Política

“El abanderado de la mentira”, por Umberto Jara

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Un hombre aturdido, inseguro, que ensaya una mueca como sonrisa, se pasea por los canales de televisión. Cree en la eficacia de las mentiras y aferrado a ellas balbucea argumentos. Lo inverosímil (y triste) es que un buen número de peruanos, que ya tienen o pronto tendrán penurias económicas, lo defienden. Acaso se apiadan de él. Curiosa piedad, la de preferir al mentiroso que desmoronó la frágil economía, en lugar de pensar en las carencias que tendrán sus hijos en los próximos meses.

En la política existen varios tipos de corruptos. Están los que saben envolver sus latrocinios en el sugerente discurso o los que tratan de esconderlos usando la indignación. Individuos que, al menos, intentan coartadas con ingenio o con frases memorables: “Demuéstrenlo, pues, imbéciles”. Pero aquel cuyo único interés ha sido obtener turbias prebendas económicas, no sabe, ni siquiera intuye, que hace más de 300 años un irlandés burlón llamado Jonathan Swift escribió un libro llamado El arte de la mentira. En una de sus páginas da este consejo a los mentirosos: “Las mentiras deben ser variadas, y no se debe de insistir obstinadamente en una misma”.

Es cierto. No se puede ir por calles y plazas y canales de televisión repitiendo aquello de “Soy el abanderado de la lucha contra la corrupción”. El propio Swift, tres siglos atrás, aconsejaba: “En cuanto a las mentiras que contienen alguna promesa o pronóstico, sería poco prudente fijar las predicciones en el corto plazo, pues, se corre el riesgo de quedar expuesto a la vergüenza y al apuro de verse pronto contradicho y acusado de falsedad”. Hasta para delinquir, hay que leer. Los políticos de hoy lo olvidan y se vuelven patéticos personajes de memes.

Es curioso que un Presidente de la República circule por los medios de comunicación dando explicaciones. Tal suele ser el circuito de los que terminan esposados (o de aquellos que sienten que serán esposados). Tal vez exista una explicación para el tour mediático presidencial. Hasta hace unas semanas estábamos convencidos de que Karem Roca había sido la secretaria de Martín Vizcarra. En realidad, parece que fue su asesora y Vizcarra sigue la misma torpe estrategia: Roca repartía audios como bocaditos en fiesta de mal gusto; Vizcarra en lugar de audios, reparte entrevistas. Juega a aquello de “Miente, miente que algo queda”. Pero son tantas y tan repetidas que hasta su defensora de oficio, Rosa María Palacios, obsequió al auditorio una exquisitez que Freud habría disfrutado. Esmerada en bien atenderlo se olvidó de cerrar la puerta del inconsciente y le dijo: “Su expertise profesional, su desarrollo laboral se hizo en el mundo de la corrupción”.

Aquellas reacciones que se han suscitado a favor del Presidente, hacen pensar que un sector del país pareciera disfrutar de vivir tolerando el robo, la mentira, la corrupción. En las redes sociales, hay quienes protestan porque no se respeta la investidura presidencial del noble señor Martín Vizcarra. Investir significa “Conferir una dignidad” y digno es aquel “Merecedor de algo”. Cuando existen comportamientos indignos, las investiduras se pierden. Digamos, cuando se ocultan miles de muertes de compatriotas; cuando se anuncia que un experto en salud pública será ministro y resulta que es un bárbaro; cuando se amparan negociados con el oxígeno causando muertes; cuando se compran pruebas rápidas que no sirven para nada; cuando se encargan encuestas de popularidad vía whatsapp; cuando se sale cada mediodía, durante meses, a mentir y a mentir y a mentir, se pierde la investidura.

El asunto central no está en el tono de la entrevista que este domingo le hizo el conductor de Cuarto Poder, Augusto Thorndike. Si realmente tuviese la investidura de un Presidente, Vizcarra se habría manejado de otra manera. ¿Se acuerdan de Paniagua con Lúcar? No pudo reaccionar ante las objeciones porque los delitos escondidos empiezan a asomar inexorablemente.

Las preguntas de fondo son otras. No las perdamos de vista. El Grupo El Comercio, a lo largo de todos los meses de pandemia, decidió proteger a Martín Vizcarra, a sus ministros y a sus cómplices. Durante meses ocultaron información, entregaron tribuna a quienes escondían la verdad y contribuyeron con el silencio a que la catástrofe de la economía se produzca. ¿Por qué ahora, de pronto, giran y dejan en el aire a Vizcarra?

A esa pieza se une esta otra. La información para acusar por corrupción al Presidente de la República fue entregada, en exclusiva, al diario El Comercio por los fiscales Vela y Juárez. ¿Por qué esta alianza? ¿Por qué recién ahora si el Caso Club de la Construcción estaba parado desde antes de la pandemia? ¿Por qué, para estos fiscales, la prensa es una instancia judicial? El uso de la mentira tiene cercano parentesco con los operativos mediático-legales.

Existen dos orillas en esta historia. En una están los que pretenden hacer de Vizcarra una víctima; en la otra, se ubican los acusadores que buscan imagen de presuntos héroes. Esas orillas tienen el mismo puente que, en su momento, también terminará desplomándose.

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