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El apagón y la radio

Los habitantes del viejo continente no sabían cómo reaccionar, encontrándose incluso a algunos extremistas decir que se trataba del fin del mundo o de un apocalipsis zombi.

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Por: Raúl Villavicencio H.

Durante mis viajes al centro del país he visto tanto a camioneros, pobladores, campesinos o dueños de una pequeña bodeguita acompañarse en sus jornadas diarias al lado de una radio, ya sea a pilas o conectado a un enchufe.

A pesar de que este mundo moderno que da saltos agigantados en tecnología, lejos de la estrepitosa y sofocante ciudad aún se pueden experimentar mañanas donde el único sonido es el susurro del viento o el cantar de las aves, el murmullo de las hojas o el paso eterno de un río. Es ahí donde muchas veces la señal satelital no llega y el único recurso para estar al tanto de lo que pasa en el mundo es una pequeña radio con batería.

Hace unos días ocurrió un hecho sin precedentes en España y otros países de Europa, catalogados como del primer mundo, donde en algunos sectores se quedaron sin luz hasta por doce horas. Fue tan extraño ver a los europeos colocarse en la situación que viven millones de latinoamericanos cuando se trata de quedarse sin fluido eléctrico por horas o días. Los habitantes del viejo continente no sabían cómo reaccionar, encontrándose incluso a algunos extremistas decir que se trataba del fin del mundo o de un apocalipsis zombi.

Ver a los peninsulares abasteciéndose con alimentos no perecibles, agua o papel higiénico me hizo acordar cuando se decretó en el Perú la primera cuarentena por el coronavirus. Pero muchos de ellos fueron incluso un poco más lejos quedándose ‘petrificados’ en el lugar donde les agarró el apagón, sin saber cómo reaccionar en ese tipo de situaciones. O aquellos que gritaban desesperadamente en los parques y plazas como si hubieran visto a un demonio aparecerse en el cielo. Cosa de locos.

Más allá de lo anecdótico y preocupante, el apagón en Europa deja una gran lección a futuro: el ser humano no puede ni debe depender completamente de la electricidad para poder subsistir. Trenes paralizados, semáforos inservibles, edificios enteros, hospitales, comisarías, supermercados, y hasta la propia red de internet quedaron obsoletas por casi medio día. Afortunadamente en este país tercermundista aún millones de peruanos, sobre todo en las provincias más remotas, pueden continuar con su vida sin la necesidad de estar pegados a una pantalla.

Columna publicada en el Diario Uno.

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