Escribe Gonzalo Valderrama Escalante
Todos conocemos el cuento del rey Midas. Su deseo de riqueza fue también su maldición, ya que al tocar las cosas éstas se convertían en oro, y ello hizo que no pudiese probar bocado. Sobre esta fábula conocemos aquella otra, de naturaleza escatológica, que se refiere a quienes arruinan cualquier cosa al tocarlas, transformándolas en miasma.
Nuestra carencia de un horizonte común para apostar por una idea de país tiene ese malhadado poder, para muestra un rosario de botones. Estos días asistimos al triste espectáculo de ver a un ex presidente preso, y antes al ex presidente regional de Cusco preso también. La corrupción generalizada, descarada, se ha hecho más que una práctica común, una práctica socialmente aceptada. Y el Estado, de acuerdo a nuestra herencia colonial, vuelve a ser una economía de rapiña, en la que los recursos del tesoro público son una suerte de botín. En el imaginario colectivo se trata del arca abierta, la del dicho, en la que hasta el más justo peca.
Y ese es el núcleo del problema. La aceptación / resignación frente a algo que idealmente no debiera suceder, esa es la herencia nefasta de los últimos gobiernos, y en particular del fujimorismo de los años noventa. Estos días, en que suena como un eco de mal gusto la idea de liberar al ex presidente Fujimori, precisan de un ejercicio de reflexión frente a la coyuntura. Cusco ha sido declarado en estado de emergencia, se suspenden las garantías constitucionales, y no parecemos estar en el país armonioso y pujante de las propagandas.
Vivimos en un país complicado que no termina de cuajar. No sólo fragmentado, sino furibundo, donde la corrupción es una forma de violencia también. Robar dineros públicos implica desaparecer fondos que pueden salvar niños y ancianos de las heladas alto andinas, o que pueden servir para comprar trajes y equipamiento para los bomberos. Frente a ello, no resulta extraño que puedan darse gestos desbordados. Hace unos días un policía que contenía a un grupo de maestros en una manifestación perdió un dedo al ser mordido por una profesora. Quien diera el mordisco no se defendía de un policía, ni siquiera de una persona uniformada o de un ser humano siquiera, sino de una representación del Leviatán mismo de Hobbes, no fue un dedo mordido sino un tentáculo de esa idea de estado carcomido, con dos expresidentes presos y otro perseguido.
Es momento de poner el pecho, y desde donde se esté generar esa transición hacia un país unificado en sus diferencias, moderno en sus tradiciones, donde la corrupción sea considerada imperdonable, donde los profesores, aquellas personas en cuyas manos está la formación de los niños de la patria, puedan dedicarse exclusivamente a la enseñanza.