Padre Omar Sánchez, Director de la Asociación de las Bienaventuranzas.
En medio de nuestra ciudad salvaje existe un lugar que resiste, un fuerte donde la desesperación se torna en sonrisa, y la carencia en esperanza. Un lugar donde 262 personas de todas las edades, puestas bajo el cuidado del Padre Omar Sánchez y su equipo, se alzan ante la soledad y la miseria de nuestros días, enarbolando la bandera de la fe y la resiliencia. Ese lugar es la Asociación de las Bienaventuranzas, que incluso en medio de la mayor crisis de la historia contemporánea de nuestro país, y habiendo registrado 13 casos de COVID entre sus residentes, se reafirma como el hogar de los desvalidos, de los más pobres entre los pobres, de los más enfermos entre los enfermos.
Conversamos con el Padre Omar, motor de la obra, buscando entender qué es lo que aviva esa fe suya que no se apaga, esa llama que brilla, segura y decidida, entre las tinieblas de un país azotado por la pandemia y otros virulentos males, tal vez más perniciosos aún, los de la corrupción y la desidia.
Una gesta contra el olvido
“Yo estoy haciendo lo que tengo que hacer, lo mío no tiene ningún mérito. Quienes tienen mérito son todas las personas que están en esta casa. Tenemos 13 casos de COVID, aislados, y, gracias a Dios, asintomáticos. Y enfermeras nuestras, que no tenían COVID, se han metido a atenderlos. Ahí, en ellos, está el mérito.”, afirma el Padre Omar Sánchez. En el incierto contexto actual, los esfuerzos se han multiplicado, pero el camino es duro. En efecto, la Asociación de las Bienaventuranzas acoge a niños, jóvenes y adultos con serias enfermedades que requieren de sumo cuidado. Síndrome de West, de Moebius, trastorno del desarrollo intelectual, o discapacidades físicas, son ejemplos de los retos que estos 262 residentes enfrentan cada día. “La menor tiene 2 meses, y la mayor, 94 años. Todos están en proceso de investigación tutelar, o declarados en abandono.”, comenta el Padre Omar.
Sin embargo, la labor del Padre Omar no nació con la llegada del virus: son ya 12 años, que a través de la Asociación de las Bienaventuranzas, ha sabido dar hogar, físico y espiritual, a todos aquellos que la sociedad y el Estado prefieren, muchas veces, no ver. En el 2008, después de regresar de una misión en Irak, el hoy también conocido como Padre Omar Buenaventura buscaba abrir un centro de rehabilitación para jóvenes de bajos recursos con problemas de drogas. Sin embargo, una llamada cambió todo. “Me llamó una monja, amiga, del norte del Perú, para contarme que había encontrado un chico tirado en la basura del mercado. 30 y tantos años, discapacidad mental severa, parálisis de medio cuerpo y epilepsia. Ellas no lo podían tener, y me preguntaron si conocía un lugar que lo pudiera albergar. Buscamos, y a nadie le importó. Un día, en el desayuno, le cuento a los chicos de mi equipo, y Marco (Prado), me dice: “Si le estamos preguntando a Dios qué hacer, es porque ya nos respondió” Yo no había visto ese mensaje”. Nació, entonces, la Asociación de las Bienaventuranzas. El padre recibió al NN del norte, lo bautizó como Luis María, ya que era ese el nombre del santo del día en que llegó al refugio, y, en sus palabras, “fue él quien nos orientó, la flecha que nos mostró qué es lo que Dios quería de nosotros”. Con el amor como norte, las tinieblas se difuminan y el deber se impone. Y vaya que nuestro país conoce de tinieblas.
De luz y sombras
“La crisis más grave que conoce el Perú en la actualidad es la crisis moral.”, sentencia el Padre Omar. En efecto, la crisis del virus puede eventualmente ser domada, al igual que la crisis económica. Pero es esa crisis espiritual, que el padre describe como “esa forma de pensar en la que cada uno hace bueno y malo lo que quiere, verdadero o falso lo que quiere”, la que representa el precipicio ante el cual se asoma nuestra sociedad. Pero sus convicciones se mantienen firmes: “Dios nos creó a su imagen y semejanza. Si Dios es bueno, el hombre es bueno, por naturaleza.”, explica. Y continúa: “Así como hay pecado original, hay inocencia original. Cuando tienes un niño en las manos, cuando ves a un niño sonreír, no se te ocurre pensar que hay pecado original.”
Prueba de ello es Jesús David, niño de 9 años rescatado por la Asociación. Su madre intentó abortarlo 4 veces, su padre purga una condena en la cárcel y su abuela sufre de cáncer, por lo cual los cuidados del equipo del Padre Omar son esenciales para su supervivencia. A causa de los fallidos intentos de aborto, nació con parálisis cerebral infantil, que afecta su capacidad motora, pero no intelectual. Caso similar es el de Patrick, niño de 2 años que, a causa del alcoholismo de sus padres, nació con un trastorno del desarrollo motor. Juan Pablo Cárdenas, psicólogo y voluntario de la Asociación, explica que cuando Patrick llegó a la sede, “parecía una oruguita”, a causa de sus dificultades de movimiento. Gracias a los cuidados de los voluntarios, Patrick respondió positivamente a sus terapias y, ahora, como mostrando orgullosamente su progreso, se divierte trepado sobre su cuna, mirando por la ventana.
Pero queda mucho por hacer. De acuerdo a Juan Pablo Cárdenas, el marco legal en nuestro país respecto a esta materia es insuficiente, y los programas del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables no se dan abasto ante una realidad nacional que supera su capacidad de ejecución. En muchas ocasiones, medicamentos esenciales para el tratamiento de graves enfermedades, como el Valpram, usado en casos de epilepsia, escasean, y la cobertura del SIS no asegura el acceso a las terapias, ya que no cubre ciertos vacíos, como el transporte de los pacientes a sus centros de atención. Cárdenas explica que en nuestro país escasean los Centros de Acogida Residencial, establecimientos del Estado dedicados a niños, niñas y adolescentes en situación de abandono, razón por la cual la Asociación de las Bienaventuranzas encuentra gran demanda entre la población vulnerable. “Si el Estado se preocupara más en atender a esta población vulnerable, nosotros no existiríamos. El Padre Omar cumple con una responsabilidad que debería ser asumida por el Estado.”, remata. Determinación y temple, valores esenciales para la actualidad.
Construyendo esperanza
Pero la fe no siempre fue una certeza en la vida del Padre Omar. “Yo no soy filósofo, pero sí se podría hablar de vacío existencial en cierto periodo de mi vida. Tenía muchos proyectos interesantes, profesión, pareja, familia, futuro…Pero había una parte de mi vida, la parte espiritual, que no terminaba de cobrar sentido. Pensaba en mi futuro, en lo que haría de mi vida, pero siempre volvía una pregunta que me quitaba la paz: “¿Y después qué?”. Esa pregunta me taladraba el alma.” Y, como todo joven de veintitantos años en búsqueda del sentido, el padre Omar se lanzó en búsqueda de sí mismo. Cuenta que en una época fue asiduo de las discotecas de moda, pero el barullo de la diversión no era suficiente para calmar su alma ávida de respuestas. Un día, a las 2 de la mañana, después de retirarse de una fiesta insípida, el joven Omar Sánchez encontró una iglesia abierta, donde se llevaba a cabo una vigilia. “Entré a la Iglesia, y un sacerdote se me acercó y comenzamos a conversar. Yo no lo busqué, él me llamó a mí. Me comenzó a acompañar espiritualmente durante unos meses, hasta que, porque ya no podía seguir acompañándome, me presentó a otro cura. Fui donde este sacerdote, le toqué la puerta, me presenté, y él me miró, me señaló, y me dijo: “Tú serás cura””, cuenta el padre. Desconcertado, se apartó, pero el silencio y el desasosiego seguían ahí: “Dentro de tres meses volví donde el sacerdote, me puse de rodillas, y le pedí ayuda, porque ya no podía más. Me invitó a un retiro de experiencia vocacional, dedicado a la oración y al trabajo manual, y desde ahí no he vuelto a escuchar la pregunta.”
Y ni la pandemia del COVID ha sabido hacer flaquear esa convicción. Todo lo contrario, la refuerza: “Lo que hace Dios es usar esta pandemia para hacer un llamado a la reflexión. Qué fácil es, ahora, morir. Hemos vivido en una cultura de autosuficiencia, del super-yo, y ahora la naturaleza nos enseña que un bichito microscópico puede con nosotros.”, afirma el padre. La empatía, el trabajo en equipo, la humildad, son las grandes lecciones que nos deja la pandemia. Y eso va más allá de la religión. “Conozco gente buena, con una vida digna, de lucha y esfuerzo, y no son creyentes, de nada, ni de nadie.”, explica el padre Omar Sánchez. Para él, la regla de oro es el amor, “ese amor manifestado de mil maneras reales”. Lo vemos en sus ojos, pero también en los de Jesús David, de Patrick, y de todos los residentes y voluntarios de la Asociación. Ahí está la fe, no hay misterio.