Opinión

Devenir Rosa, de Valeri Hernani (2024)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Puedo verlo así. Son dos cuerpos, uno junto al otro, un cuerpo se dedica al otro, el cuerpo joven cuida y conserva en vida y a la vez en imagen al cuerpo más viejo. La gloria del cuerpo viejo es la riqueza de los afectos, de las memorias, aunque las memorias se vayan retirando y disipando de ese cuerpo. Pero ese cuerpo, por su sola existencia, en sí mismo, en lo que es, y por eso había que mostrarlo tal cual, sigue siendo memoria viva, luz, simiente, amor, herencia. Sin ese cuerpo viejo no habría cuerpo joven. No habría nada.

El cine, aquí, quiero decir, la imagen, actúa como un homenaje a la vida, a la continuación de lo viviente. Y no hay que eludir la muerte, hay que, de algún modo, traspasarla. Una nieta ayuda a su abuela, una nieta y su abuela conversan y no hay nada más natural. La esencia de todo, en los pequeños momentos que se dan día a día. Hay que percibir, el regalo, el presente. Para eso es el cine. La relajada y máxima cotidianidad expuesta y compartida contiene lentitudes, inercias, desvíos, encantos y secretos.

También están las pequeñas secuencias reflexivas y en cierto sentido ‘enfriadoras’; distancias, instancias de reflexión, momentos ‘clínicos’ como la contemplación introspectiva de las radiografías, u otros momentos que incluyen más cercanamente la materialidad y la tecnología del recuerdo: tanto las clásicas fotos familiares como trampolín o espejo o pequeñas máquinas del tiempo, así como los negativos, con su peculiar aspecto colorido, usados como una discreta y efectiva estrategia de extrañamiento.

El montaje, -con el espejo como portal o un umbral (posible o imposible) de un mundo a otro- superpone y hasta fusiona (¿poéticamente? ¿de manera metafísica?) ambos cuerpos, en el sentido de que ambos son o fueron o serán uno solo. O también es como si fuesen dos edades distintas de un mismo cuerpo. Hay incluso en la película una suerte de alusión al respecto.  

Será obvio, y en este trabajo más, porque es un buen ejemplo de esto, pero quiero recalcarlo. No se requiere de sentimentalismo alguno para expresar con veracidad toda una gama creíble de sentimientos. No se requiere de exageraciones o de contorsiones dramáticas para mostrar el sutil peso de lo real.

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