Eduardo Borjas camina solitario. Plaza San Martín. 2024. Avenida Nicolás de Piérola. Colmena. La ciudad ya no es la Lima gótica de sus veinte años; sin embargo, todavía es un lienzo vivo para captar versos. El poeta observa y anota mentalmente. Traza: los versos surgen del barullo de los autos en las avenidas, de los ojos tristes de una niña vendiendo caramelos de limón, de una nube pálida. Ester andar es vital en el bardo: su poesía es violenta, como luminosa.
Entre sus cursos en la Facultad de Educación y los recitales poéticos de Quilca, floreció su cantata. De esa belle époque, trajo dos trofeos: el premio de poesía Viernes Literarios y el premio Hora Zero, convocado por su casa de estudios. A finales del 2010, en las mismas aulas por donde pasaron tantos grandes, se contactó con el grupo Tajo. Para sellar el itinerario pedregoso, fue premiado en el 2011 por el SENAJU. Pasaron los años, y hoy nos encontramos para cenar un chifa en la avenida Tacna. Y celebrar-comentar su más reciente triunfo, el Huauco de Oro 2024.
Eduardo, llevas años en el oficio, tantas lecturas y poemas, ¿qué significa la poesía para ti a estas alturas de tu vida?
Quizás suene trillado, pero siempre he concebido la poesía como un acto solitario y silencioso que, con los años, se convierte en una persistencia (también solitaria y silenciosa). Eso, una persistencia silenciosa.
Disfruto mucho leyendo poesía, el problema (y el sufrimiento) es intentar escribirla. Es una trampa inevitable o como diría Collins: el problema con la poesía es que incita a escribir más poesía.
Acabas de ganar el Premio Huauco de Oro, ¿qué sabor tiene para ti recibir este premio? Sabemos de que, en tu carrera poética, (disculpa por el término, pero se ajusta a lo que observo), tienes varios trofeos.
No creo que la poesía sea una carrera; en todo caso, es un destino (parafraseando a Pizarnik).
Siempre es grato que un jurado conformado por escritores, cuya trayectoria uno respeta, valoren tus textos. Más allá de ello, nunca he escrito pensando en los concursos. Si me he animado a participar en las últimas convocatorias es porque (creo que) tengo un libro terminado.
Son pocas las opciones que existen en el medio para ver publicada tu obra (sin mencionar la autoedición o las ediciones digitales, claro). Un concurso de poesía es una de esas pocas opciones. Hace muchos años (más de diez) que no enviaba un manuscrito a alguna convocatoria; y, por entonces, la razón era la misma que ahora: tenía un libro terminado pero no tenía ni los recursos ni los contactos para concretar la publicación.
Te conozco hace años, compartimos lecturas y recitales, desde las épocas universitarias. ¿Qué recuerdos guardas de los días donde nacieron los versos de tu libro Trendelermburg?
Los mejores. Fue una época maravillosa y triste para mí. Era apenas un adolescente cuando ingresé a la Villarreal, pero enfermé gravemente y tuve que abandonar los estudios. Cuando retomé la universidad me encontré con ustedes en las aulas y en los patios. Ese mismo año fundaron el colectivo Tajo y éramos una manada que lateaba por el Centro, bebía un café malísimo en un hueco frente a la universidad y hablaba incansablemente de poesía.
Por entonces, yo sólo quería caminar, caminar mucho, para llegar tarde y cansado a casa, leer un poco y quedarme dormido escuchando la repetición de las noticias en la radio. Recuerdo eso con claridad. Tenía la salud resquebrajada, pero tenía una ciudad en el corazón, un lugar donde tomar café y unos amigos para charlar de poesía. Y la vida era bella por eso (y a pesar de todo). En esos años, y en ese estado, fue escrito Trendelemburg.
Sé que todos tus últimos libros son parte de una obra orgánica, ¿te gustaría hablar de eso?
Se trata de un solo libro que vengo trabajando desde hace algún tiempo. Titula Libro de organelas y está conformado por tres apartados: Manuscrito de Albuferas, Reinos In-dominios y Epílogo.
Queramoslo o no, todo poeta es hijo de sus lecturas. ¿De dónde nace tu canto?
Trato de leer todo lo que cae en mis manos. No tengo una lectura programática, o algo parecido. Leo desordenadamente; pero trato de leer a los clásicos e intercalar mis lecturas con obras de autores contemporáneos.
Creo, sobre todo, como diría Emilio Adolfo Westphalen, que no es concebible la existencia de una poesía, de una auténtica poesía, que no tenga sus fundamentos en la más profunda y desgarradora experiencia vital. Esa experiencia vital se nutre de las lecturas y se enriquece con el tiempo.