Opinión

Diez años de soledad

Lee la columna de Raúl Villavicencio

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Por Raúl Villavicencio

Qué monótona se ha vuelto la literatura desde que partió hace diez años el magnífico escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien falleciera el 17 de abril del año 2014. Un mundo observado con los ojos de un simple mortal, como los tuyos o los míos, podría costarnos percatarnos de las cosas que de verdad son trascendentales y que son las causas principales de que la humanidad aún permanezca girando un año más en este azul, inmenso y agreste planeta, como lo es el tiempo, la ciudad natal, la familia o el amor.

 El ‘Gabo’ o ‘Septimus’ (como en un principio se hacía llamar) fue de esos escritores que supo vencer la barrera del espacio-tiempo gracias a que sus obras estaban dadas en momentos indeterminados, pero que a su vez nos parecían muy cercanas, como extraídas de un momento de nuestras vidas.

Sus libros son un recordatorio de que lo imposible en algún momento se tornará posible, a base de ensayo y error; y que las historias más sencillas y desapercibidas en realidad guardan un antes y un después, pero que muchos solamente se quedan con la última imagen, y no se toman la molestia de conocer un poco más de las razones y motivos del porqué de tal persona o lugar.

Es ese plus que el escritor natural de Aracataca supo dar a lo insípido que puede resultar en ocasiones la vida misma. Caminar, respirar, trabajar, ir de un lugar a otro, crecer y morir sin siquiera haber vuelto la mirada a las cosas que al final de cuentas nos convierten en humanos.

Cuánto silencio hace su partida. Ya su última obra publicada es solo un espejismo de lo que podía ser capaz de escribir en sus días de lucidez. Ni bien me puse a leer las primeras páginas de su último libro publicado (póstumamente) pude comprobar, con un profundo pesar, que su esencia no estaba más ahí, se había esfumado ese realismo mágico que lo volvió infinito y universal.

Puede que pasen muchos años más hasta que un latinoamericano se atreva a romper con el esquema, a llenar de vida este cuajo encerrado en mi pecho, que nada lo perturba de su largo y profundo sueño, absorto de aburrimiento y decepción. Esperando y esperando, silenciosamente.

(Columna publicada en Diario UNO)

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