Opinión
Dina Boluarte, la madrastra de todos los peruanos
¡Feliz día de las madres! No lo es tanto para los hijos y las madres de los 50 peruanos fallecidos en diciembre del 2022.
Dina Boluarte, la autodenominada presidente “madre de todos los peruanos”, no es más que la madrastra. Aquella que llegó por accidente a la casa de gobierno, hogar que no le pertenece y, lejos de proteger a los hijos ajenos bajo su cuidado, los mira con desprecio, los disciplina con crueldad y los desplaza como si fueran intrusos en su propio hogar.
¿Acaso no es esta la perfecta metáfora de lo que vivimos los peruanos?
Somos los peruanos uchura de mi madrastra como lo fue José María Arguedas. Relegados a la cocina, obligados a comer después que los «legítimos», castigados por existir. Maltratados en nuestra propia casa mientras el padre —la institucionalidad democrática— permanece ausente o quizás, como sugieren las circunstancias, ha fallecido en la acción terrorista institucional que vivimos desde diciembre de 2022.
La cocina —ese espacio marginal donde Arguedas encontró consuelo entre los sirvientes indígenas— es hoy la calle, donde el pueblo peruano busca hacerse escuchar frente a un poder que lo desconoce. Y ella, la madrastra Boluarte, se niega a reconocer el parentesco.
Una madrastra que permite el cambio de nombre del Programa Nacional Aurora a “Programa Nacional para la Prevención y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres e Integrantes del Grupo Familiar – Warmi Ñam” en el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, o de Qali Warma a Wasi Mikuna por parte del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, demuestra que cada fracaso del Estado solo necesita un nuevo rótulo para disfrazar el abandono estructural. Cambian los nombres, pero no los resultados: los mismos fracasos, la misma indiferencia, el mismo desprecio hacia los hijos pobres y vulnerables de la patria.
Un gobierno que obliga a sus hijos a sentarse en el rincón de la vergüenza para comerse las sobras de caballo del programa Wasi Mikuna; un gobierno que solo visita a sus hijos pobres —como lo hicieron ayer las ministras de la Mujer y de Inclusión Social en Condorcanqui, Amazonas— únicamente para tomarse la foto, engañarnos con regalos, pelotas y motores, y luego enviársela a nuestros hermanos mayores en el extranjero, esperando que nos envíen la “propina” disfrazada de ayuda humanitaria.
Mientras tanto, nuestra madrastra faculta a sus amigos, que nos desprecian, para que se encarguen de nosotros, como lo hizo el ministro de Educación, Morgan Quero al encargar a su amiga Marilú Martens la administración de las residencias estudiantiles de Amazonas, premiándola con una subvención de 3 millones y medio, de fondos cuestionables tras su defensa pública.
Los 13 hijos en Pataz, peruanos sacrificados en el altar de la ambición por la fiebre del alza de los metales, son testimonio del abandono. ¿Cuántas madres hoy lloran a sus hijos fallecidos por las malas decisiones de quienes se presentan como la madre y el padre de la patria? Dina Boluarte y César Acuña, cómplices en este pacto de desmemoria y cálculo político, reparten puestos y privilegios mientras el pueblo entierra a los suyos.
En cada protesta aplastada, en cada periodista amenazado, en cada nombramiento de funcionarios mediocres pero leales, la madrastra Boluarte coloca otra cerradura más en las puertas de nuestra propia casa. Y ella, imperturbable, sigue hablando de «recuperar la paz» mientras ordena cargar los fusiles.
¿Hasta cuándo aceptaremos ser los hijos no queridos en nuestra propia patria?
El reloj corre, presidente. Cada día en el poder es un día más lejos de la reconciliación nacional. Cada decreto autoritario, cada negación de responsabilidad en las muertes de nuestros hermanos, cada gesto de complicidad con las fuerzas más retrógradas del país, es un clavo más en el ataúd de su legitimidad.
Recuerde que los hijos maltratados eventualmente crecen, el gobierno termina y las cárceles se abren de par en par para encerrarla junto a quienes hoy nos reparten las sobras, mientras a sus amigos les reparten millones.
No somos sus hijastros. Somos los legítimos dueños de esta casa llamada Perú. Y recuerde la lección final de Arguedas: incluso el niño desplazado encuentra eventualmente su voz. Y cuando la encuentra, su grito retumba por generaciones.
Señora Boluarte, la historia no termina bien para las madrastras de los cuentos. El pueblo, eventualmente encuentra su camino de regreso al hogar que les pertenece.
El Perú no olvida. El Perú no perdona…