Periodismo

Edad de Oro del diario La República

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Escribe Edwin Sarmiento

El diario La República sigue siendo, para muchos periodistas de los años iniciales de dicho medio, un estado de ánimo, un color, un logotipo, casi casi como una bicolor nacional. Algunos, quienes trabajamos por esas épocas aún sobrevivimos; otros, entre ellos, muchos de sus fundadores, ya no están con nosotros, han partido a la eternidad, desde donde nos acompañan, al lado de las estrellas. La vida es así, pasajera, fugaz, con sus altas y bajas, sus luces y sus sombras.

Quienes pasamos por el diario que fundaran los periodistas Guillermo Thorndike y José Olaya, con el entusiasta apoyo de empresarios convocados como Gustavo Mohme Llona, Azí Wolfenson, Jorge Lazarte, Aurelio Loret de Mola, Eduardo Morán Bacigalupo, Javier Silva Ruete, a quienes se unió después, Carlos Maraví Gutarra, no dejamos de sentirnos republicanos, y aprovechamos las ocasiones que volvemos a reencontrarnos para recordar viejas anécdotas de esos años de máquinas de escribir, cuadros de comisiones colgados en la pared, desde las siete de la mañana, carillas milimetradas, las reglas y el  tipógrafo en la mesa de edición, los lápices a color para diagramar las páginas que habrían de salir impresas al día siguiente y, cómo no, las intensas noches de bohemia antes, durante y después de cada cierre de edición. Y su caja de cerveza, debajo de la mesa de edición, no faltaba más. Y, en los tiempos actuales, La República nos sirve para llenarnos de recuerdos y tomarnos unas fotos como éstas, en cualquier lugar y circunstancia.

Hace unos días nos encontramos con el ingeniero Jorge Lazarte, uno de los accionistas iniciales, en el café Haití de Miraflores. Lo vi conservado, jovial, locuaz como era antes. Por varios años fue Gerente general de la empresa periodística. Nos bastó unos pocos minutos para recordar aquella República que recorrió las calles de Lima y del país durante su primera fase considerada como la edad de oro del medio, en manos de Thorndike, hasta la conducción de Gustavo Mohme LLona, a quien los trabajadores del diario lo recordamos como “papá Mohme”.

Edwin Sarmiento con Jorge Lazarte.

La República apareció voceada, por primera vez, por canillitas, minutos después del medio día, el 16 de noviembre de 1981. Sus fundadores deseaban posesionar al medio como un vespertino, pero la idea no cuajó. Se lee en “Memorias de una pasión” del periodista historiador, Domingo Tamariz, (tomo III, p.p. 85-92) que Thorndike soñaba fundar un periódico que fuera algo así como “El País” de Madrid, con una línea de izquierda moderada, seria, analítica y democrática, para nada estridente, y respetuosa con las ideas discrepantes, que publicara artículos de los mejores escritores, políticos, literatos, sociólogos y periodistas de la época; es decir, un diario para ser leído en cualquier momento.

El público no respondió a las expectativas de sus auspiciadores. Fue un hermoso proyecto, con una diagramación moderna, bien distribuida, buenas fotografías de buen tamaño, con mucho contenido para leer, pero que no encontró a ese público que gustaba leer, acostumbrado, como estaba, a la liviandad en todo, a lo superficial. Fueron semanas de mucho esfuerzo, sueños que se diluían en tirajes cada vez más bajos, que ponían en riesgo la existencia del medio. Fue en estas circunstancias que Thorndike se vio obligado a realizar un giro de timón, que le dio excelentes resultados. Convirtió al diario en un medio de primera plana policial, con casos emblemáticos del hampa limeño que fueron entregados por capítulos bien escritos, casi novelescos que atrajeron a cada vez más lectores, y que levantaron su tiraje a cifras que llegaron a 170 mil ejemplares, según informes de Datum, convirtiéndolo, en poco tiempo, en el diario de mayor circulación y, con los años, de enorme credibilidad.

Tamariz lo recuerda así: “el nuevo diario –en un comienzo vespertino– era un producto interesante, muy bien concebido, pero demasiado intelectual para el grueso de la gente, poco a nada acostumbrada a leer notas y artículos exquisitamente redactadas (…) Ante esa circunstancia, tan peliaguda y desesperante, se vio la necesidad de cambiar radicalmente de estilo. Por suerte, se presentó el caso de Juan Asunción Vicharra Sánchez, más conocido como El loco Vicharra, en esa hora uno de los más avezados delincuentes limeños. Vicharra salvó a Thorndike del abismo del fracaso. Guillerno, con su reconocida imaginación de novelista, hizo del caso una historia por entregas. Durante días, la portada de La República se nutrió con las “hazañas” de Vicharra. Y sucedió el milagro. La tirada del diario, que estaba por los suelos, levantó como la espuma. El arrebato del Gringo de querer hacer un diario exquisito para Lima quedó en las tinieblas del olvido”. Después vendrían las historias del locho Perochena, los asaltos a bancos de Django y su pareja, cuya vida fue llevada, incluso, al cine. De estos años recuerdo a mis amigos J.L Díaz y Ernesto Chávez, tremendos reporteros de estilo agradable y transparente, encargados de dar forma a las historias que habrían de catapultar al diario que había nacido para ser grande.

Los republicanos.

Posesionado, con el tiempo, La República retomó sus portadas con casos de investigación política, hasta convertirse, en la era de “Papá Mohme”, en el diario más serio de alta credibilidad, que no debemos olvidar. Allí trabajé por espacio de diez años como cronista parlamentario, reportando las incidencias desde el Congreso de la República, durante la década del ochenta, cuando ese poder del Estado era bicameral; y los congresistas, políticos formados y, la mayoría de ellos, intelectuales de verbo cultivado, a quienes daba gusto escucharlos por horas y apreciar esa oratoria parlamentaria que, con los años, se fue perdiendo, hasta convertirse en intervenciones muy pobres, estilo WhatsApp, como es hoy día, mientras que nosotros teníamos que escribir crónicas parlamentarias de una o dos páginas y, a veces, tres, según los casos, con estilo que nos obligaba a documentarnos bien, buscar los datos en archivos y bucear por los vericuetos de las comisiones, sin tener que estar parados en los Pasos Perdidos del parlamento a la espera de oscuros personajes que apenas administran su pobre lenguaje, como es hoy. Todo fue diferente.

Recuerdo a colegas y amigos, grandes periodistas, de esos años: Alejandro Sakuda (quien llegó a ser director del diario), el escritor Alfonso La Torre (jefe de Editorial), Víctor Caycho, Miguel Mantilla (jefe de Información), Ismael León, Luis Montero, Dimas Torrejón, Oscar Cuya, Samuel Adianzén, el crítico literario Abelardo Oquendo, Mirko Lauer, Raúl Vargas (también director del diario, por un tiempo); el legendario reportero Humberto Castillo (más conocido y querido como Chivo Castillo), Mario Campos (que incursionó, con  éxito, en el canto como Diego Mariscal), Armando Campos, Ernesto Chávez, José Luis Díaz, Damián Retamozo,  Jorge Sandoval, Pedro Franco, Pedro Parra, Maritza Espinoza, Christian Vallejo, enigmático y cultísimo periodista de quien hablaré en una crónica especial después. También a los gráficos el legendario Chino Domínguez, Manuel Vilca, César Aquije, Hugo Valdez, Julio Pérez y muchos que se me pierden en el tiempo.

Muchos de nuestros compañeros de los 80 nos tomaron la delantera. Ya no están con nosotros. Quienes sobrevivimos nos reunimos periódicamente para cada aniversario del diario. Tenemos esa familiar costumbre que es alimentada gracias al entusiasmo de Ana Cecilia Del Castillo quien nos volvió a reunir, esta vez, en casa de otra querida colega: Isabel Domínguez. En esta ocasión estuvimos Reynaldo Muñoz, Elizabeth Pinto, Dante Alfaro, Myriam Núñez, Luis Alberto Chávez. Doris Hinojosa, Judith Milla, Gretta Mercado, Liliana Beraún, Georgina Pareja, César Ascuez, Oscar Melgar, Víctor Calderón. Aprovechamos para recordar, con afecto a los últimos que nos tomaron la delantera, como José Chirito, el poeta Juan Carlos Lázaro, Inés Flores, Maruja Muñoz, entre otros. Y también para comentar, a veces con dolor, el modo cómo La República fue ganado por el activismo informativo en perjuicio de esa objetividad que era norma y guía para quienes trabajamos, hace décadas, en el diario del Jr. Camaná, cercado de Lima.

Somos de la época de los coches bomba. Registramos las noticias escribiendo como podíamos en las noches de apagón. Nacimos un año después que Sendero Luminoso ya avanzaba por los campos temerosos de Ayacucho, expandiendo su prédica de muerte y dolor por las comunidades cercanas de Apurímac y Huancavelica. Lima de los 80 era una ciudad sitiada no sólo por los huecos en sus pistas, sino por la pobreza en sus conos y el terrorismo que se hacía presente con pintas en los cerros San Cristóbal y San Cosme. Gobernaba entonces el Arq. Fernando Belaúnde Terry, en su segundo gobierno. Dimos cuenta, en julio de 1982, de la mayor ofensiva senderista en las comunidades pobres de Ayacucho, con 34 acciones terroristas y el asesinato de algunos alcaldes distritales en Víctor Fajardo.

En enero de 1983 era asesinado un reportero de La República entre los mártires de Uchuraccay. Las páginas de La República dieron amplia cobertura, en noviembre del 83, a la masacre ocurrida de la comunidad de Socos, donde fueron asesinados 32 comuneros, entre hombres, mujeres y niños, a manos de un grupo de Sinchis de la policía nacional. La República estuvo presente para señalar los actos criminales del terrorismo sin límites de SL y de los vejámenes de los derechos ciudadanos por parte de las fuerzas del Estado en el contexto de una guerra desigual desatada por el terrorismo. Redactores y reporteros de esos años de La República registraron para la historia la crueldad de esas largas noches de terror y de agonía. No podemos olvidar…y menos ignorar.

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