Política

Dos cámaras, un camino

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Por Edwin Sarmiento (*)

Los periodistas que ya pintamos canas debemos celebrar la sana rectificación de los actuales parlamentarios que votaron por el retorno de la bicameralidad en el Congreso de la República. A partir de las próximas elecciones tendremos la responsabilidad de elegir a diputados y senadores de nuestras preferencias. Entrará en funciones la Cámara de Diputados y el Senado de la República, como era anteriormente a que se aprobara la actual Constitución Política, promulgada en diciembre de 1993.

Después de más de 30 años retornaremos (ojalá) a las épocas en las que las oficinas del Parlamento eran habitadas por personajes ilustres de la política peruana, sean de derecha, izquierda o centro que sí habían hecho vida partidaria en sus organizaciones, que habían leído libros y se notaba a la distancia que eran personas cultas o eran escritores de obras muy requeridas en sus respectivas especialidades en los campos del derecho, las letras, la ciencia y tecnología y la cultura en general.

No eran personas improvisadas que llegaban al primer poder del Estado sin conocer qué diablos era la hermenéutica parlamentaria ni saber para que habían sido puestos allí, en sus escaños. La mayoría de ellos eran, lo que se decía, políticos de carrera, que sí sabían a qué llegaban a la Plaza de Bolívar. Sólo la izquierda lo tenía claro: la mayoría de ellos, eran terratenientes, dignos representantes de la vieja oligarquía del país, propietarios de extensos latifundios en la sierra. En la costa los conocían también como los varones del algodón y del azúcar.

Eran personajes que infundían respeto, salvo uno que otro que llegaban a ser diputados, porque habían sido puestos de relleno, para completar el número que se requería en las listas parlamentarias, como fue el caso muy sonado de un diputado ayacuchano de Acción Popular, dueño del fundo Luisiana y compadre del presidente Fernando Belaunde, quien colocó a su chofer en la lista que presidía para diputados por Ayacucho. Lo inscribió con el número tres. Belaúnde arrasó en las elecciones de 1980. En Ayacucho llevó a tres diputados de un cupo de cuatro para el departamento. Llamaba la atención verlos sentados juntos, al hacendado y a su chofer ocupando sus escaños. Fueron colegas en el hemiciclo, pero cuando viajaban, por tierra, a Huamanga, cada quien ocupaba su lugar: uno, en el timón; el otro, apoltronado en el asiento de atrás.

Las intervenciones de diputados y senadores eran verdaderas revelaciones de oratoria parlamentaria. No había límite para cada intervención. Hablaban las horas que consideraban y podían hacerlo en ambas cámaras. Hacían gala de conocimiento, no sólo de la Constitución Política y del Reglamento interno, que tenía rango de ley, sino de ser diestros en el buen manejo del idioma y con buena dicción. No eran representantes de léxico franciscano ni de una pobreza argumentativa. Daba gusto escucharlos hablar. Recuerdo a los senadores Luis Alberto Sánchez (PAP), Héctor Cornejo Chávez (DC), Mario Polar Ugarteche (PPC), Carlos Malpica (Izquierda), Javier Alva Orlandini (AP), Rolando Breña (Izquierda), Carlos Enrique Melgar (PAP), Javier Diez Canseco (Izquierda), Manuel Ulloa (AP), enfrascados en debates de potente contenido.

Lo propio ocurría en la cámara de diputados. Allí los discursos eran más altisonantes y radicales. Recuerdo las intervenciones de Hugo Blanco, Alan García, Valentín Paniagua, Agustín Haya de la Torre, a quien, sus amigos, llamábamos Cucho, César Barrera Bazán, Mercedes Cabanillas, Miguel Ángel Mufarech, quien fue después senador de la República. Los periodistas que cubríamos congreso seguíamos, paso a paso, la evolución de ellos y nos considerábamos amigos, sin que ello haya impedido ser severos y rigurosos en nuestras crónicas que reflejaban la vida y milagro de lo que hacían o dejaban de hacer, tal cual ocurrían los hechos en el parlamento.

Éramos cronistas parlamentarios, llegábamos a esa fuente después de un largo recorrido y ascenso interno en nuestros medios. Las empresas periodísticas tenían sus propios protocolos para sus periodistas asignados a las fuentes de Palacio de Gobierno o del Congreso de la República. Uno de ellos y el más riguroso era que teníamos que documentarnos cada día, antes de enfrentar a congresistas o ministros, según sea el caso. Leíamos mucho: libros, revistas, diarios. Recogíamos opiniones diversas para entregarlas a nuestros lectores, procesadas con responsabilidad. En el congreso recorríamos ambas cámaras buscando fuentes, metiendo las narices en las comisiones ordinarias o investigadoras de las cuales extraíamos nuestras primicias, Y, entre colegas, lo celebrábamos, cuando ello ocurría, con algunos piscos, camino a nuestros medios.

Sabemos que ya nada es igual, ni lo será. Pero los periodistas tenemos principios rectores que señalan el camino que debemos recorrer. En cualquier circunstancia, esos valores son los que tienen que darle sentido a nuestra existencia. Eso no falla.

(*) Periodista, cronista

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