado en mi vida incierta. Quizás debí habértelo dicho mucho antes, pero no encontraba el momento propicio para hacerlo y ahora que sé que estás saliendo con alguien más, eso me ha hecho actuar de forma inmediata. Sé que no tengo mucho tiempo. Así que te lo digo todo de una vez, me gustas y me gustaría estar contigo. Prometo hacerte la musa de mis sueños y dedicarte toda mi obra. Mi mayor obra de arte será mi relación contigo. Quizás esté en desventaja, frente a tu otro pretendiente, puesto que ya vas saliendo con él varias veces. Yo también quise salir contigo antes, pero no se pudo. Qué adversa es la realidad, siempre dificultando las cosas y haciendo que los verdaderos amantes se separen. Pero yo lucho contra ella, manifestándote lo que siento mediante esta misiva. Espero aceptes mi proposición, puesto que me harías muy feliz, de lo contrario, tendría un motivo más para estar triste, en esta mi vida de poeta incomprendido, ávido de amor, que daría toda su obra al amor de su vida. Je t’aime. Je te veux. Vous êtes la raison de ma vie. Eres la amada inmortal quien siempre he buscado y a quien dedico mi libro “El beso”.

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