Es difícil ser escritor y participar del medio literario. Además, puede ser más o menos repugnante dado que se debe compartir espacio con la misma escoria que compone la sociedad, aunque amplificada por un cierto volumen de lecturas y una vanidad injustificada la mayoría de las veces y nada más, puesto que no hay nada que diferencie a un escritor del resto de la sociedad aun cuando en medio de dicha ocupación hay mil quinientas variedades, modalidades y calidades.
Ante la perspectiva de emprender una carrera literaria puede uno optar por apostar todo por el exilio y una buena obra que se debe presentar a las mejores editoriales o por escribir una obra genial y mantenerse inédito por el romántico ensueño de la posteridad y la contingencia que otorgará mérito a una propuesta secreta que quizás no valga nada y que solo oculte una gran timidez o cierto grado de inconsciencia autocrítica (lo más escaso en esta época donde todo el mundo cree que puede ser cualquier cosa).
También, a sabiendas que uno es pésimo o mediocre se puede buscar refugio en las provincias (si no hay crítica en Lima, fuera de la capital hay menos todavía, pese a la fantasía de los periféricos) donde la escasez de polémica permite que se le perdone la vida a una infinidad de subalternos apocados y ayayeros siempre con los que vienen de afuera y mezquinos con los del propio entorno a los que no se dignan ensalzar ni en la hora de la muerte.
Para estos últimos (pésimos o mediocres), desde luego, cabe la perenne tentación de hacer gestión cultural, establecer una editorial (una mera imprenta en gran medida), organizar recitales, festivales, conversatorios o, en síntesis, vivir de las relaciones públicas y el lobby (el día que se halle a un lobista con algo de talento propio será el día del juicio final) ya sea ante privados o buscando servirse del erario público para promover una suma de obras más o menos infectas de vacuidad, moralismo o el más falso de los correctismos políticos.
Todo ello solo suma gravedad a la desgracia correspondiente al paupérrimo estado situacional de la literatura peruana que yace en la imposibilidad de ser importante dado que el propio país se ve una y otra vez confinado a una mediocridad insufrible desde todos los órdenes sin que nadie atienda la urgente necesidad de refundar o reestructurar todo el orden existente en torno al gobierno y la propia identidad nacional (labor pendiente desde antes de la Independencia, etc.).
Quizás solo una mente de primer orden capaz de enfrentar esta circunstancia podría intentar producir una obra literaria fundamental. Aquí solo aparecen dos obras en todo el curso de la literatura peruana, una como testimonio de la imposibilidad de hacer del Perú un gran país y como suerte de radiografía de sus vicios y debilidades más extremos y la otra como manifestación plena de la imposibilidad de escribir una novela que muestre al país como un escenario magnífico, una suerte de tentativa de exploración del propio ser peruano frustrado por no poder superar las dos condiciones que lo abruman desde una perspectiva totalmente inversa a la de Blasón (jactanciosa y orgullosa exaltación de dos modos de ser muy distantes del individuo común, etc.) .
Me refiero a Conversación en la Catedral y La Violencia del Tiempo. Y a ellas podría sumar La Casa Verde solo porque en ella Vargas Llosa jugó a ser Faulkner y en cierta medida lo fue, mérito absoluto (ciertamente el del Deep South hubiera usado una retórica más alambicada y un tono más épico y funesto, pero aún así, téngase por bien puesto este ejemplo porque aun cuando la literatura parezca no ser objeto de competición alguna, secreta y no tan secretamente los mayores escritores del mundo han tenido maestros a los que no solo han querido imitar sino superar)..
Me pregunto qué frutos habría cosechado si en lugar de Sartre, Flaubert y Faulkner hubiera puesto en su cima a Tolstoi y a Dante, o a Dostoievski y Blake, etc. ¿Qué podría lograr un escritor talentoso cualquiera si se animara a tanto? En fin…
Faulkner fue muy claro y espléndido cuando confesó las lecturas que frecuentaba año tras año porque nos legó, en dicha declaración, la referencia directa de su ambición, la cifra de su meta a alcanzar y la barrera que quiso derribar. Entre ellos fueron mencionados los profetas del Antiguo Testamento, Cervantes (a tal punto que leía el Quijote como si fuera su biblia personal todos los años), Dickens, Conrad, Flaubert, Balzac (de quien elogió la desmesura vital expuesta en el curso de La Comedia Humana), Dostoyevski, Tolstoi, Shakespeare, Melville, Marlowe, Donne, Keats y Shelley (véase la edición 12 de Paris Review para más detalles, la célebre entrevista que el genio obsequió a Jean Stein en 1956). Considero que sin tener referentes sólidos y gigantescos como los citados solo se pueden producir minucias como sucede en el curso entero de la tradición literaria peruana.
Incluso Hemingway, que pese a su laconismo efectista ambicionaba ser Tolstoi, hablaba siempre de la necesidad de la confrontación con los reconocidos maestros de la literatura universal como expuso en una carta al capo John Dos Passos en 1931: «Uno siempre debe medirse a golpes con los mejores y medirse todo el tiempo. Stendhal, Balzac, Turguéniev. Si Tolstoi viviera, le diría: “Eh, viejo, ¿qué tal si nos ponemos los guantes tú y yo, sólo para probar?” Me mataría con su gancho izquierdo, pero llegaría orgulloso hasta el round número quince».
Claro que podría decirse que este horizonte de ambición de Faulkner y Hemingway correspondía a que eran parte de una potencia orientada a disputar la hegemonía del mundo entero, pero eso en lugar de justificar la falta de ambición del escritor peruano promedio debería considerarse un agravio doble porque dado que el país es, en este momento, un total desastre resulta doblemente exigible, para todo aquel que se haga llamar escritor, que la ambición literaria se torne mucho más grave que la de Faulkner o Hemingway o, incluso, Vargas Llosa, desafortunadamente otro afrancesado.
Por ello es necesario discrepar con cualquiera que afirme, por ejemplo, que en Colombia se ha superado a García Márquez. Eso es falso totalmente puesto que para superarlo se tendría que haber escrito un nuevo Quijote o una nueva Ilíada. En este sentido, no es que García Márquez haya arruinado a nadie, sino que si el genio no aparece es muy positivo poner una barrera que los escritores del mañana tengan que rebasar. Tal es así porque Cien Años de Soledad es una suerte de milagro poético que excluye de su impronta al propio García Márquez que no tiene dentro de producción ni una sola obra que le sea cercana. En todo lo demás, Gabo era irrelevante como intelectual.
Lo mismo pasa si se considera como un tótem a Borges, algo que, además, es innecesario porque es solo una rama de la literatura argentina y porque el porteño, aunque parecía versado en todos los temas realmente estaba muy distante de ello y él mismo lo reconocía tácitamente con el empleo de la falsa modestia de un paisano del Sur o con el humor que le llevaba siempre una risotada a los labios. En política, por ejemplo, o era una nulidad o era errático e incapaz de defender una posición excepto por su odio a Perón (ampliamente merecido, por otro lado).
Lo mismo sucede si se ensalza a Fuentes o a Paz. Escribo innecesario porque Fuentes aunque vivió bien y tuvo cierta influencia siempre fue un escritor menor. En cambio, Paz si es un punto aparte, realmente un escritor total, versado en casi todos los temas, agudo y profundo, espléndido poeta y ensayista con grandes condiciones y posibilidades para la política, etc. Realmente, un escritor importante y trascendental en todos los modos posibles, singular y único.
De todos los autores mencionados hasta este punto, debo rescatar, solo a Paz y Vargas Llosa para que pueda entenderse definitivamente lo que implica el retiro de este último y la viabilidad de la pregunta que incide en su sucesión.
Este factor definitivo es fundamental porque no es estrictamente estético, sino que corresponde al orden intelectual y a la vida pública de cada autor.
En este sentido, Paz y Vargas Llosa han representado con la mayor claridad posible lo que Sartre llamaba los mandarines de la Literatura y han sido para sus países de alguna forma (pese a la abyección de los denuestos más superfluos que los odiadores del arequipeño le endilgan a cada momento) lo que Sartre, Malraux o Víctor Hugo fueron para Francia, es decir individuos que concitaban en sí mismos no solo una propuesta literaria de gran valor sino, además, la intención y suficiencia para participar en los asuntos, problemas y debates más relevantes de sus respectivas épocas y circunstancias, ejerciendo, desde luego, una influencia considerable y un innegable poder.
Y, yendo en específico ya a Vargas Llosa hay que precisar por qué no va a tener sucesor, algo que no se supedita solo al déficit de talento de la escena literaria peruana en general sino a varios factores distintos, incluidos una ambición desmedida tanto en lo estético e intelectual como en lo económico y lo político más la suerte que es, no pocas veces, tan o más traicionera que Efialtes o tan paradójica como el mago que concede deseos en los chistes.
Ejemplos de ello son su posición en la polémica entre Sartre y Camus en la que definió una posición aun cuando es improbable que Sartre, Camus o cualquiera de la gente que andaba con ellos prestara algo de atención al meteco arribista y eso es rock o una muy buena actitud porque escribir esos textos era, pese al desfase del tiempo, considerar no solo de la boca para afuera sino en una frontal demostración escrita (como corresponde a cualquiera que se considere un escritor) que estaba a la par de sus maestros.
Su participación en causas de izquierda en los sesenta, también, así como sus rompimientos cabales tardíos, pero justísimos con esa misma ala del espectro político, por ejemplo, cuando lo del Caso Padilla y tantos otros.
Es importante considerar, también, que semana tras semana en el curso del último medio siglo, Vargas Llosa se pronunció sobre cuanto asunto puede tener cabida en una mente letrada inquieta, con sus modos habituales circunspectos y sensatos aunque levemente patinados por la pasión (que pese a ser de bajo impacto no deja de ser pasión en ningún momento y eso es otro mérito puesto que una literatura desapasionada es miseria, desgracia y una traición a las Musas), a la par que fue proponiendo novelas atendibles aunque innecesarias (acaso lo único que debió escribir fue Conversación en la Catedral, ya que en dicha obra parece haberse jugado la vida misma, como tiene que ser siempre) no perdió jamás la más mínima oportunidad para exponer un argumento, defender una posición ante el mundo entero o, en síntesis, para polemizar perennemente en pie de guerra en pos de la verdad o, a su manera (muy limitada, pero muy suya) de la sabiduría.
No olvidemos tampoco su digna y cabal confrontación de la bajeza de Gunther Grass en el 49° Congreso del Pen Club International en1986 fue famosa así como su impertinencia genial en el Encuentro Vuelta: La Experiencia de la Libertad (Agosto, 1990) al que fue invitado por Paz («México es la dictadura perfecta»), expresión que es imperdible y que grafica rotundamente su modo de ser siempre materia dispuesta para la disputa, pese a que el brillante mexicano lo refutó como siempre solía hacer dada su superioridad personal.
Ya de su tentativa de acceso a la presidencia es preferible evadir mayores digresiones porque no solo ha sido un individuo superior a todos los demás candidatos hasta la fecha sino que propuso un esquema inteligente para superar y enrumbar al país hacia el desarrollo, pero toda la hez brutal, como siempre, se encargó de impedir el triunfo del, sin ninguna duda, más auspicioso candidato de la historia.
Todo lo expuesto no lo va a asumir ningún otro en mucho tiempo y acaso nunca.
Súmesele, también, la suerte de haber coincidido con grandes personajes que lo estimularon o le dieron pie para superarse día tras día o que le facilitaron el camino a la cima. No olvidemos que fue de los últimos discípulos de Porras junto a Neira y Macera (que ya es decir bastante) ni tampoco que la amistad y el favor de Barral le hicieron adjudicarse el Premio Biblioteca Breve Seix Barral 1962 (uno de los pocos casos en los que el amiguismo tuvo una sólida justificación y un acierto, no como tantos cientos de premios que no sirven ni siquiera para las más abominables funciones ya sea que se denominen Planeta, Alfaguara o cualquier otro).
Ambición, talento, suerte, dedicación y constancia, no hay mayores secretos en el significado de Vargas Llosa para la literatura en general y la peruana en particular. Eso y quizás, también, una cierta forma de contenida desmesura, una paradoja digna de tamaño personaje que pese a todo resulta insuficiente ante el Himalaya de la literatura mundial que está conformado por varios de los autores mencionados en estas reflexiones.
En todo caso, siguiendo la línea de estas últimas paradojas en torno a Vargas Llosa, debe entenderse que este gran realista, de varias formas, ha sido siempre un gran utópico o un gran fantasioso. Ha creído, cree y creerá, seguro, hasta el último día que la literatura puede cambiar el mundo pese a que el mundo nunca dejó, deja ni dejará de demostrarle, una y otra vez como los molinos de viento a Don Alonso Quijano, que es imposible la materialización de los sueños.
Entonces, el mérito de su extensa carrera y el fundamento de la insuperabilidad que impone a los escritores peruanos en ejercicio en el momento de su fin estriba en que fue el último de los grandes escritores comprometidos del orbe y en que, como tal, nunca dejó de embestir a los gigantes, aun a sabiendas que no eran sino meros molinos abandonados en la llanura de los más altos y gozosos sueños de la especie.