Escribe Alberto Mego
Hay un hecho inobjetable en la historia reciente del Perú: el encuentro violento de una parte del pueblo peruano y las fuerzas armadas del Estado que dramáticamente se enfrentaron en los años 80. Pueden llamárseles “terroristas” o “subversivos”, puede calificarse como terrorismo de Estado o defensores de la integridad nacional, a aquellos que en el afán de imponer su verdad dejaron tras de sí una secuela de muerte, torturas, violaciones y desaparecidos. Y pesar. Lo verdadero, lo que no se puede negar es que seguimos arrastrando interrogantes insatisfechas y respuestas a media asta que no nos dejan “voltear la página”, como recientemente lo ha reclamado el actual presidente del Perú. Porque este es un tema que involucra a ex presidentes, a ex ministros, a congresistas, a militares, a miles de ciudadanos.as de todo el país que vivieron de uno u otro modo tan aciago periodo. 4,000 fosas siguen esperando. ¿Dónde están los desaparecidos?
Formalmente, el llamado “conflicto interno” concluyó en 1992 con la detención del principal dirigente del Partido Comunista (SL), Abimael Guzmán y sus subalternos principales, aunque es verdad que una secuela de acontecimientos ocurridos hasta el año 2000, hizo que recién en esos años pudiera decirse que la guerra interna terminó. Poco después fue convocada una comisión de “la verdad y la reconciliación” cuyos resultados no han impedido que los fantasmas de uno y otro lado acechen la vida cotidiana hasta este mismo momento. Más de una vez la propia CVR ha sido acusada de pro senderista, cuando en realidad habiendo sido convocada por el Estado, sin participación de las partes implicadas en el conflicto, su más importante papel ha sido de recoger 17.000 testimonios que 25 años después utilizan los académicos para sus especulaciones sobre la guerra.
Esa verdad teórica que auspicia la academia hegemonizando una perspectiva específica, sirve también para alimentar el imaginario de la colectividad, siempre satanizando a los “terroristas”, desproveyéndolos de toda humanidad, y los personajes de las películas actuales como “Av. Larco” y “La última tarde” confirman esa tendencia con sus conductas maniqueas que los vuelven particularísimos y caricaturales.
En el trabajo del joven director Joel Calero, una pareja de ex guerrilleros citadinos, Ramón y Laura, se reencuentran después de muchos años para legalmente separarse del matrimonio en que incurrieron. No se volvían a ver desde el estallido de la bomba que malamente guardaban en el corazón. Y afloran viejas demandas. Emerge una violencia irracional, estereotipada y contenida. ¿El “terruco” tiene por definición que ser proclive al machismo? Surgen también infames noticias de una delación por parte de la mujer blanca que el director encierra en el aburguesamiento y ahora en una retórica antisubversiva. Tú me perdonas la violencia, yo te perdono la delación, pareciera decir el cuadro final de la película. La culpa. ¿Tiene el propósito la película de enrostrarnos que nos hemos empantanado en sucesos del pasado que no hemos sabido superar?
En el musical “Avenida Larco”, de Tondero Producciones, los acontecimientos ocurren en los años 80, durante la guerra interna, y los personajes, casi todos jóvenes -la película está dirigida a ellos- pelean a pie firme y bailarín su defensa del arte, del rock. Acá nada es más importante que el rock. Pero los artistas no pueden ser ajenos a los hechos de la realidad, y un policía vigila con primor y rigor la seguridad de su adorado y rebelde vástago. Éste acusa a la generación de su padre de haber arruinado con la corrupción el país. Pero viene la reconciliación con la misma parte cuando se cumplen los augurios del policía, de la ley y el orden: una banda de terroristas supuestamente de Sendero Luminoso acribilla sin piedad a los cantantes. ¿No les gustaba su música? Sin móvil de por medio se muestra una masacre urbana. Y otra vez el pesar. Y la culpa. ¿Alguien llevará al cine los sucesos de Barrios Altos? ¿O los de los chicos de la Cantuta? ¿O la masacre del Frontón? ¿O las violaciones en Manta y Vilca? Lo de Tarata no tiene pierde. Podemos seguir comiendo canchita.
Como sabemos, a través del arte se proponen y se imponen mensajes. Y la creatividad en este campo es lo que menos nos falta en el Perú. La rica producción de cine, de documentales, de experimentos visuales, es una gran noticia. Y el tema del conflicto interno en los últimos años ha sido abordado desde diferentes ángulos, tendenciosos la mayoría de veces, sin profundidad, con temor a expresarlo libremente. Así, por las inmensas interrogantes que nos ha dejado esa guerra, quizá cumplamos otros cien años de incertidumbre y sigamos en el borrador del cine nacional.
Por eso hay que preguntarse ¿de qué bicentenario hablamos entonces?