Ha fallecido Mario Romero Pérez, “El Ángel del Oxígeno”, uno de los empresarios que ante la pandemia del coronavirus tomó la decisión de vender a precio justo el balón de oxígeno para salvar la vida de sus clientes. “Al principio, la gente comenzó a comprarnos varias pipetas de oxígeno a 15 soles el metro cúbico para después venderlas por el triple” – declaraba a BBC Mundo un mes atrás – “Nos tocó crear un método para vender solo una pipeta de oxígeno por persona y garantizar que llegara a los pacientes que lo necesitaban porque hay mucha demanda” Cuando se contagió de coronavirus la clínica le exigía 120 000 soles de garantía para internarlo, sus familiares tuvieron que pagar 15 000 soles antes de ser trasladado a un hospital del estado.
Mario Romero Pérez, era uno de los dos empresarios conocidos como “ángeles del oxígeno”, el otro, Luis Barsallo perdió a su hermana recientemente víctima del coronavirus: “El mejor homenaje a la memoria de mi hermana es seguir apoyando al prójimo” declaró ante el fallecimiento de su hermana.
Pero ¿Qué motiva a los “ángeles del oxígeno” a actuar cívicamente en una sociedad profundamente desestructurada? Ambos apelaron a la solidaridad y al sentido de justicia humano; decisión que permitió surtir de oxígeno a precio justo a los innumerables clientes que hacían cola desde la madrugada en sus respectivos locales. Esta decisión fue vista metafóricamente por la colectividad como algo sobrenatural: un ángel es un enviado divino. La honestidad que caracterizaba los actos de vida de Mario Romero Pérez era pues de otro mundo. Dice mucho de una sociedad, que uno de los pilares de la convivencia democrática, como es la honestidad, sea un valor ultraterreno. Sin embargo – en un país donde un ex ministro comete “un error” aprobando una norma que encareció el precio del oxígeno, donde el tinglado de clínicas y farmacéuticas monopolizan el entramado sanitario especulando con los precios y donde muchos ciudadanos intentan buscar, antes que el equilibrio cívico, el provecho propio – se comprende que la honestidad de Mario Romero no haya sido de esta tierra.
Mario Romero Pérez no era un político, no ocupaba un cargo público, no fue elegido por votación popular, no enarboló la bandera de ningún partido político “que lucha por los más pobres”, en sus declaraciones no habló de democracia pero sí de justicia, no habló de instituciones pero sí de honestidad. Es probable que algunos políticos aprovechen su fallecimiento para obtener réditos partidarios, quizás sea condecorado póstumamente, quizás se proponga una ley para declararlo héroe nacional como ya se estaba planeando. Quizás al fin de la pandemia su nombre sirva de paradigma del peruano honesto que prefiere antes que lucrar buscar la justicia social. Sus actos son adversos al de aquellos que en medio de lobbys y componendas buscan enriquecerse en esta pandemia. Mario Romero Pérez fue un demócrata cabal pues interiorizó los postulados básicos de toda democracia y trató a sus semejantes con humanidad. Que descanse en paz.