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Diálogo con Rosa Cáceres* sobre Animales perdidos (2020) de Mario Castro Cobos

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(Casi un manifiesto)

M.C.: Aprecié tus apuntes -publicados en tu muro de Facebook hace poco-. Te preguntabas por el origen o la necesidad y por el propósito o la naturaleza y esencia del registro (“¿Qué son estos registros?”). La pregunta resonó urgente. Casi amenazante. Y te respondías a ti misma -en realidad con otras dos preguntas- si eran “¿Ironías?” o si se le podría denominar (a lo que sea que acababas de ver) “¿Documental?”

La realidad, si algo significa la palabrita, es abrir y ampliar la percepción, des-aferrarse de seguridades de pacotilla: el cine mas convencional. No prostituirse a la mirada enferma, idiota y convenida y destructiva de ese cine hipócritamente simplista. Entiendo que a la gente ‘el misterio le dé frío’ pero la mirada no es mirada si pide mil permisos a la burocracia para mirar.

Mi compromiso sagrado es con la integridad de mi propia mirada.

La ciudad donde vivo exige a mi juicio unos procedimientos de captación que tienen bien poco que ver con categorías tan al uso que me dan náuseas.    

Declaro que quiero otra vida y que quiero la realidad (Durruti habla ‘del mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones’; Rilke de la patria de nuestra infancia). Pero el deseo de ‘otra cosa’ será inútil si no soy capaz de ver mínimamente lo que está delante de mis narices.

Lo que hago pasa, necesariamente, por el descubrimiento de ´mi´ ciudad. Mis incursiones por ella no son ‘metódicas’, sino procurando siempre caminar por ella como si la desconociera. Hay que intentar estar, por decirlo así, anteponerse físicamente al pre-juicio.

Me gusta no saber lo que estoy haciendo. No intento ser ingenioso. Hablo en serio de abrir el inconsciente, de reconocer el azar. Sobre todo, con tanta gente que simula que sí sabe lo que hace; ganar dinero, vivir bien, asegurar su futuro. -Tan obedientes ellos-.

En mis archivos fui acumulando grabaciones de animales. No creo que grabar animales no sea algo serio. Son un espejo mágico, muy fiel, nos dice mucho de nosotros mismos, si prestas un poco de atención. Así que tenía trazos de su lugar y de su vida en la ciudad, y me pasó otra vez, pero tal vez ahora más que nunca: sentí la unión de ellos con nosotros. Un gran nosotros. Una no-diferencia. Una relación horizontal. Un destino común. Así llegué al título de la película.

Y nosotros… somos o nos convierten en poco más que en los animales de los ricos. Los virus nos saludan efusivamente… En cuanto a la ironía de varias de mis imágenes, no es solo por venganza o juego, es un método de purificación. Y un presentimiento, convertido en advertencia.

Pero te cito de nuevo:

“Lo mágico y cotidiano que pasamos a llevar con la indiferencia, la desconexión brutal en oposición a esa profundidad animal a esa espera. El mirar como niños sin tiempo, el tiempo o jugando con él. Cómo se destruye la materia sin que nos percatemos. La simpleza de la hierba creciendo”.

Adoro la yuxtaposición brutal. Una manera de armar pensamientos. Lo audiovisual políticamente correcto es la solución vieja que no soluciona nada. Es en mí una necesidad absoluta una suerte de montaje de choque. Que te fuerce a pensar. Bloques que se mueven y entrechocan sobre el abismo. Es algo. Imágenes que quieren estar juntas, unas se acompañan, armónicamente; de otras, nacen chispas. Así construyo. El cuerpo con cámara, la cámara con cuerpo, retrata su fusión hacia fuera y hacia adentro.

Yendo por la ciudad me comporto como un animal buscando alimento. Puedo grabar: signos, señales, síntomas. Sospechas. Evidencias. Pruebas. No perdí la mirada de niño. La cámara, mi juguete. Y jugar: descubrir lo real, los mitos, las estructuras. La materia atravesada de pensamientos al revés. Pero primero el placer. Vida. Juego.    

Lo mágico es el origen, eso que llaman el milagro de la vida. Algo, en vez de nada. Por lo menos por un tiempo. Si te afinas interiormente (ejercicio más espiritual que técnico o profesional) verás que siempre está presente. Es lo que lo cotidiano en su peor sentido anula; entonces ves la domesticación, el cómo nos roban la vida; y así llegamos a la gran película que vivimos ahora en todos los cines de nuestras mentes, el festival de la pandemia que nos obliga a-lo-Pascal a no salir de nuestras casas. Los podridos burgueses que nos podemos dar aún ese maldito lujo. Pero ya estábamos atrapados y perdidos desde antes, ¿verdad? ¿Qué haremos cuando salgamos? La superviviencia o la destrucción dependerá de la respuesta.

(Por cierto, me olvidaba, el título de la película estaba decidido antes de la pandemia. Me sentía oscuramente culpable de ser pesimista.)

Esto es lo que, en resumen, puedo comentar sobre tu comentario sobre mi comentario-película.

…Si deseas o necesitas comentar algo más…

R.C.: Hay un gesto de irreverencia y humor en el lenguaje, no hay una obsesión por el encuadre ni la Limpieza. Pese a esto hay escenas de gran belleza; un despojo de los dogmas de las escuelas y festivales. No hay normas para hacer cine, solo un conjunto de poderes que te dice cómo hacerlo para que sea digerible. Por eso el centro no es lo humano. Por fin nos liberamos del protagonista, los humanos que aparecen son el reflejo de algo disonante. Por eso la cámara baja al piso y se detiene en lo que está excluido del progreso. Entonces están ellos, los que no tienen voz siendo retratados.      

M.C.: Pienso que mi compatriota César Vallejo puede acudir en mi ayuda y responderte mejor que yo. Y claro, te diré con mucho gusto que no disimulo cuán de acuerdo estoy con él.   

“Intensidad y altura” (de Poemas humanos):

quiero laurearme, pero me encebollo

“Espergesia” (de Los Heraldos negros):

Todos saben… Y no saben

que la Luz es tísica,

y la Sombra gorda…

Y por último (el antepenúltimo y el penúltimo verso del último poema de Trilce (LXXVII):

hay siempre que subir ¡nunca bajar!

¿No subimos acaso para abajo?

*Cineasta chilena.

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