Opinión

Dina Boluarte, capítulo final

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Por Fernando Casanova Garcés

El escenario político del Perú ha llegado a su clímax con la denuncia penal empuñada contra Dina Boluarte y su banda. La presidente, una figura repudiada por el 92% de peruanos, enfrenta ahora una acusación directa por homicidio calificado. Un giro sorprendente en nuestra historia política reciente que desacredita en todo orden a un jefe de estado y que ha sumido al país en una crisis análoga a la de los vladivideos, dejando a la nación (tirios y troyanos) en estado de shock, justo ahora, en medio de este temporal de recesión y fenómeno del niño al frente. 

El impacto se agrava al tener un primer ministro acusado por lo mismo: ambos son responsables, según la tesis fiscal, de presuntos asesinatos y se les debe condenar a prisión por matar. Una sombra lóbrega se cierne sobre el liderazgo del país y nos plantea preguntas sobre la integridad moral y ética de las figuras que se supone nos representan y lideran nuestros destinos. La confianza de los pueblos está a niveles del subsuelo y habrá que ver quién se embandera en las calles para refundar la clase política que nos ayude a salvar a nuestros hijos y no sean ellos también una generación inoculada con el Covid de la corrupción.

No somos ajenos a quienes han encendido la pradera para presenciar el caos. La Fiscal de la Nación en su naufragio elige una táctica reminiscente de la camorra italiana, su denuncia contra Boluarte es un mensaje siciliano: si ella cae, se lleva al gobierno encima. Este giro inesperado en la novela de las doñas resalta sus grietas, la baba con la que han querido resguardarse de sus fechorías, obteniendo a contramano un río desbocado que como insurrección democrática popular tendrá que devolvernos el país que los Joker del Congreso se empeñan en robar y demoler. La confianza en las instituciones se desploma y las calles irán por ellos, así veremos a los Butters y los Ortiz como músicos de este su Titanic.

Pero el padecimiento real que genera todo esto emerge al descubrir que los reclamos sociales ingresan a la postergación infinita: La agricultura, esencial para la subsistencia de comunidades enteras, abandonada a su suerte; la minería, a menudo disputada por intereses subalternos, deja en su estela cuestionamientos sobre la sostenibilidad y el respeto ambiental, especialmente palpable en la hecatombe ecológica en Madre de Dios. El norte resiste el abandono, el oligopolio financiero consolida su dominio, perpetuando desigualdades económicas por décadas. La corrupción, cual plaga insidiosa, permea las instituciones fundamentales como las FFAA y PNP. Salud y Educación para persignarse.

El país se encuentra al borde de una transformación política, unas elecciones anticipadas se perfilan como la única salida posible para restaurar la estabilidad y la confianza perdidas en toda la comunidad internacional. Nos enfrentamos a la urgencia por redefinir el rumbo político y elegir líderes capaces con la mirada puesta en recomponer la integridad necesaria de las instituciones. El capítulo final de doña Dina no solo revela las fallas en la matrix que nos vendió, es sin duda alguna la oportunidad crucial para la reconstrucción y el renacimiento de la política peruana. Los niños del Perú merecen una reconciliación nacional que así lo disponga y que así lo sueñe.

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