La literatura peruana está herida de muerte desde hace demasiado tiempo. Sus estertores, sin embargo, no cesan y no alcanzan a poner un fin digno a su agonía. La crítica nula que deja a millares de homúnculos con cabeza y creyendo que son cualquier cosa (que les facilite la demencia y la alcahuetería de sus amigos) excepto aficionados con suerte (mala en su mayoría) lleva buena parte de culpa en este trágico chascarrillo que implica ser escritor en el Perú.
Esta ausencia de criterio no solo se da en torno a los libros contemporáneos sino, también, a los supuestos clásicos que no se cuestionan de ninguna forma, sino que se aplauden por sus alcances mínimos sin compararlos jamás con otras obras notables coetáneas de otras latitudes.
En este sentido, las argollas tanto limeñas como provincianas repiten una y mil veces el mismo tipo de jugadas que falsamente «imponen» a sus adeptos en coyunturas despreciables en tanto que de estética, inteligencia, talento y osadía no queda absolutamente nada, ni siquiera una nómina de buenas intenciones.
Todo ello coadyuva a que nadie centre el valor real de los miles de libros que pululan en ferias y librerías de todo el país a tal extremo que entre los resentidos marginales en sus mínimos cenáculos miserables y los aparentemente favorecidos y prósperos, la literatura peruana se ha convertido en un crimen palpable como una cicatriz inmunda en el rostro más delicado, en una abyección insostenible aún ante los más réprobos delincuentes.
Tal es así que entre los pseudomoralistas en boga que proliferan, siempre, ignorantes (y medianamente aviesos con quienes no conocen y chupamedias complacientes de los que les hacen el mas mínimo favor) y quienes tienen acceso a medios tradicionales sin tener ninguna claridad, dignidad ni criterio, cada uno de ellos, en la medida de sus oficios e influencias, se aprovechan de los lectores sin brújula que se someten a ver la literatura, de vez en cuando, desde cualquier feria del libro o desde un puesto de periódicos en cualquier parte con las clásicas ofertas adjuntas previo pago adicional.
En este desgraciado orden de cosas, la última colección de la Editorial Planeta presentada y promocionada por El Comercio lleva hasta el extremo varios de estos problemas y eso se debe a la inexistencia de rigor en el medio cultural, la nulidad tanto de la crítica libre como de la rígida y superflua de la «academia» y, desde luego, la falta de carácter y agudeza del escritor peruano promedio.
Claro está que a todo esto debe sumarse el abuso desmedido en contra de la población tal y como se ha caracterizado la presencia del falso decano de la prensa peruana durante toda su existencia. Veamos el motivo de esta enumeración de desgracias y juzgue cada uno la pertinencia y necesidad de lo expuesto.
Desde febrero se puso en circulación la colección Planeta Lector 2 y en medio de 13 obras de calidad sino incuestionable, por lo menos, sí, aceptada por medio mundo, se infiltraron un par de obras cuyo «mérito» ni siquiera viene al caso pues para cualquiera (con un mínimo de cultura) es obvio que no pueden figurar ni siquiera entre las obras más representativas del Perú, mucho menos, entre las supuestas «piezas clave en la literatura mundial» y «títulos fundamentales» que contiene la colección en cuestión como “Cumbres Borrascosas», “La Divina Comedia”, “Don Quijote de la Mancha”, “La Vida es Sueño”, “Edipo Rey”, “Hamlet”, etc.
Me refiero a que en esta lista aparecen, sin ninguna posibilidad de justificación, “La Hora Final” de Carlos Paredes y “Estación Final” de Hugo Coya, dos libros dignos de pertenecer a una lista de volúmenes cuyos títulos incluyan la palabra «final», pero nunca a una serie de literatura de primer orden a nivel mundial.
Esto solo puede pasar en Perú y es meritorio exponer que ante dicho exceso no cabe ninguna forma de tolerancia.
(Columna publicada en Diario UNO)