Opinión

Distant voices, still lives, de Terence Davies

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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¿Por qué ves cine? Por un tiempo esa fue mi pregunta estrella, mi pregunta favorita (a mí mismo —por una suerte de necesidad de autoconocimiento— y, en segundo lugar, a algunos otros). Por películas como esta; solo esa podía ser mi respuesta. Y aún la sigue siendo, en gran parte. Qué tiene, qué hay con esta película. Qué la distingue de tantas y tantas. Qué la ha hecho regresar (con tanta sabiduría, amabilidad y fuerza) ahora que su director ha muerto.

¿Los contrastes? Sí. El arco de los contrastes. Vitales, fatales (expuestos con sensorial prontitud). Delicados y hasta evidentemente brutales. Nada como amasar la obra con la experiencia (y no sin un acto de transfiguración, operado por el redescubrimiento del sentimiento y el descubrimiento de la forma). Una poesía que a la vez que criticara el mundo, su estupidez, su crueldad… Que a la vez que mostrara su fealdad, significara belleza, una belleza que no enmascarara el horror, sino que lo mirara a la cara. Sin por eso hundirse en él. Y se podía mirar al horror… cantando.

Los pequeños cuadros: cuadros vivos. Viñetas, miniaturas encantadas. Como fotos, que empiezan a moverse. La memoria palpa instantes, como si fueran una escultura. Impresiones fugaces, que impregnan la memoria; por largo tiempo. La importancia de la luz. Bañando placeres y pesares. Las canciones. Cómo es que el canto nos convierte en otros, nos transporta, nos redime. La magia del conjuro. Los sentimientos presentan la libertad de la música, y la cualidad de la luz.

Una presencia, un objeto, una columna de la película. La escalera. La escalera de la casa. Impertérrita imagen de los pedazos, idealmente firmes, una unidad pese a todo, cada escalón como cada una de las porciones o regiones con las cuales está compuesta una vida. Imagen del tiempo, de su paso. De lo que viene y va. De eso invisible que circula, que articula los fragmentos.

El tiempo. La película es como una serie exquisita de cristales rotos que encajan sin embargo perfectamente. Dando cuenta de lo vivido. Y en el centro la figura del padre. ¿Cómo retratar a un tipo así, un cliché viviente, un bruto de una pieza? Es un triunfo que sintamos al fin compasión de él.

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