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DÍA DEL ESCLAVO FELIZ EN LA SOCIEDAD POST-MECANOINDUSTRIAL

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La palabra trabajo deriva del latín tri palium o tres palos, que era un instrumento de tortura y porque, en la antigüedad, los trabajos forzados dejaban a las personas literalmente molidas a palos.  Es común también la aseveración bíblica que dice en Génesis 3,19: “comerás con el sudor de tu frente”, y que trasunta una supuesta maldición divina derivada del “pecado original” o la desobediencia humana ante el dios regente o por quienes se querían hacer pasar por dios o por su “representante en la Tierra”.

Por lo que, inicialmente, ateniéndonos, en este caso, a la moral judeocristiana, podemos decir que el trabajo no es otra cosa que un castigo, una obligación, un anatema y no una mera actividad extractiva, transformadora o pensante con la que resolvemos nuestro devenir en la naturaleza o nos solazamos en nuestro espacio tiempo histórico.

Desde la aparición del hombre en la Tierra, hace 180 millones de años, inicialmente con los primates, Homínidos, Australopithecus, Homo habilis, Homo erectus, Homo neanderthalis y, por último, el Homo sapiens, este ha tenido que dominar y tratar de controlar su medio hostil para agenciarse de alimento, vestido y un espacio donde realizarse o dónde “crecer y multiplicarse”, más aún cuando nadie tenía la seguridad de sobrevivir de forma unitaria y se hacía necesario la formación de clanes o grupos multifamiliares que le hagan frente a predadores y demás enemigos o competidores de la escala alimenticia. Pero hubo un momento en que, la creación de aperos y demás herramientas, determinó que quien los poseía se le facilitaba el trabajo y aseguraba a los suyos. Y esto, más la fortaleza y/o inteligencia o “supremacía” de unos, determinó que muchos fueran sometidos y otros se convirtieran en líderes o dominantes. Esto mismo lo explica Hegel en su “Dialéctica del amo y el esclavo” (Herrschaft und Knechtschaft); o sea, la lucha de dos contrarios en las que uno, el que no pelea o no se esfuerza, deviene en esclavo y el ganador que ha impuesto su voluntad por miedo, “seducción” o por la fuerza, será el amo; hecho que origina, a su vez, según Hegel, las relaciones humanas.

No obstante, el trabajo o el empoderamiento del trabajo encuentra su sino durante las iniciales revueltas, en Inglaterra, en el año 1750, cuando las primeras máquinas telares estaban dejando sin empleo o depreciando el valor del trabajo humano. Motivo que lleva al joven artesano Ned Ludd a incendiar y destruir las máquinas o armatostes de urdiembres, en el razonamiento equivocado que su situación crítica era producto de la misma máquina y no de los señores burgueses que solo aspiraban, o aspiran, a lucrar a costa de cualquier cosa. Lo que para Plauto, y, luego, Hobbes, en su Leviatán, sería homus hominis lupus, “hombre lobo del hombre” o lo que es lo mismo: hombre esclavista del hombre, hombre explotador del hombre.

El segundo momento crítico del trabajo encuentra su lugar el primero de mayo de 1886, cuando doscientos mil trabajadores salieron en Estados Unidos a reclamar por sus derechos laborales y porque el trabajo había devenido en esclavitud con jornadas de 14 a 18 horas y no les daba tiempo para disfrutar de la vida o crecer espiritualmente (leer, investigar, culturizarse, etc.). La protesta también recayó sobre la prohibición del trabajo de menores. El estado americano, sus leyes y sus fuerzas pretorianas –entre ellas la compañía Pinkerton o policía de los señores industriales– reprimieron brutalmente estas protestas ametrallando a los trabajadores, procesando y ahorcando, luego, a varios de ellos en Chicago: Michael Schwab, Louis Lingg, Adolph Fischer, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Hessois Auguste Spies, Oscar Neebe y George Engel. De los cuales, dos eran norteamericanos y el resto extranjeros, lo que podría considerarse también como uno de los primeros casos de xenofobia en el mundo.

Un tercer momento crítico del trabajo ocurriría cuarenta años después, en 1927, con el caso de los anarquistas italianos electrocutados: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, un zapatero y un vendedor de pescados acusados falsamente de asesinato en Estados Unidos. Lo que colocó, otra vez, en la palestra, al poder estatuario, sus leyes y sus señores burgueses frente al proletariado y su solidaridad de clase. La protesta, aquella vez, se sintió en Londres, Nueva York, Ámsterdan, Tokyo y Sudamérica  donde los piquetes anarquistas arremetieron contra el sistema y el orden establecido, y encendieron los reclamos por mejoras en el trato laboral y demás derechos que habían sido conculcados o simplemente no habían sido aprobados o no se ejecutaban por la presión de las grandes patronales.

Cabe anotar que, a pesar de que las primeras protestas organizadas de los obreros contra las patronales, fue hecha por anarquistas, es, en realidad, con la teoría marxista que encuentran mejores herramientas para entender el proceso de explotación y barbarie a que es sometido el obrero en la sociedad industrial. Marx es quien, en el primer tomo del Capital encuentra que el principal problema del trabajo es la plusvalía o parte de la fuerza de trabajo que no es remunerada y que es apropiada o robada por el empleador.  Y que la división internacional del trabajo, como necesidad ante la producción en masa, devendrá en la división de las clases sociales, en razón de la distribución desigual del trabajo y sus productos.  A su vez, la propiedad privada engendrará la conciencia de clase y la lucha dialéctica de los opresores contra los oprimidos: los opresores tratando de perpetuar el status quo y los oprimidos u obreros tratando de liberarse.

De esta forma, toda esta estructura económica en la sociedad capitalista genera las dos clases sociales predominantes: La burguesía y el proletariado y sus sucedáneos: pequeña burguesía, lumpenproletariado, lumpenburguesía, etc. Y una superestructura o el imago mundi de las leyes, preceptos y órdenes para sostener un orden que es violento y se mantiene por la fuerza donde unos tienen capital y otros solo tienen su fuerza de trabajo; unos usurpan o usurparon las ganancias de otros y otros fueron sometidos o robados; tal y como anota Marx en el capítulo 24 de Das Kapital – Kritik der politischen Ökonomie: pues el capital se hizo saqueando a las colonias y por eso “el capitalismo viene chorreando lodo y sangre”.

No podemos olvidarnos que en el Perú, la clase trabajadora ha sufrido el embiste de la plutocracia, sus mercenarios y sus fuerzas de choque. Y que recién en 1919, durante el segundo gobierno de José Pardo y Barreda, los obreros conquistaron la ley general de 8 horas de trabajo, lucha que se venía dando desde el gobierno de Piérola, en 1896, cuando los primeros sindicalistas anarquistas pedían 10 horas de trabajo y día domingo libre. Y así como Estados Unidos tuvo a sus mártires de Chicago, el Perú tuvo a sus mártires de Cromotex, el dos de febrero de 1979, donde seis trabajadores, por defender sus puestos de empleo, fueron masacrados por los esbirros del orden, y, los sobrevivientes, enjuiciados por leyes draconianas que protegían y protegen a los empleadores.

Finalmente, después de decenas de años de luchas, hoy en día, la gran máquina capitalista, aprovechando la aldea global de Mc Luhan o la globalización, ha generado al trabajador o esclavo feliz que vive y se solaza en la sociedad de consumo y que, para olvidar su condición, es sometido a constante lavado de cerebro y largas jornadas de divertimento, juergas, drogas psicotrópicas y  pornofascismo insuflados desde el establishment. El “tiempo para pensar” ha sido abolido, la crítica ha sido extirpada a costa de psicobiosociales y tecnología basura, juegos en línea, panacea o la euforia de masas, con películas alienantes, modas o seudomodas para débiles mentales o deportes transmitidos por grandes cadenas donde lo que importa es enajenar al usuario, destazarlo y convertirlo en un zombi o idiota feliz que solo piensa en trabajar y en comprar lo mismo que produce y que llena las cuentas corrientes de los grupos de Forber, los Skulls and Bones, el club de Bilderberg y los grandes millonarios que ni siquiera representan el uno por ciento de la población mundial.

Hoy por hoy, en la sociedad post-mecanoindustrial, donde la tecnología abarca también la especialización en las formas de sometimiento, el trabajador no es más que un perno más dentro del proceso de producción-distribución-consumo, alguien que sonríe a la camarita del celular o que envía memes a sus amigos del facebook o que come comida chatarra, toma bebidas carbonatadas y vive en pequeños habitáculos o casas-cárceles, mientras es exprimido hasta el tuétano y devorado por una realidad que a las justas entiende o cree entender. Quizás el primer anarquismo marcó el derrotero a seguir y es mejor que hablen los puños cuando la boca se cansó de gritar.

La lucha continúa.

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